El cuervo descendió en picada con un graznido estridente, y antes de que pudiera siquiera recuperar el aliento, su mensaje atravesó el aire como una cuchilla.
— ¡Urgente, urgente! ¡Kagaya-sama está en peligro! ¡Muzan Kibutsuji ha llegado hasta él! ¡Todos los pilares deben dirigirse de inmediato!
Mis pies se enraizaron al suelo. Un escalofrío recorrió mi espalda y mi estómago se hundió como si me hubieran golpeado. Sentí la respiración atascada en la garganta, incapaz de procesar del todo las palabras del cuervo.
Obanai, a mi lado, no pronunció palabra, pero su cuerpo se tensó de inmediato. Sus manos se cerraron con fuerza alrededor de la empuñadura de su katana, los nudillos blancos bajo la presión. Kaburamaru siseó inquieto alrededor de su cuello, enredándose con nerviosismo.
La mente se me nubló por un instante, pero en el segundo siguiente, mis piernas ya estaban en movimiento.
Corrimos.
El viento silbaba en mis oídos mientras mis pasos golpeaban el suelo con una fuerza brutal. El paisaje se volvía borroso a nuestro alrededor, los árboles pasaban como sombras, las piedras crujían bajo nuestros pies, pero nada de eso importaba. Solo tenía una idea en la cabeza.
— No puede ser... — murmuré entre jadeos, sintiendo cómo la desesperación crecía en mi pecho con cada segundo.
Sanemi, Gyomei, Mitsuri, Tokito, Tomioka... todos los pilares debían haber recibido el mismo mensaje. Estarían en camino. Kagaya-sama no podía... no podía morir de esta forma.
Pero entonces, el cielo explotó.
Un destello anaranjado iluminó la noche con un resplandor cegador, y un estruendo retumbó en la distancia, sacudiendo el suelo bajo nosotros. El aire se cargó con una presión sofocante y, por un instante, sentí que mi corazón se detenía.
Me detuve en seco, con los ojos abiertos de par en par.
— No... — susurré, con la voz quebrada.
Obanai también se quedó quieto, su postura rígida como una estatua. Sus ojos, normalmente afilados y calculadores, se oscurecieron bajo la luz de la explosión.
No necesitábamos palabras para entenderlo.
El hogar de Kagaya Ubuyashiki había sido destruido.
Volvimos a correr, con la garganta seca y los pulmones ardiendo.
Pero cuando llegamos... todo lo que vimos fueron cenizas.
El aire olía a muerte.
La mansión de los Ubuyashiki era un montón de escombros y fuego. Columnas de humo negro se alzaban hacia el cielo, y en medio de aquel infierno, estaba él.
Muzan Kibutsuji.
Mi cuerpo se paralizó al instante.
No era solo su apariencia. Era la presencia abrumadora que lo rodeaba, la presión asfixiante que hacía que hasta el oxígeno se sintiera pesado. Su cabello negro ondeaba con la brisa ardiente y sus ojos rojos, fríos como la sangre seca, nos observaron con una indiferencia aterradora.
Era el enemigo de la humanidad. La criatura que había traído el sufrimiento a tantos.
Mis manos temblaron al aferrarse a la empuñadura de mi katana.
— Natsume — la voz de Obanai sonó baja, pero cargada de una seriedad que pocas veces había escuchado en él.
Volteé para mirarlo y sentí un escalofrío. Sus ojos bicolor estaban fijos en Muzan con una intensidad que no había visto antes. Su agarre en la espada era firme, como si ya estuviera listo para lanzarse sin importar las consecuencias.
Sabíamos que no estábamos preparados. Sabíamos que él estaba en otro nivel.
Y aun así, mis piernas no retrocedieron.
Porque si no lo deteníamos aquí y ahora... nadie más podría hacerlo.
El sonido del fuego crepitando y la ceniza flotando en el aire apenas podía opacar la tensión sofocante que se cernía sobre el campo de batalla.
Himejima ya estaba allí.
El Pilar de la Roca, con su presencia imponente como una montaña, sostenía su enorme arma con ambas manos, sus músculos tensos como cuerdas listas para romperse. Sus ojos, a pesar de la ceguera, estaban fijos en Muzan con una determinación inquebrantable.
Obanai y yo nos detuvimos justo a tiempo para verlo dar el primer golpe.
La cadena de su arma cortó el aire con una fuerza brutal, buscando el cuerpo de Muzan con precisión. Pero en un simple movimiento, el demonio lo esquivó con una facilidad insultante, como si la velocidad y la fuerza de un Pilar no significaran nada ante su existencia.
El suelo bajo nuestros pies tembló cuando Himejima golpeó con su arma, levantando una nube de escombros y polvo.
Muzan ni siquiera parpadeó.
Mi corazón latía con fuerza dentro de mi pecho, mis pulmones luchaban por respirar ante la opresión en el ambiente.
— Se está burlando de él... — murmuré, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.
Obanai se adelantó un paso, con la katana ya desenvainada, su mirada oscura clavada en Muzan.
— No durará solo.
Antes de que pudiera decir algo más, un estruendo en la distancia hizo que girara la cabeza.
Sanemi, Mitsuri, Tokito, Tomioka, Shinobu...
Todos los Pilares llegaron en una ráfaga de velocidad, sus katanas resplandeciendo con la luz del fuego y sus rostros endurecidos por la determinación.
No estaban solos.
Junto a ellos, Tanjiro apareció corriendo al lado de Tomioka.
Y en ese momento, supe que era la batalla definitiva. Sin pensarlo dos veces, corrí al frente con el corazón desbocado. Muzan Kibutsuji nos miró con sus fríos ojos carmesí mientras sonreía.
La tensión en el aire era insoportable, tan densa que parecía sofocarnos. Muzan Kibutsuji nos observaba con esa expresión imperturbable, como si ninguno de nosotros representara una amenaza real para él.
Himejima fue el primero en atacar. Su enorme arma descendió con una fuerza devastadora, buscando aplastar a Muzan con un solo golpe. El impacto levantó una nube de polvo y escombros, pero el demonio ya no estaba allí. Se movió tan rápido que parecía haber desaparecido por completo.
— ¡Ahora! — rugió Sanemi, lanzándose sin dudarlo.
El Pilar del Viento cortó el aire con su katana, liberando ráfagas de viento cortante que hicieron crujir el suelo a su paso. Mitsuri lo siguió, su espada rosada moviéndose con una gracia mortal, sus ataques veloces como un látigo enredándose en el espacio donde Muzan había estado segundos antes.
— ¡No lo pierdan de vista! — gritó Giyu, su respiración calmada pero firme.
Tokito apareció de repente por un lado, su velocidad casi igualando la de Muzan, su espada brillando en la penumbra. Shinobu se movió con precisión quirúrgica, atacando con su veneno, buscando cualquier abertura en la defensa del demonio.
Y entonces, Obanai y yo nos movimos.
Obanai se deslizó por el suelo como una serpiente acechando a su presa, su katana negra como la noche zigzagueando con movimientos impredecibles. Kaburamaru siseó en su cuello, como si entendiera que ese era el combate definitivo.
Yo inhalé profundamente.
— ¡Respiración del Viento, Cuarta Forma: Contraataque Tempestuoso!
Mi katana se movió en un arco amplio, liberando un torbellino que destrozó todo a su paso.
Tanjiro apareció junto a nosotros, sus ojos encendidos con una determinación feroz.
— ¡No dejen que escape!
Muzan seguía esquivando, pero algo era diferente. Por primera vez, su expresión cambió. Había ira en sus ojos.
Había empezado la verdadera batalla. La guerra había comenzado.
EST?S LEYENDO
La maldición de quererte | ????? ??????
FanfictionEn un mundo asolado por demonios, Natsume lucha por la justicia sin saber que el destino la unirá a Obanai Iguro. Entre batallas, sacrificios y sentimientos ocultos, ambos descubrirán que algunas promesas trascienden el tiempo. ?FICCI?N?
