Mientras esperaba a que la señora Myoui llegara a la biblioteca, Chaeyoung se dedicó a estudiar el globo terráqueo. Suspendido dentro de una estructura de bronce pulido, era tan grande como una pelota hinchable y tenía incrustaciones de gemas semipreciosas. Era bastante ostentoso. Calculó que con el dinero que costaba aquella cosa podía comprarse un coche de los buenos.
Era curioso cómo te hacía cambiar de perspectiva el tener o no tener dinero. Cuando recordó el montón de artilugios innecesarios y apenas estrenados que guardaba en la Caja de Juguetes, reconoció que no podía criticar demasiado a Jackson por tener un globo terráqueo de lujo que se podía permitir de sobra.
Chaeyoung se acercó a las puertas de la biblioteca cuando oyó que se abrían.
Esperaba poder echar un primer vistazo a la señora, pero en lugar de ella, quien apareció fue el impasible Benedic.
Fue directo hacia Jackson y le tendió una bandejita de plata. En ella había un frasco de farmacia con pastillas y un vaso de agua. Jackson tomó una píldora y se la tragó con ayuda de tres sorbos de agua. Mantuvieron una breve conversación en mandarín y después Jackson le dijo a Chaeyoung:
—Ahora que tenemos aquí a Benedic, ¿quiere que le sirva algo?
Chaeyoung negó con la cabeza.
Jackson levantó la mirada hacia el chico chino y le indicó que podía retirarse con un educado:
—Nada más. Gracias.
Benedic y la señora Myoui coincidieron en la puerta abierta. Él se apartó para que ella pudiera entrar en la biblioteca, a continuación desapareció y cerró la puerta de doble hoja tras de sí. Pero a Chaeyoung ya no le importaba lo que hiciera Benedic. Estaba concentrado en la señora Myoui. Mina, se llamaba.
No emitía vibraciones lunáticas. De hecho, parecía totalmente equilibrada y en pleno control de sus facultades. No miró en dirección a Chaeyoung, a pesar de dibujar una silueta gracias a la gran cantidad de luz que se colaba por los enormes ventanales. En lugar de eso, atravesó la sala y se acercó hacia donde estaba sentado su marido, en la silla de ruedas. Le colocó una mano en el hombro, se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
Cuando se separaron, Jackson dijo:
—Mina, te presento a la señorita Son Chaeyoung.
Como había obviado su presencia hasta ese momento, Chaeyoung se sorprendió al ver que caminaba hacia ella con la mano derecha extendida.
—Hola, señorita Son. Encantada de conocerle.
Ella también alargó el brazo y se dieron la mano. Igual que el apretón de manos de su marido, el de Mina fue seco y firme. El saludo de una mujer de negocios.
Chaeyoung limitó su saludo a un simple:
—Hola.
Ella dejó caer la mano pero mantuvo el contacto visual.
—Gracias por venir. Ha salido esta misma mañana, ¿verdad?
—Ya hemos hablado de eso —comentó Jackson con tono divertido.
—Vaya, lo siento. Le preguntaría por el largo trayecto hasta aquí, pero supongo que también lo han comentado.
—Sí —contestó Chaeyoung.
—Bueno, entonces es hablar por hablar, ¿no?
Chaeyoung no iba a contestar a eso y arriesgarse a meter la pata.
Ella continuó:
—Estoy segura de que ya le han ofrecido algo de beber.
—Sí, gracias. No quiero nada.
—Si cambia de opinión, dígamelo.
A lo mejor les faltaba un tornillo o dos, pero no cabía duda de que sus modales eran impecables.
—Siéntese, por favor, señorita Son.
Ella tomó asiento en el sofá más cercano a la silla de su marido.
Chaeyoung no había tenido tiempo de hacer conjeturas sobre cómo sería la esposa de Jackson, pero si hubiera tenido que definir su primera reacción, habría dicho que era de sorpresa. No había nada en el apretón de manos o en la mirada fija y directa de la mujer que pudiera interpretarse como nervios, coqueteo o timidez. Ni parecía avergonzada del tema sobre el que iban a conversar. Tranquilamente podrían haberse puesto a hablar de cómo limpiaban la alfombra.
Tampoco actuaba de forma sumisa ni intimidada, como si el asunto fuera algo que su marido hubiese ideado para su propia satisfacción y a lo que ella hubiera accedido a regañadientes.
Chaeyoung no sabía qué esperaba encontrarse, pero fuera lo que fuese, La señora Myoui no era como se la imaginaba.
Vestía pantalones anchos de color negro y una camisa blanca sin mangas con olanes (creía que se llamaban así) cosidos en horizontal por toda la parte delantera. Era como una camisa de esmoquin. Llevaba unos zapatos negros de tacón bajo, un reloj funcional, una sencilla alianza de bodas. Algunos jugadores del equipo de béisbol llevaban joyas con diamantes mucho más grandes que los que lucía ella.
Tenía el pelo negro y corto hasta los hombros. Algo... Lacio. Chaeyoung imaginó que debía de ondularse un poco si es que lo llevaba más largo. Era más bien alta, esbelta y, a juzgar por sus bíceps desnudos, atlética. Quizá jugase al tenis. Seguramente practicaba yoga o pilates un par de veces por semana, o hacía alguna de esas tablas de ejercicios propias de mujeres para tonificarse y ganar flexibilidad.
Chaeyoung intentaba no mirarla fijamente, intentaba no contemplar las facciones de su cara con demasiado detenimiento, aunque la impresión general que tuvo fue que, si la hubiera visto en medio de la multitud, seguramente se hubiera fijado en ella. En nada se parecía a esas niñas tontas de Gangnam rellenas de silicona que solían encontrar por los clubs que ella frecuentaba con sus compañeros de equipo, tanto con los solteros como con los casados. Sin embargo, la señora Myoui tampoco parecía una mujer casera. Ni por asomo.
Y otra cosa, parecía lo bastante sana para tener un hijo. Y lo bastante joven también, si no se demoraba demasiado. Debía de rondar los treinta y cinco años.
Chaeyoung se sentía extraña, allí de pie, en el centro de la estancia, con ellos dos mirándola como si esperaran que los entretuviera.
—¿Señorita Son? ¿Chaeyoung? —Jackson hizo un gesto con la cabeza hacia el sofá que había frente a ellos.
Chaeyoung se había prometido que, en cuanto tuviera la oportunidad, les diría:
«Gracias, pero no», y saldría corriendo. Sin embargo, se sentía tentada de quedarse. ¡A saber por qué! Bueno, para empezar, estaban los seiscientos mil dólares. La cifra tenía un halo alrededor que la hacía increíblemente atractiva.
Se acercó al sofá y se sentó. Miró directamente a la señora Myoui y dijo:
—Su marido me ha dicho que usted está de acuerdo. ¿Es cierto?
—Sí.
Ni un ápice de duda. Ni un pestañeo.
—Está bien. Pero perdone que le diga que es...
—¿Poco ortodoxo?
—Iba a decir que es una auténtica locura. Que un tipo le pida a una chica con miembro masculino y «pague» para que se acueste con su mujer...
—No es para que se acueste con ella, señorita Chaeyoung. No con las connotaciones que eso tiene. Le pago para que la fecunde. Y por muy locura que le parezca, no es la primera vez que se hace. De hecho, aparece en las Sagradas Escrituras. Piense en el Génesis.
En la casa en la que se había criado Chaeyoung no había Biblia. Cuando empezó a ir a la escuela y le enseñaron lo que era la Alianza de la Lealtad, se asombró al oír que la expresión se usaba asociada a la palabrota «Dios». No tardó en darse cuenta de que «Dios» no sólo se empleaba para soltar juramentos.
De todas formas, se quedó de piedra al enterarse de que en la Biblia pudiera decirse algo así.
—Deseamos tener un hijo con todas nuestras fuerzas, señorita Son —le dijo ella.
—Hay otros métodos para que quede embarazada.
—Sí, claro que los hay. Pero nuestras razones para querer concebirlo así son personales y no deberían preocuparle.
—Pues me preocupan.
—Pues no deberían —repitió.
—Eh, entonces, ¿qué? Hacemos lo que tenemos que hacer, yo me marcho a casa y duermo con la conciencia tranquila. ¿Así de fácil?
—En pocas palabras, sí.
Chaeyoung se quedó mirando a Mina, preguntándose cómo podía hablar con tanta naturalidad de que ellas dos se acostaran juntas, mientras su marido estaba sentado a su lado y le daba la mano. Chaeyoung desvió la mirada hacia Jackson y el hombre pareció leerle el pensamiento.
—Antes de que te reunieras con nosotros, Mina, Chaeyoung me preguntó si... Bueno, si yo los observaría mientras realizaban el acto.
Ella mantuvo la mirada fija en su esposo mientras él hablaba. Pasaron varios segundos antes de que volviera a poner la mirada en Chaeyoung, y ella se ofendió al ver el ceño fruncido de la mujer.
—Oiga, no me mire así, ¡como si aquí la «pervertida» fuera yo!
—¿Le parece que es una perversión?
—Bueno, ¿cómo lo llamaría usted?
—¿Pensaría que somos unos pervertidos si le pidiéramos que donara un riñón? ¿O que donara sangre?
Chaeyoung se echó a reír.
—Hay una gran diferencia. Para donar un riñón no hace falta... tocarse —contestó sustituyendo rápidamente la palabra que le hubiera gustado decir—. Ni siquiera hace falta conocer a la otra persona.
—Por desgracia, la fisiología de la reproducción requiere «tocarse».
«¡Ahora resulta!», pensó. No hacía falta que ella sembrara la semilla personalmente para que el campo diera fruto.
Pero ya había hablado de eso con su marido. Jackson insistía en que quería que Mina concibiera de manera natural. Ella no parecía tener problemas éticos ni morales con el tema, así que ¿por qué era ella quien lo convertía en un impedimento? Chaeyoung se encogió de hombros mentalmente y decidió lo siguiente: si ellos querían que se la follara, pues se la follaría. No es que la mujer tuviera tres ojos o algo por el estilo.
Chaeyoung se dirigió a Jackson.
—¿Si nos damos la mano me da cien mil dólares?