Como Canela Para Torrejas
MatzBaru
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La noche había caído sobre el rancho De la Garza como un velo espeso. El aire olía a tierra húmeda, a maíz y a miedo. Desde la ventana de la cocina, Tita miraba fijamente el oscuro horizonte. No era miedo a la oscuridad lo que la inquietaba, sino al destino que su madre le había impuesto: vivir sin amor, vivir para servir.
Pero esa noche algo era distinto. En su corazón ardía una certeza.
Pedro no se iba a casar con Rosaura.
No esta vez.
El sonido de cascos en la lejanía hizo que el corazón de Tita se agitara como el agua al hervir. Se apartó del fogón, se limpió las manos con el delantal y salió corriendo al jardín trasero, donde la luna bañaba los surcos de la tierra en plata.
Ahí estaba él.
Montado sobre un caballo oscuro, con la camisa desabrochada por el calor y los ojos encendidos como brasas.
-¿Estás lista, Tita? -preguntó Pedro, su voz temblando entre deseo y decisión.
-Desde que nací -respondió ella, y subió al caballo de un salto.