Severus lamentó no haber hecho nada en su vida más que ser el conejillo de indias de Voldemort y Dumbledore. Creía que si tuviera una "segunda oportunidad" podría empezar de nuevo su vida, pero esta vez estaría lejos de los problemas que lo rodea. P...
-¡Por la barba de Merlín! -gritó, asustadísimo, el profesor Silvanus Kettleburn-. ¡Hagrid...! ¿Dónde estás? -clamó con desesperación, mientras giraba sobre sí mismo buscando entre los árboles.
Pero no hubo respuesta.
Desde lo profundo del Bosque Prohibido, los gruñidos y chillidos de otras criaturas comenzaron a escucharse. Algo se movía... y el tiempo corría en su contra.
Derepente...
-Aaaaaah!!
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-¡Oh, por Merlín! ¿Dónde se ha metido el profesor Kettleburn? -se preguntó a sí mismo Hagrid, mientras inspeccionaba los alrededores del Bosque Prohibido, ya que el profesor de Magizoología no se encontraba por ningún lado.
«Bueno, no hay de otra. Tengo que seguir el camino y salvar al muchacho lo antes posible. Además, el profesor Kettleburn puede cuidarse solo» pensó Hagrid mientras siguió su camino.
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El público no quería mirar. Estaban paralizados por el miedo, atrapados en un silencio inquietante que se extendía como una sombra por todo el coliseo. Pero entre todos, quien más destacaba por su angustia era el menor de los Black. Regulus se aferraba con desesperación a la baranda, con los nudillos blancos por la fuerza con la que se sujetaba, como si eso pudiera impedirle lanzarse al vacío para ir en auxilio de su hermano. Pero no podía hacerlo. A qué costó?
Pues una barrera mágica, invisible pero poderosa, separaba a los estudiantes del área de combate. Era una medida de seguridad impuesta por el Ministerio y reforzada por los profesores: solo el personal autorizado podía cruzarla. Esa protección, pensada para cuidar a los alumnos, se sentía ahora como una cruel condena para Regulus, que solo podía observar con impotencia mientras su hermano Sirius se enfrentaba al peligro.