La gente la había borrado de la historia, su papel fue puesto en un plano que la hacía invisible y simplemente fue conocida por ser la hija de un rey y hermana de otro. Tras una vida turbulenta y oscura que terminó en su muerte, Charlene es resucita...
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CHAPTER NINE | GOOD BYE NEW ORLEANS
En aquella noche oscura parecía que la tormenta se encontraba entre las paredes del gran castillo pudiéndose escuchar a la par el viento que entraba por todos lados produciendo silbidos que a la niña de cabellos dorados le quitaba el sueño. Entre sus mantas de pelo es donde ella se escondía tratando de olvidar lo que captaba sus oídos cantando o diciéndose a sí misma que nada le podía hacer daño mientras se mantuviese entre las murallas de la ciudadela. Pero otro relampago que se escuchaba muy cerca la hizo saltar en su cama escondiéndose aún más.
Sin pensárselo mucho más salió de su cama y entró al pasillo que se encontraba a oscuras y solitario, pudiendo oírse la fuerza del viento en las paredes que daban justo al exterior, pero al llegar a un tramo del camino donde habían grandes ventanas ella pudo visualizar perfectamente los rayos que colisionaban contra la tierra creando magníficos hazes de luces. Pensó que era algo bello de visualizar y al mismo tiempo terrorífico y una maldición que solía quitarle el sueño cuando llegaba invierno, época en donde las noches de truenos eran más seguidas viéndose obligada a dormir al lado de su tía Isabelle que solía acalmarla, sin embargo, aquella noche sería inviable ya que ella se encontraba de viaje en Inglaterra por lo que solo tenía una opción.
Al llegar a la puerta de madera no se detuvo aunque la abrió con cuidado y cerrándola de la misma manera para lanzarse de seguida a la cama de Henri, gateando hacia el lado libre. Su gemelo abrió perezosamente sus ojos pero no se sorprendió, automáticamente apartó las mantas para que ella entrara y la abrazó.
-Tengo miedo -le susurró la niña, apretando sus ojos con la llegada de un nuevo relámpago.
-Los truenos no pueden hacerte daño-su hermano apretó más sus brazos alrededor de la niña, colocando su cabeza sobre la de ella-. Yo siempre te protegeré de ellos, Heid.
-¿Cuándo seamos mayores también?
-También. Y no dejaré que nadie te lastime.
Adélaïde sonrió deliberadamente cuando su hermano comenzó a cantarle una canción, la misma que su tía solía cantarles antes de irse a dormir, a ella y todos sus hermanos. Henri había logrado su propósito cantándole, su hermana ya no brincaba ante cada trueno y empezaba a dormirse entre sus brazos al igual que él.
Y era ahora que ella daba por verdadero que solo descubrías que realmente querías a alguien cuando realmente lo habías perdido, aunque se trataba de convencerse de que no era verdad. No podía haber perdido a Henri así tan rápido y de aquella manera. Ni siquiera había tenido tiempo para decirle lo importante que era él para ella y lo que más le pesaba, es que la última vez que habían hablado aquello había quedado en una disputa.
Simplemente no podía darse por vencida.
Su Henri no podía haberla dejado. Todo debía de ser producto de su imaginación como la supuesta muerte de Elijah. Debía de ser eso, y cuando creía en sus palabras abría sus ojos en busca de aquel chico de cabello moreno con reflejos cobres que yacía en sus brazos dormido. Ella trataba de despertarlo rogándole entre lágrimas que abriera sus ojos o que susurrara algo, pero nunca sucedía nada y en un desespero Charlene pareció haber perdido la cordura por un instante. Realmente no se dio cuenta que hablaba con él o que le cantaba aquella canción cuando Marcel cogió a Rebekah para llevarla a una de las habitaciones contiguas, mientras una mujer rubia se despertaba y se dirigía hacia el original mirando con pena a la pobre bruja.