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Capítulo 2. Un café, una escritora y un actor

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El burbujeo de la cafetera es lo único que me acompaña mientras intento asimilar la locura de ayer

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El burbujeo de la cafetera es lo único que me acompaña mientras intento asimilar la locura de ayer.

Resumen ejecutivo de la situación:

1. Mi exprofesora me ofreció un trabajo misterioso.
2. Yo, en un arrebato de valentía (o estupidez), envié mi manuscrito.
3. Desde entonces, nada. Cero noticias. Ni una carita sonriente. Ni un "te avisamos". Absolutamente nada.

Voy a morir en la incertidumbre.

Miro mi taza de cerámica con la huella de un gato. Está vacía. Lo cual, en mi estado emocional actual, es una tragedia griega.

El silencio matutino es breve en esta casa, y mi tranquilidad dura exactamente cinco segundos antes de que el huracán familiar haga su entrada.

—¿Entonces? —pregunta mi madre, entrando en la cocina con mi abuela pisándole los talones.

—¿Entonces qué? —repito, sin entender nada porque todavía no termino de despertar.

Milo, mi gato y jefe supremo de esta casa, camina con toda la elegancia del mundo y se enrosca entre mis piernas antes de saltar ágilmente a la mesa. Se estira con pereza, bosteza y me observa con ojos de "humana, haz algo útil con tu vida".

—¿Vas a aceptar lo que te ofrezcan? —insiste mi abuela, hojeando su infaltable revista de chismes, su bien más preciado después de su colección de telenovelas grabadas.

—Suena demasiado bueno para ser real —respondo, como la persona sensata que claramente no soy.

—Tal vez es obra del destino —dice mi madre mientras saca un sartén—. Tu momento de brillar.

—O tal vez es una trampa y voy a terminar vendiendo cremas milagrosas en una esquina.

Mi mamá suelta una risita.

Yo tuerzo los labios. Milo me ignora.

La vida sigue su curso.

Sirvo café en mi taza y me dejo caer en la silla como si mi esqueleto hubiera decidido rendirse.

—¿Por qué tienes esa cara? —pregunta mi madre, sacando unas salchichas del refrigerador.

—Porque creo que me metí en un lío —respondo, sintiendo cómo el agobio me envuelve en un abrazo poco reconfortante.

Ella arquea una ceja y empieza a cortar las salchichas con precisión quirúrgica.

—¿Qué tan grande? ¿Del tipo "me hice un flequillo después de una crisis existencial" o "me uní a una secta sin darme cuenta"?

Dejo caer la cabeza sobre la mesa.

—Del tipo "creo que acabo de firmar un pacto con el diablo".

Mi abuela sigue sumergida en su revista, sin inmutarse. Mi madre, en cambio, sigue con su interrogatorio sin siquiera girarse.

Como (no) enamorarse de un actor | #ONC2025Donde viven las historias. Descúbrelo ahora