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? Capítulo 7 ?

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Después de que había oscurecido, Aurora encontró la aldea que Maléfica le mencionó

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Después de que había oscurecido, Aurora encontró la aldea que Maléfica le mencionó. En las afueras había un lugar con mucho movimiento. Gente entraba y salía, y desde adentro se escuchaban risas y gritos de alegría.

Corrió hacia el interior sin pensárselo dos veces, sonriente y llena de entusiasmo pese al hambre. Se arrepentía de no haber desayunado, por supuesto: no haber ingerido ni comida ni bebida en todo el día había hecho que su caminata fuera interminable y peligrosa, pues estaba segura de que iba a desmayarse en cualquier momento. Aún así, su corazón latía contento y emocionado. Pese a que los pies le dolieran, su vestido estuviera rasgado y estuviera mareada, no podía dejar de maravillarse con cuanta cosa veía.

En el camino se había encontrado un conejo. Intentó acercarse sin conseguirlo, por supuesto, pero eso el simple hecho de verlo huir, aterrado, era encantador. El movimiento de sus patitas, lo brillante de su pelaje ante la luz del sol...

Se sentía una mujer nueva.

Entró al lugar tarareando, con una sonrisa imborrable en el rostro, y caminó directo hacia una barra donde un hombre guardaba vasos y movía botellas. Tenía una toalla blanca sobre el hombro, y el cabello oscuro despeinado.

—Disculpe, señor —dijo Aurora, sin poder evitar maravillarse por estar hablando con otro ser humano—. ¿Me daría un poco de comida, por favor?

El señor rio.

—No, primor, aquí no vendemos comida. Pero tengo lo que sea que se te ocurra beber. ¿Qué te sirvo?

El buen humor bajó en niveles ante la actitud del señor. Nadie jamás se había burlado de ella de esa manera, y mucho menos la habían observado con el descaro y la descortesía de aquel sujeto. ¿Observaba su vestido medio roto? Porque no le parecía apropiado.

Respiró profundo, apretó los puños por un instante, y los relajó de nuevo. Estaba bien. No le había hecho nada malo. Además, ella sabía que siempre encontrará gente menos cortés o educada, y eso no tenía que alterar su estado de ánimo. Volvió a sonreír y se sorprendió a sí misma cuando se dio cuenta que no era para nada forzada.

—Entonces un vaso de agua, por favor —pidió. La sequedad en su boca y garganta eran incomodísimas.

El señor rio de nuevo pero asintió. Dio media vuelta y, cuando volvió a encararla, ya tenía un tarro que dejó en la barra frente a ella. Aurora lo tomó y bebió todo el contenido de inmediato. Intentó ignorar el dolor y la incomodidad en su estómago cuando el agua caía al vacío.

Un señor, a su izquierda y salido de la nada, se recargó sobre la barra.

—¡Rahuel! —gritó, llamando la atención del señor que le había servido el agua—. Tres regulares, dos especiales. ¿Cuánto te debo?

—Cincuenta y siete, Abia. —El señor a su izquierda dejó varios billetes y monedas en la barra—. ¿Todo de tu agrado?

—Como siempre. Nunca defraudas, Rah —dijo Abia antes de hacerle un asentimiento y retirarse.

La guerrera durmiente: la maldición ? [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora