抖阴社区

                                        

𝗗𝗮𝗺𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗼𝗿𝗱𝗲𝗻 𝘆 𝗵𝗮𝗿𝗲́ 𝗹𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗺𝗲 𝗽𝗶𝗱𝗮𝘀.

𝗗𝗮𝗺𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗼𝗿𝗱𝗲𝗻 𝘆 𝗵𝗮𝗿𝗲́ 𝗹𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗺𝗲 𝗽𝗶𝗱𝗮𝘀

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Adelantar el suicidio no sería tan mala idea.

Carre estaba frente al espejo de su baño, admirando cada una de las marcas que tenía en su cuello. Quería que la tierra lo tragara y lo escupiera en algún lugar remoto, en donde nadie lo conozca y nadie haga preguntas.

Suspiró viendo su reflejo, no iba a ponerse vendas ni a preocuparse por ocultar algo, no tenía caso hacerlo si de todas formas su subconsciente se lo seguiría recordando.

El arrepentimiento era un concepto que al Arcángel nunca le gustó. Arrepentirse significa que uno no asume lo que ha sido, que no se hace cargo de sus acciones, y teniendo en cuenta que conocía muy bien a aquellos que giraban su cara hacia otro lado, no tenía la más mínima intención de ser así. Por eso, aunque no le agradara la idea, aceptó su momento de vulnerabilidad y se propuso compensarlo molestando al oso todo el día.

Robleis, un Omega que había llegado hace poco al Pueblo Naranja pero que se había hecho un gran amigo, le había dicho que iría a hacerse una Visa para poder irse a vivir a Spreenfield. Nunca se había tomado la molestia de ir a mirar -porque estaba seguro de que entrar no podría- la especie de ciudad que el Enigma había construido. Había escuchado a las personas hablar sobre lo lujoso y exclusivo que era, de lo fascinante y utópico que vivir allí dentro se sentía, pero las habladurías nunca lo habían cautivado tanto como para ir.

Pero ahora que el de suéter amarillo se mudaria ahí, estaba dispuesto a hacerse un visado para poder visitarlo cuando quisiera.

Salió de su casa con forma de moai y se dirigió hacia los portales. En el camino se había encontrado con Imantado, que lo había mirado algo preocupado por lo maltratado que se encontraba su cuello y, en consecuencia, le había regalado tres curitas que llevaba consigo en caso de una emergencia. El castaño le había asegurado que todo estaba bien, pero el de buzo gris aseguró que de ahora en adelante harían una pijamada todos los sábados para cuidarlo. Y aunque Carre sabía que solo era una excusa para pasar tiempo juntos, aceptó la propuesta, porque su hogar podía sentirse terriblemente frío y solitario algunas veces.

Desde que nació había estado rodeado de personas, buenas o malas, pero al fin y al cabo seres vivos como él. La primera vez que vio a Spreen, no había entendido a lo que se refería cuando contaba el dolor en el pecho que sentía cada vez que se despertaba y veía que seguía atrapado en aquella simulación. Siempre se había preguntado qué era ese sentir del que el híbrido hablaba, pero desde que había visto con sus propios ojos la furia de los Dioses, nunca más se había hecho aquella pregunta.

Una vez que estuvo en el Pueblo Naranja, se elevó con sus alas, sintiendo la brisa acariciar sus plumas. Según Robleis, se daría cuenta cuando llegara a la ciudad por el enorme cartel que había en su entrada. Sabía que quedaba cerca de El Pollo Feliz, por lo que sobrevoló esa zona, en busca de algún indicativo. Sus ojos se entrecerraron, buscando signos en el paisaje que se extendía abajo.

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