抖阴社区

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‎-Baile, baile y más baile... odio los malditos bailes -murmuraba Astrid entre dientes mientras se ajustaba el vestido que Niklaus le había dado para la fiesta de esa noche.

‎Se miró al espejo con fastidio y suspiró.

‎-Estoy seriamente considerando pedirle que le arranque el corazón otra vez a su mamá muerta de mil años... así al menos se cancela el maldito evento.

‎En ese momento entró una joven especializada en diseño, con el brillo de la admiración encendida en los ojos. Apenas posó la mirada sobre el vestido, quedó hipnotizada. Se acercó en silencio, con una reverencia casi sagrada, y comenzó a ajustarle con delicadeza cada pliegue del tejido, como si estuviera tocando una obra de arte viviente.

‎El vestido era una auténtica pieza de alta costura: largo, ceñido al cuerpo con una elegante silueta de sirena que realzaba cada línea de su figura. Su diseño evocaba los vitrales de antiguas catedrales góticas -formas geométricas, arabescos sagrados y un patrón tan meticuloso que parecía tallado en luz.
‎Los tonos iridiscentes se fundían entre sí: azul profundo, verde esmeralda, burdeos intenso y destellos de dorado metálico que atrapaban la luz como si se tratara de fragmentos de vidrio sagrado.

‎La superficie del vestido estaba cubierta por pedrería, lentejuelas y bordados colocados con precisión de orfebre, creando un mosaico visual que respiraba devoción artística. El escote, asimétrico, dejaba un hombro al descubierto, añadiendo un contraste perfecto entre sensualidad y elegancia. Y desde la espalda, una cola tipo capa caía con suavidad, ondulando como un vitral que cobra vida al ritmo del paso.

‎Visto de cerca, no era solo un vestido. Era una manifestación de arte sacro bordada en tela.

‎-Creo que Nik se pasó con este vestido... -murmuró la rubia, observándose en el espejo con una mueca-. No sé, tal vez finja estar enferma.

‎La diseñadora la miró, horrorizada, como si acabara de decir una blasfemia.

‎-¡¿Qué estás diciendo?! El vestido es precioso. Tienes que llevarlo al baile, todos se van a quedar boquiabiertos -dijo, tratando de animarla con una sonrisa entusiasta.

‎Astrid rodó los ojos y asintió con desgano, sin ganas de seguir discutiendo el tema.

‎Tardó unos diez minutos en quitarse el vestido y, ya con su ropa habitual, salió de la habitación. Caminó hasta la sala principal, donde se encontraban los cuatro vampiros originales. Estar rodeada de ellos la hacía sentir algo incómoda; todavía no se acostumbraba del todo a su presencia.

‎Kol se miraba en el espejo, ajustándose el traje de estilo siglo XX mientras el diseñador trabajaba en la parte trasera.

‎En una esquina, Finn esperaba en silencio mientras le tomaban la medida del pantalón.

‎Elijah, ajeno a todo, hojeaba un libro con su habitual aire tranquilo

‎-Hola, Astrid. Ven, siéntate a mi lado -la saludó Rebekah con una sonrisa amigable, mientras alguien le pintaba las uñas con calma.

‎-Claro -dijo Astrid, sentándose junto a Rebekah. Justo entonces, una mujer apareció y comenzó a limarle las uñas-. Me gusta este servicio... y sin tener que gastar el dinero de Nik.

‎Rebekah la observó con curiosidad.

‎-Estás muy unida a Nik -comentó con una media sonrisa.

‎-Klaus es como mi papi no biológico... -respondió Astrid, y luego frunció el ceño-. ¡Ey, cuidado con la uña! -le advirtió a la manicurista.

‎En ese momento, el gato de Astrid entró en la sala con la cola en alto, moviéndola con elegancia felina. Sin embargo, nadie pareció prestarle atención.

‎-Rebekah, dime lo guapo que soy -dijo Kol, con su típica arrogancia teatral.

‎-Ay, Kol, sabes que no puedes hipnotizarme -respondió ella sin apartar la vista de sus uñas recién pintadas.

‎Astrid soltó una risa divertida ante la respuesta, y para su sorpresa, también escuchó una pequeña risa proveniente de Finn. Intrigada, lo miró de reojo. Había algo en él que le parecía atractivo, en especial esa expresión tranquila y reservada. Pero, sin saber por qué, su mirada volvió a desviarse hacia Kol... justo en el momento en que él la observaba con seriedad. El instante fue breve. Su sonrisa sádica regresó de inmediato, como si jamás hubiera mostrado otra cosa.

‎-Astrid, dime lo guapo que soy -dijo Kol una vez más, con ese tono arrogante que le era tan natural.

‎La humana esbozó una sonrisa ladeada. No podía negar que era guapo, pero tampoco pensaba decírselo en voz alta. Ya tenía el ego demasiado inflado.

‎-A mí tampoco puedes hipnotizarme, Kol -respondió con indiferencia, mientras observaba sus uñas recién limadas.

‎La bola de felino saltó al regazo de Astrid, se acurrucó y volvió a dormir. Pero en ese mismo instante, Niklaus irrumpió en la sala principal, desbordando furia.

‎-¿Atacaste a Elena? ¿¡Qué demonios te pasa!? -espetó Nik, avanzando a grandes zancadas hacia Rebekah.

‎-Ya era hora -respondió ella con una sonrisa desafiante, sin un atisbo de temor.

‎-¿Quieres terminar con otra daga en el corazón? -advirtió Nik con voz amenazante.

‎-¿Otra vez con lo de la daga? Cambia el disco, hermano -intervino Kol con desdén, cansado de escuchar la misma amenaza. Se dejó caer con aire despreocupado sobre el reposabrazos de la silla más cercana.

‎Klaus giró la cabeza para mirarlo con fastidio.

‎-Tú vuelve a mirarte en el espejo - espetó antes de volver a centrar su atención en Rebekah.

‎-¿Quién te crees? ¿Mi padre? -espetó Kol, echando más leña al fuego con una sonrisa cínica.

‎-No, Kol. Pero sigues estando en mi casa -respondió Klaus con firmeza, sin apartar la mirada ni por un segundo.

‎-Pues si te molesta tanto, salgamos a la calle -replicó Kol, levantándose con calma pero con evidente intención, colocándose frente a su hermano para igualar la tensión.

‎Astrid observó el intercambio con atención. Notó, casi con sorpresa, que Kol era ligeramente más alto que Klaus... aunque eso no hacía que la atmósfera entre ellos fuera menos explosiva.

‎Justo cuando la tensión amenazaba con explotar, una voz femenina interrumpió con autoridad.

‎-¡Basta! -exclamó la mujer, su tono firme cortó el aire. Sus ojos se clavaron en los dos hombres-. Niklaus, ven. Tenemos que hablar.

‎Astrid no la conocía, pero no necesitó mucho para adivinar quién era: la bruja original, la madre de los Mikaelson.

‎Kol sonrió con arrogancia, disfrutando del momento, mientras Astrid sintió una presencia distinta, pesada, fija sobre ella. Al voltear, se encontró con la mirada directa de Esther.

‎La humana alzó una ceja, sin apartar la vista. No pensaba ceder terreno, y aquella silenciosa confrontación solo intensificó la atmósfera densa de la sala.

‎Niklaus rompió la tensión al dar un paso hacia su madre. Sin decir más, se alejó con ella, dejando a los demás envueltos en el eco de lo que casi fue una pelea.

‎No era la primera vez que una bruja la miraba con desdén. Astrid lo había aprendido con el tiempo: el poder que llevaba dentro no solo despertaba intriga, también temor. Las brujas podían olerlo, aunque no pudieran nombrarlo.

‎-¿Hace cuánto conoces a nuestro hermano? -preguntó Rebekah, rompiendo la tensión que aún flotaba en el ambiente.

‎Astrid soltó un suspiro, desviando la mirada hacia su felino, que dormía plácidamente en su regazo, ajeno a la confrontación que momentos antes casi sacudía la sala.

‎-Ya lo dije: llevamos un buen tiempo juntos -respondió con calma, sin dignarse a mirar a Rebekah.

‎-¿Y por qué sigues viva? No eres inmortal... y por lo que veo, tampoco una bruja como tal -insistió la rubia, incapaz de ocultar su curiosidad.

‎-Prácticamente lo soy -contestó Astrid, ahora sí encontrando los ojos de Rebekah con firmeza-. Pero no como ustedes. Soy diferente. Y eso... es todo lo que necesitas saber.

La manicurista finalizó el trabajo en sus uñas y se retiró de la sala

‎-Y yo que pensaba que solo eras su juguete... -empezó a decir Kol, con su típico tono burlón.

‎-Termina esa frase, y te juro que pasarás otros cien años encerrado en un ataúd -lo interrumpió Astrid, fulminándolo con la mirada, visiblemente molesta de que hablaran así de Klaus. Para ella, él era prácticamente como un padre aunque no lo llamara como tal.

‎-Vaya, qué genio... Ahora empiezo a pensar que no solo eres su favorita, también su copia exacta. ¿Qué sigue? ¿Me vas a arrancar el corazón por respirar cerca de él?

‎Se inclinó ligeramente hacia ella con una sonrisa ladina.

‎-No sabía que la lealtad ciega venía con tanta furia embotellada. Fascinante.

‎-Déjala en paz, Kol. No la provoques, que su temperamento es incluso peor que el mío -advirtió Klaus al entrar de nuevo en la sala, esta vez solo.

‎El híbrido original se detuvo al notar algo fuera de lugar: su mascota, Winnie, acomodada plácidamente sobre el sofá.

‎-¡Astrid! -exclamó, alzando la voz-. ¿Cuántas veces te he dicho que no subas a Winnie al sofá?

‎-Pero si está en mis piernas -respondió Astrid con obviedad, señalando al felino con una expresión de "problema resuelto".

‎Klaus frunció el ceño, cruzándose de brazos con esa autoridad característica.

‎-No quiero sus pelos en mi sofá... y mucho menos sus pulgas.

‎La rubia alzó una ceja, indignada.

‎-Un momento -replicó, ofendida-. Winnie no tiene pulgas. El que probablemente tenga pulgas es tu hermano -añadió, señalando sin pudor a Kol.

‎Kol llevó una mano al pecho, fingiendo estar dolido.

‎-¡Qué acusación tan cruel! Y justo cuando empezaba a caerme bien...

‎-Bueno, si el sarcasmo fuera contagioso, ya estarías en cuarentena -disparó Valemont sin perder el ritmo.

Astrid estrechó a Winnie contra su pecho y se alejó de la sala, sin mirar atrás a los Mikaelson

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