No cabía duda de que encajaban a la perfección y ?cómo no hacerlo? Si ambos eran "Tal Para Cual".
--Fuí creado para amarte y eso planeo hacer por el resto de mi vida.
?Omegaverse
?Pareja Principal:
?YoonMin
?Parejas Secundari...
--Oh, señor Min. Que bueno que llega. -dijo la chica, una vez estuvo frente a él --Su esposo despertó y preguntó por usted.
--¿Qué? ¿Cuándo? -demandó saber. No se perdonaría haber estado durmiendo mientras Yoongi esperaba por verlo.
--¡Oh! apenas hace unos minutos. En este momento voy a llamar a los demás familiares.
Jimin se acercó anhelante y a paso veloz hasta la habitación donde lo esperaba el alfa. Sentía que su corazón se saldría de su pecho de seguir latiendo de esa forma.
Notó la puerta entre abierta y ladeó su cabeza con extrañesa acercándose tan solo unos pasos más cuando, de repente, escuchó una voz que paralizó su cuerpo por completo.
Y ahí lo vió.
Sungwoon estaba de espalda y lograba ocultar el rostro de Yoongi pero sí le era posible ver cómo la pálida y un poco magullada mano de su esposo envolvía la del omega pelinegro.
El rubio no era conciente de que su rostro volvía a llenarse de lágrimas y es que ¡diablos! Había llorado más en unos pocos días que en toda su vida.
Se sentía como un maldito llorón pero eso no importaba cuando su corazón parecía quebrarse como si de un frágil cristal se tratase.
--Eres un estúpido, Jimin. -se reprendió así mismo al llegar a la errónea conclusión de que a quién Yoongi había pedido ver era a su primer amor y que, obviamente, la enfermera supuso que se trataba de él.
Con el corazón herido y sintiendo su orgullo en el suelo, se marchó del hospital. Si bien hasta hace unos segundos necesitaba estar cerca del mayor, en ese momento lo único que quería era poner tanta distancia entre ellos como le fuera posible.
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El rubio llegó a la mansión Park con un dolor en su corazón casi insoportable. Limpió con enfado las lágrimas que insistían en salir de sus ojos y maldijo mil veces todos los sentimientos que Yoongi había despertado en él.
Odiaba sentirse así de vulnerable, tan triste y sobre todo, odiaba no poder odiar al pálido por ello. Porque es que ¿Acaso no existe una frase estúpida que asegura que uno no elige de quién enamorarse?
Maldita sea la hora en la que su corazón decidió latir por ese imbécil que había entregado su corazón a otra persona.
Buscó entre sus cosas su pasaporte. Lo había decidido ya.
Iba a marcharse de Corea de una vez por todas.
--¡Maldita sea! -exclamó enojado al no dar con lo que buscaba. Soltó un sollozo cuando recordó que su padre le había quitado el pasaporte meses atrás para asegurarse de que no escapara otra vez.