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CAP?TULO 7

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El cumpleaños de Amanda se acercaba. De hecho, era el próximo fin de semana, así que tenía tiempo de sobra para comprarle un buen regalo. El problema era que seguía sin hablarme, y me empezaba a preocupar que la cosa continuara así. Quería a mi mejor amiga de vuelta, y decidí que no iba a quedarme sentada a la espera de una solución.

Después de vestirme, bajé las escaleras y vi que mi madre estaba en una llamada.

—¡Sí, por supuesto! —apoyó su cadera en el borde de la encimera, y sus dedos trazaban las líneas oscuras del mármol falso—. Será lo de siempre, ¿no? ¿Nada distinto?

Me acerqué a la nevera y saqué zumo de naranja. Puse la oreja en su conversación mientras me servía un vaso.

—Vale, entonces perfecto. —Hizo una pausa—. Sí, con todo lo que hay que llevar este año iremos preparando todo.

¿De qué hablaba?

—¿Preparar el qué? —murmuré, y bebí un buen sorbo.

Me frunció las cejas y sacudió su mano para que me callara.

—Claro, hay que tenerlo en cuenta —asintió, mirando desinteresadamente los cubiertos del fregadero—. Ah, y que no se te olvide mirar la previsión del tiempo, que el año pasado se fastidió un poco.

Mientras tanto, hurgué en el cajón de los dulces por si quedaba alguno. Mi madre compró rollitos de anís un par de días atrás, debían de quedar.

—Bien, quedamos en eso. —Guardó silencio unos segundos y luego se despidió—. Bueno Martha, luego hablamos. ¡Chao!

Dejé de buscar dulces y levanté la mirada hacia ella. Martha era la madre de Amanda. Cerré el cajón y la observé atenta.

—¿De qué hablabais? —pregunté.

Ella dejó su teléfono sobre la encimera.

—Del cumpleaños de Amanda —aclaró—. Deberíamos de empezar a empacar, hay muchas cosas que llevar este año.

Resultaba que todos los años, para celebrarlo, nos íbamos un fin de semana al campamento St. Graham Coast. Era un espacio amplio situado en los bosques del sur de Shelber Ore, con varias cabañas de diferentes tamaños y con zonas comunes para hogueras, juegos y comidas. También estaba habilitada una pequeña montaña para acampar, y la costa estaba a veinte minutos andando.

Terminé mi vaso de zumo y lo fregué.

—Ahora que la mencionas, iré a su casa.

De reojo, vi la mirada extrañada que me lanzó mientras rebuscaba en un armario. Ella era consciente del momento tenso en el que Amanda y yo estábamos, y no se esperaba que dijera algo así.

—¿Y eso? —Sacó la caja de infusiones.

Sequé el vaso y lo guardé. Me giré hacia ella.

—Es que quiero acabar con esto —resoplé, cruzando mis brazos—. No quiero que llegue el fin de semana y estar de morros con ella en su cumpleaños. Sería horrible.

Su rostro se contrajo en una mueca de «es entendible». Puso a calentar agua en una tetera.

—Es normal, cielo —murmuró, añadiendo cucharadas de té en polvo—. Pero tampoco te agobies si sigue sin querer hablar contigo. Esas son cosas que pasan, y lo importante es que tú hayas intentado todo lo que está en tu mano por solucionarlo, ¿de acuerdo?

Asentí.

Amanda era mi mejor amiga y la quería demasiado como para soportar ese mal rollo entre nosotras. Ya me pasó con Daniel, y no me gustaba nada la posibilidad de que mi relación con ella podía estar yendo por el mismo camino.

EN LAS ARISTAS DEL TIEMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora