//???? ?//??????? ???? ?? ?? ??? ???????
???:* ||???|| *:???
Vivir bajo el agua era un hechizo de ensue?o...
y una prisión hecha de corales y promesas rotas.
?????, hija del Rey del Océano, nunca eligió su destino.
De...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Los chicos insistieron más de lo que uno consideraría razonable. Estaban carcomidos por la curiosidad. Pero no consiguieron nada. Al menos no por mi parte.
—¡Oh, vamos! No se hagan los misteriosos —se quejó Dean, mirando primero a Bobby y luego a mí—. ¡Tú sabes algo! ¡Claro que lo sabes! —dijo señalando a Meridia con el dedo, acusador.
—¿Quieres que te lo diga? ¿Después de no darme mis días de descanso? —respondió ella, entre ofendida y burlona.
—¡Pero si te los di! —se defendió Dean con los brazos alzados.
—Claro... pero tuve que rogarte —dijo ella, rodando los ojos—. ¿Sabes qué? Es agotador escucharte. La verdad es que... Bobby me dio su bendición para casarme con Sam.
Sam, que acababa de beber agua, casi se ahoga con su propia saliva. Dean, por su parte, se quedó boquiabierto. Le sorprendió la noticia... aunque claramente no le creyó nada.
—¿Sam sabe que se van a casar? —pregunté con una sonrisa ladeada, divertida por el caos repentino.
—Ahora ya lo sabe —respondió Meridia, encogiéndose de hombros con una sonrisa satisfecha.
—¡Vamos, Elliz! Dime, puede ser crucial para el caso... —insistió Dean, volviendo a mí con una mirada suplicante.
—No, no lo es —intervino Bobby, cruzándose de brazos—. Deja a la pobre muchacha en paz.
—¡Entonces dame tú la información! —refunfuñó Dean, como un niño frustrado al que le negaron un dulce.
—No. Por favor, dame la información del caso... para eso viniste, ¿no? —dijo Bobby, mirándome con seriedad y luego volviendo la vista hacia Dean.
—Bien, bien... después seguiré insistiendo —cedió Dean con un suspiro, aunque su tono dejaba claro que no pensaba rendirse del todo. Había algo en su mirada, como si ya estuviera planeando otra forma de sonsacarme la verdad.
Pero si supiera...
Después de que les explicamos lo que sospechábamos —o mejor dicho, lo que ellos sospechaban— el ambiente se volvió más denso.
Porque para Meridia y para mí, todo era evidente.
Sirenas.
El rastro estaba allí, claro como el canto del mar. Pero el problema no era saber qué eran... sino quién era. Porque había algo que no podíamos ignorar: una norma sagrada.
No se mata a los humanos.
Por más tentador que pudiera sonar para algunas, por más profunda que fuera la herida, estaba prohibido.
Y sin embargo... alguien la había roto.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.