?Por qué Sunoo le está mirando los abdominales a mi hermano?
- Historia completamente de mi autorización.
- No se admiten copias ni adaptaciones sin mi consentimiento.
- Fluff and Funny.
- Si no te agrada este tipo de historias o ships te invito a q...
El resto de la tarde transcurrió como un sueño raro del que Sunoo no lograba despertar. Todo era color, ruido y risas. El sol pegaba sin misericordia, haciendo brillar cada gota de agua en el aire como si fueran diamantes. A ratos, Sunoo se sentía como un espectador en su propia vida, flotando entre conversaciones que no podía seguir, sonrisas que no podía corresponder, y miradas que temía devolver.
Pero, aun así, ahí estaba. No se había ido. No había escapado. Y eso ya era un acto de valentía.
—¡Vamos a jugar a captura la bandera! —gritó alguien cerca del DJ.
Un grupo comenzó a reunirse en la zona de césped, donde los organizadores habían delimitado dos campos con sogas rojas. Al parecer, habían dividido a todos los asistentes en dos equipos. Nadie podía negarse: si estabas cerca, jugabas. Punto.
Sunoo intentó retroceder.
—Ni lo sueñes —le advirtió Chaewon, tomándolo del brazo—. Ya estás aquí. Ya lo lograste. Un jueguito no te va a matar.
—Literalmente podría... —susurró él, viendo a lo lejos cómo algunos chicos se quitaban hasta la toalla y se preparaban como si fueran a entrar en una batalla militar.
Entonces escuchó el nombre.
—Sunghoon, te queremos en el equipo azul.
El corazón de Sunoo se encogió. Otra vez.
Sunghoon sonrió de medio lado y caminó hacia su equipo. Su cuerpo se movía con una elegancia natural que no parecía consciente. Como si no supiera lo atractivo que era. O peor: como si sí lo supiera, pero no necesitara alardear.
Y como si el universo disfrutara de torturar a Sunoo, la siguiente voz gritó:
—¡Sunoo! ¿Eres tú? ¡Necesitamos uno más en el rojo!
Sunoo dio un paso atrás.
—No, gracias, yo solo...
Pero ya era demasiado tarde. Yujin lo empujó suavemente con una sonrisa inocente.
—Vamos, será divertido. Y no digas que no cuando acabas de mirar abdominales ajenos durante cinco minutos.
Sunoo sintió las piernas temblarle mientras avanzaba hacia el grupo. Los latidos del corazón eran tan fuertes que parecía que lo estaban amplificando por los altavoces del DJ.
Esto es una pesadilla. Una pesadilla con gente bonita y camisetas mojadas.
Lo ubicaron en una esquina del equipo rojo, dándole una banda elástica para ponerse en la cabeza. A su lado, un chico alto le explicó rápidamente las reglas: cruzar al otro lado, tomar la bandera sin ser atrapado, volver sano y salvo.
Sunoo asentía, aunque no escuchaba nada. Porque justo al otro lado del campo, lo estaba mirando él.
Sunghoon.
Y no era como antes. Esta vez, la mirada no era accidental. Era directa. Sostenida. Intensa.
Sunoo sintió que todo el sol de la tarde se concentraba en su rostro.
—¿Lo conoces? —preguntó el chico a su lado, notando su mirada clavada.
—¿A quién?
—Al tipo de allá. El del azul. Te está viendo, bro.
—No, no... seguro está viendo a alguien más.
—Mmm... si tú lo dices.
La música sonó más fuerte, anunciando el inicio del juego. Gritos, silbidos, carreras. Todo el mundo se dispersó por el campo. Sunoo intentó correr hacia el centro pero fue atrapado al instante por un chico con brazos de acero que solo sonrió y le dijo: “Lo siento, guapo. Regresa a tu lado.”
Chaewon estalló de risa desde la línea lateral.
—¡Míralo! ¡Ya estás conquistando enemigos, Sunoo!
Él se tapó la cara con ambas manos. Quería que la tierra lo tragara.
Pero al menos, por un momento, se rió.
El juego avanzó por varios minutos. Algunos caían, otros se deslizaban por el césped como si fueran atletas olímpicos. En uno de esos cambios rápidos de lado, Sunoo se encontró frente a frente con Sunghoon. Literalmente. Había corrido hacia un arbusto a medio campo y al rodearlo, chocó con alguien más.
Y fue él.
Cuerpo con cuerpo.
Sol con sol.
Sudor con agua.
—¿Estás bien? —preguntó Sunghoon, con la voz profunda y serena.
Sunoo no pudo responder. Solo lo miró. De cerca, Sunghoon era aún más impactante. Tenía pecas suaves apenas visibles sobre la nariz, una cicatriz pequeña en la ceja izquierda, labios que parecían naturalmente rosados.
Y lo peor... esos ojos. Negros. Serios. Hermosos.
—Sí. Digo, sí. Perdón. Yo iba a... la bandera... y... el... arbusto...
Sunghoon soltó una pequeña risa.
—No te preocupes. Fue culpa mía. No te vi venir.
Un silencio breve.
Incómodo para uno. Cómodo para el otro.
Sunghoon dio un paso atrás, pero antes de irse, dijo:
—Eres amigo de mi hermana, ¿verdad? Yujin.
—Sí. Soy... Sunoo.
—Ya sé. Te vi antes.
Y con eso, se alejó. Volvió al juego. A su mundo. A su gente.
Pero Sunoo se quedó ahí. Quieto. Con el corazón colgando como una bandera propia.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.