抖阴社区

Capítulo 4

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El aroma a comida recién hecha flotaba en el aire cuando llegamos al comedor. Mi tía había dispuesto la mesa con su cuidado habitual: mantel limpio, platos bien alineados y ese toque de velas encendidas que hacía parecer que todo era más formal de lo que en realidad era.

—Adelante, siéntense —dijo con una sonrisa, señalando las sillas.

Me senté frente a ella, y él tomó asiento a mi lado. Sentí su presencia demasiado cerca, como si el espacio que nos separaba fuera insuficiente.

—Bueno... —mi tía lo observó con interés—, ¿y cómo te llamas, joven?

Lo miré de reojo. No tenía idea de su nombre. Ni siquiera había pensado en preguntarlo... hasta ese momento.

Él dejó los cubiertos a un lado, apoyó un codo sobre la mesa con una elegancia estudiada y sonrió.
—Magnus Dragovich, a su servicio.

No pude evitar fruncir el ceño. Magnus. Dragovich. No era un nombre que sonara común, y en mis oídos tenía un peso extraño, casi peligroso.

Mi tía rió.
—Vaya, suena a nombre importante. Bueno, yo soy Lara Beaumont, tía de Eris. Como sabrás, tuve que cuidarla porque mi hermana... —bajó un poco la voz— murió en un accidente junto con su esposo.

—Sí, estoy al tanto de eso —respondió Magnus con tranquilidad perturbadora—. Nunca descubrieron quiénes fueron los culpables porque salieron huyendo.

Me quedé helada. ¿Cómo sabía eso?

—Ya veo que mi Eris ya te contó algo sobre su vida —dijo mi tía, sirviéndole más comida.

—No... —murmuré, casi sin voz. Mis manos apretaron los cubiertos bajo la mesa. Yo jamás le había contado nada.

Magnus se limitó a mirarme de reojo, con una media sonrisa que parecía decir "luego hablamos de esto", antes de volver a prestar atención a la conversación.

La cena continuó entre preguntas inocentes de mi tía: dónde vivía, a qué se dedicaba, si tenía familia cerca. Él respondía con fluidez, como si cada palabra estuviera diseñada para caerle bien. Mi tía reía ante alguna ocurrencia suya, y yo seguía en silencio, tratando de descifrar qué estaba tramando.

Cuando terminamos, mi tía se puso de pie con expresión cómplice.
—Bueno, yo me voy a descansar. Cualquier cosa... los dejo "solos".

Magnus inclinó la cabeza a modo de agradecimiento. Yo solo tragué saliva, sintiendo que la verdadera cena estaba por empezar... y que no tenía nada que ver con la comida.

El eco de los pasos de mi tía se fue apagando por el pasillo hasta que el silencio nos envolvió. Solo quedaba el sonido suave de las velas crepitando y el tictac del reloj de pared.

Me quedé mirando mi plato vacío, como si así pudiera evitar su atención, pero sabía que eso era imposible.

—Bueno... —su voz rompió el silencio con esa calma irritante—, parece que ahora sí podemos continuar con nuestra conversación pendiente.

Levanté la mirada. Sus ojos oscuros estaban fijos en mí, y la media sonrisa que llevaba me hizo sentir como si estuviera a punto de mover una pieza clave en un juego que yo ni siquiera entendía.

—No hay nada de qué hablar —le dije, intentando sonar segura.

Magnus apoyó un brazo sobre el respaldo de mi silla, inclinándose lo suficiente para invadir mi espacio.
—Oh, claro que lo hay, ratoncilla. —Sus palabras fueron lentas, medidas—. Aún no me has explicado por qué crees que puedo hacerle daño a tu tía.

—Porque irrumpes en casas ajenas como si nada —contesté, girándome apenas para poner distancia, aunque él no se movió.

—Te equivocas. —Su voz bajó, grave, casi un susurro—. Yo no hago daño... sin motivo.

—No te creo —solté, mirándolo directamente a los ojos.

Magnus no parpadeó. Su media sonrisa permaneció, como si hubiera estado esperando exactamente esas palabras.
—Fuiste tú quien descubrió quién soy, no tu tía —dijo con un tono que no dejaba espacio a interpretaciones—. Así que ella no tiene nada pendiente conmigo... pero tú sí.

Me removí en mi asiento, intentando no dejarme intimidar.
—Ya te dije que no diré nada. Ni siquiera soy capaz de hacerlo.

Me quedé sentada, observándolo de reojo, esperando que se alejara, pero en lugar de eso Magnus se puso de pie y rodeó la mesa con pasos lentos. Cuando estuvo frente a mí, se inclinó un poco y, sin previo aviso, tomó mi barbilla con firmeza.

Su toque me obligó a alzar la cabeza, y sentí la yema de su pulgar recorriendo lentamente mis labios. Mi respiración se aceleró al instante.

—¿Qué... qué estás haciendo? —pregunté, intentando apartarme.

—No quiero que seas la única que pueda ver algo que los demás no —respondió con voz baja, casi susurrando, pero cargada de intención.

—Idiota, ni se te ocurra... —alcancé a decir, apartando su mano.

Él solo rió, una risa grave y burlona.
—Prepárate para cuando nos volvamos a ver, pequeña.

—Jódete —escupí, sintiendo el calor en mis mejillas.

Su sonrisa se amplió, pero sus ojos no perdieron esa chispa oscura.
—Cuando te vuelva a ver, juro que te follare esa linda boquita tuya... para que dejes de decir esas cosas, pequeña ratoncita.

Me quedé paralizada, procesando lo que acababa de escuchar, sin saber si me había amenazado, provocado... o ambas cosas.

Magnus se incorporó con calma, como si nada hubiera pasado, y comenzó a alejarse. Lo vi caminar hasta la puerta, abrirla con total tranquilidad y salir de mi casa, la puerta se cerró con un clic suave, pero el eco de sus palabras seguía resonando en mi cabeza, repitiéndose una y otra vez como una canción maldita.

Me quedé sentada unos segundos más, mirando el lugar vacío que él había ocupado, como si todavía pudiera sentir su sombra ahí.

El pulgar sobre mis labios... su voz... esa maldita forma de mirarme. Todo se mezclaba en mi cabeza, y no sabía si lo que sentía era rabia, miedo... o algo más peligroso.

—Imbécil... —murmuré, apretando los puños.

Me levanté de golpe y subí las escaleras, cada paso sonando más fuerte que el anterior. Cerré la puerta de mi habitación y me apoyé contra ella, como si de verdad pudiera mantenerlo fuera.

No entendía cómo podía conocer detalles que yo nunca había contado. Ni a él, ni a nadie fuera de mi tía. Y la forma en que lo dijo... como si estuviera seguro de todo... como si ya me hubiera estado observando antes.

Sacudí la cabeza con fuerza, intentando borrar la sensación de su mano en mi piel. Me tiré sobre la cama, hundiendo la cara en la almohada, pero su voz seguía ahí, repitiéndose como una amenaza disfrazada de promesa: "Cuando te vuelva a ver..."

No quería admitirlo, pero algo me decía que esa noche solo había sido el comienzo.

Entre malas decisionesWhere stories live. Discover now