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Reencuentros

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El salón tenía esa luz tenue y cálida que hacía que todo pareciera más bonito de lo que era. Las copas chocaban, la gente reía, y la música flotaba en el aire. Martin se desabrochó un botón de la chaqueta mientras se acercaba a la barra. Necesitaba un respiro. 

Pidió un whisky. Lo giró en la copa antes de darle un sorbo, dejándolo arder un poco en la garganta. No es que no estuviera contento por Lucía y Diego, pero las bodas siempre le despertaban cosas raras. Y esta, en particular, tenía demasiados recuerdos asociados. 

—No esperaba verte aquí. 

Esa voz. 

Martin se quedó quieto un segundo antes de girarse. Y ahí estaba Juanjo, apoyado contra la barra como si estuviera tomándose una caña en cualquier terraza de Madrid. Solo que habían pasado diez años. Tenía el pelo más corto, alguna que otra cana en la sien y la misma manera de mirarlo, como si aún pudiera leerle los pensamientos. 

Martin carraspeó y forzó una media sonrisa. 

—Lucía me insistió. Ya sabes cómo es. 

Juanjo levantó una ceja. 

—Sí, imposible decirle que no. 

Se quedaron callados un momento. No de esa manera incómoda que pide conversación, sino de esa que pesa. Diez años sin verse y, sin embargo, ahí estaban. 

Martin le dio otro trago al whisky antes de soltar lo inevitable: 

—Has cambiado. 

Juanjo lo miró un segundo antes de asentir. 

—Tú también. 

La música seguía, la gente seguía riendo, pero el tiempo entre ellos pareció detenerse. Como si todo lo demás importara un poco menos. 

El silencio entre ellos no era incómodo, pero sí denso. De esos que dicen más de lo que deberían. 

Juanjo pidió un gin-tonic y le dio un sorbo antes de mirarlo de nuevo. 

—¿Cómo te va? —preguntó, como si fuera una conversación cualquiera y no la primera en diez años. 

Martin exhaló una risa corta y negó con la cabeza. 

—Directo al grano, ¿eh? 

—No tiene sentido andarnos con rodeos. 

Martin se apoyó en la barra, girando la copa entre los dedos. 

—Bien, supongo. Trabajo, vida... ya sabes. ¿Y tú? 

Juanjo ladeó la cabeza, como si valorara la pregunta antes de responder. 

—Podría decirte que bien, pero sería una mentira a medias. 

Martin lo miró de reojo, con esa mezcla de curiosidad y cautela que siempre había sentido por él. 

—¿Tan mal? 

—No. Pero tampoco perfecto. 

Martin asintió. Entendía el sentimiento. 

Un golpe de carcajadas a su derecha lo sacó un poco del momento. Se giró para ver a un grupo de amigos de la universidad, algunos demasiado borrachos, otros demasiado nostálgicos. No pudo evitar preguntarse si ellos también guardaban heridas sin cerrar. 

—¿Te acuerdas de la boda de Álvaro? —preguntó de repente Juanjo, sonriendo un poco. 

Martin soltó un resoplido. 

—¿Cómo olvidarlo? Nos colamos en la bodega de vinos y casi nos pillan. 

—Casi no, nos pillaron —corrigió Juanjo, alzando una ceja—. Lo que pasa es que tú lograste escaparte. A mí me tocó aguantar el sermón del abuelo de Álvaro. 

Fragmentos de realidad || Juantin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora