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No estás solo

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Continuó avanzando por la desolada calle. Sus ojos miraban con tristeza aquella avenida que seguramente alguna vez, estuvo llena vida. Quizá habría niños jugando entre los arbustos, brincando y corriendo por todos lados mientras eran observados por sus madres, a la par mientras uno que otro auto pasaba por aquel lugar.

Pero ahora, no había ruido alguno. Ninguno más que el de sus pasos y el de uno que otro pájaro emitiendo sus cantos, al menos no estaba del todo solo. Detuvo su andar en cuanto llegó al lugar correcto.

Un pequeño edificio, con varios cristales rotos y paredes descuidadas. Uno que otro gato hurgaba entre los botes llenos de basura apilados junto a la puerta de madera, la cuál sin pensárselo mucho abrió dejando a la vista un largo pasillo que ya había recorrido varias veces durante los últimos meses.

Avanzó por el estrecho lugar hasta llegar al otro extremo, dando lugar a una amplia sala donde varias hileras de mesas estaban acomodadas en el fondo de la estancia. Del otro lado, había un círculo formado por unas cuantas sillas, la mayoría de los lugares estaban ocupados por las personas que ahí se encontraban, quienes se mantenían serios, un par de ellos hablaban en voz baja.

Después de acomodar su chaqueta en el respaldo de una silla, tomó asiento junto a un tipo bajito de lentes. Parecía amistoso, aunque tenía una mirada triste y deprimida. La misma que tenían todos en la sala. Misma que seguramente él tenía en su rostro.  Una vez que todos estuvieron listos en sus asientos, cada quien dijo su nombre. Como de costumbre la mayoría se sorprendía de que el mismísimo Capitán América estuviera entre ellos, cosa a la que nunca tomaba importancia y respondía con una escueta sonrisa.

En algún momento el tipo de camisa de a cuadros sentado frente a el comenzó a hablar, contando sus penas.
Tenía ya varios meses participando en ese grupo de ayuda para la gente que sobrevivió al chasquido, para ayudar a aquellos que no sabían cómo seguir con su vida sin sus seres queridos.

Casi cada sesión había gente nueva, muchos solo iban una vez, otros iban un mes o dos. Al menos recordaba que el tipo de gorra sentado a dos lugares de él, había participado en la sesión pasada. La verdad era que con él no estaba sirviendo de mucho, notaba que algunos les funcionaba con el paso del tiempo, pero a él no. Steve Rogers no podía olvidar lo ocurrido, seguía aferrado al pasado. Su lugar ahí era ayudar a otros, porque no podía ayudarse a sí mismo.

— Bueno... el otro día tuve una cita. Fue la primera vez en cinco años y decidimos ir a cenar.... no tenía idea de que hablar — fue lo que dijo el tipo de lentes, así que intentó concentrarse en la sesión.

— ¿Y de que hablaron? — lo instó a continuar, el tipo suspiró.

— Lo mismo de siempre, de cuánto cambió todo y... mi trabajo, su trabajo. Cuanto extrañamos a los Mets... luego los dos nos callamos y, él lloró de repente cuando nos servían ensalada...

— ¿También tú? — preguntó un sujeto del círculo.

— Si lloré, antes del postre. Pero voy a verlo mañana así que... — posó su vista en el Capitán, el rubio intentó animarlo.

— Te entiendo, hiciste lo más difícil. Te atreviste a hacer algo sin saber que iba a pasar — un gesto compresivo acompañó su rostro, luego se dirigió al grupo entero — Y son esos pequeños pasos de valentía los que hay que dar, para volver a sentirnos completos, para volver a tener un propósito. Quedé congelado en el cuarenta y cinco cuando me enamoré de la mujer de mi vida. Desperté luego de setenta años... pero hay que aceptarlo... — hizo una pequeña pausa y una sonrisa melancólica cruzó su rostro — Hay que aceptarlo... tenemos el mundo aquí, y hay que hacer algo bueno con el. Es lo que nos tocó, de otro modo, mejor nos hubieran matado a todos.

Romanogers - One Shots Donde viven las historias. Descúbrelo ahora