???????? / STEVE ROGERS?
?El deber es la muerte del amor?
En plena Segunda Guerra Mundial, Ivanka Blanchett, una espía francesa tan letal como brillante, se ve obligada a colaborar con el idealista Capitán América. Entre fuego...
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1940 PARÍS, FRANCIA. La bruma gris de París parecía un reflejo del ánimo de Ivanka Blanchett. Afuera, la ciudad se retorcía bajo el miedo y la incertidumbre, pero dentro de su pequeño apartamento, solo el humo del cigarrillo que sostenía entre sus dedos rompía la quietud. Ivanka inhaló profundamente, dejando que el humo llenara sus pulmones, reteniendo esa sensación tóxica que parecía apagar su ansiedad, al menos por un instante. Lo soltó en una nube pálida que se disipó frente a la ventana entreabierta.
Era un hábito reciente, nacido del caos de los últimos días. Cada calada era una fuga, una pequeña rebeldía contra el mundo que se desmoronaba. Miraba hacia las calles apagadas de París, sus luces débiles y las sombras que danzaban en las esquinas, como si la ciudad misma agonizara bajo el peso de la ocupación inminente.
Pensaba en sus padres, Michael y Apollonia Blanchett. Eran apenas recuerdos borrosos, fragmentos de una infancia truncada. Agentes del Servicio Secreto Francés, héroes que habían dado su vida por su país, por ella y por Juliet, su hermana menor. Decían que habían muerto como mártires, pero en su mente se preguntaba si ese sacrificio había valido la pena. Francia se desmoronaba, y su lucha parecía cada vez más inútil.
La invasión alemana ya no era una amenaza; era una realidad que acechaba como una tormenta en el horizonte. Ivanka había intentado detenerla. Seis años de su vida se habían consumido en las sombras, infiltrándose entre las filas enemigas, usando su astucia y sus encantos para obtener información de los hombres más poderosos del Tercer Reich. Había extraído secretos de generales, desenmascarado conspiraciones, y eliminado a aquellos que representaban un peligro directo. Su vida había sido un juego constante de engaños y traiciones.
Pero cuando regresó a Francia y presentó su informe, sus advertencias fueron ignoradas. Los altos mandos la vieron como una espía más, una mujer cuyas tácticas poco ortodoxas la convirtieron en objeto de desprecio. La trataron como una aventurera, una mentirosa. El plan que propuso para enfrentar a los nazis fue desestimado, y ahora Francia pagaba el precio de esa arrogancia.
El timbre del pequeño apartamento sonó, y la voz de su hermana rompió el silencio.
—Hemos perdido la batalla —anunció Juliet, su rostro pálido y sus manos temblorosas mientras cerraba la puerta detrás de ella—. El gobierno está desesperado. No hay ningún plan que pueda salvarnos de la invasión.
Ivanka dejó caer la colilla del cigarrillo por la ventana, observando cómo caía lentamente hacia la calle vacía.
—¿Por qué no me sorprende? —murmuró, su voz cargada de amargura—. Si tenemos suerte, Francia caerá en días. Si no, solo serán horas antes de que los nazis desfilen por nuestras calles.
—Los aliados están abandonando a Francia. Las fuerzas del norte están siendo evacuadas. Muchos soldados son capturados y exterminados. Los británicos están huyendo, dejándonos a nuestra suerte —Juliet apretó los labios, luchando por contener las lágrimas.