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?? ?. Ella es Vittoria Biancardi: dulce, brillante, y la hermana menor que no puede tener citas hasta que su hermana mayor lo haga primero. ?l es Kimi Antonelli: el nuevo chico de la parrilla, tí...
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El paddock de Imola olía a caucho caliente, ego inflado y café quemado.
Desde la zona trasera del hospitality de la FIA, Vittoria Biancardi se bajó las gafas de sol con un gesto lento y preciso, como si estuviera evaluando su reino personal. Técnicamente, no era suyo. Pero caminaba como si cada cable, cada cámara y cada sombra le respondiera.
Vestida de negro, bolso elegante al antebrazo, coleta alta sin un solo cabello fuera de lugar. Casi parecía una embajadora de prensa. Casi. En realidad, era una estudiante de primer año con carnet temporal y mucho estilo.
Detrás, caminando dos pasos más atrás —como si la sola idea de acercarse al paddock la envenenara—, venía Léa Biancardi, su hermana mayor. Ex alumna estrella de Filosofía Política, graduada magna cum laude y enemiga declarada del automovilismo.
— ¿Vas a seguir mirando a todo el mundo como si te debieran algo? —preguntó Léa, con el ceño levemente fruncido.
— No los miro así —respondió Vittoria, sin detenerse—. Los miro como si ya supiera qué van a hacer.
— Qué reconfortante debe ser vivir en tu cabeza.
— Es una experiencia premium —dijo Vittoria, con media sonrisa.
— ¿Premium como en egocéntrica, o premium como en potencialmente insoportable?
— Ambas. Pero al menos no odio todo lo que me rodea.
— ¿Cómo no voy a odiar esto? Estoy en medio de un zoológico con gasolina. Y tú posando con tu cámara como si fueras directora de Drive to Survive.
— Es un documental académico, por si te interesa la diferencia.
— Lo único académico aquí es lo mucho que papá te tiene fichada —dijo Léa, bajando las gafas—. ¿Ya te recordó que si te coquetea un piloto, lo manda a Siberia?
— No me ha coqueteado nadie.
— Eso dices tú. Él no necesita pruebas, le basta con una mirada para armar una investigación.
Más adelante, Ettore Biancardi saludaba a un grupo de ingenieros. Ex campeón mundial. Ahora delegado técnico. Más temido que una sanción en la última vuelta. De traje impecable, brazos cruzados, ceño fruncido por defecto.
Cuando las vio acercarse, levantó una ceja con la solemnidad de quien está a punto de cancelar el artículo 15 del reglamento.
Ese era su gesto habitual: el rostro de un hombre listo para decir "no me importa si eres Verstappen o el Papa, mantente alejado de mis hijas".
