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La gran victoria
Parte 1
Anteriormente
-¡Por la barba de Merlín! -gritó, asustadísimo, el profesor Silvanus Kettleburn-. ¡Hagrid...! ¿Dónde estás? -clamó con desesperación, mientras giraba sobre sí mismo buscando entre los árboles.
Pero no hubo respuesta.
Desde lo profundo del Bosque Prohibido, los gruñidos y chillidos de otras criaturas comenzaron a escucharse. Algo se movía... y el tiempo corría en su contra.
Derepente...
-Aaaaaah!!
-¡Oh, por Merlín! ¿Dónde se ha metido el profesor Kettleburn? -se preguntó a sí mismo Hagrid, mientras inspeccionaba los alrededores del Bosque Prohibido, ya que el profesor de Magizoología no se encontraba por ningún lado.
«Bueno, no hay de otra. Tengo que seguir el camino y salvar al muchacho lo antes posible. Además, el profesor Kettleburn puede cuidarse solo» pensó Hagrid mientras siguió su camino.
El público no quería mirar. Estaban paralizados por el miedo, atrapados en un silencio inquietante que se extendía como una sombra por todo el coliseo. Pero entre todos, quien más destacaba por su angustia era el menor de los Black. Regulus se aferraba con desesperación a la baranda, con los nudillos blancos por la fuerza con la que se sujetaba, como si eso pudiera impedirle lanzarse al vacío para ir en auxilio de su hermano. Pero no podía hacerlo. A qué costó?
Pues una barrera mágica, invisible pero poderosa, separaba a los estudiantes del área de combate. Era una medida de seguridad impuesta por el Ministerio y reforzada por los profesores: solo el personal autorizado podía cruzarla. Esa protección, pensada para cuidar a los alumnos, se sentía ahora como una cruel condena para Regulus, que solo podía observar con impotencia mientras su hermano Sirius se enfrentaba al peligro.
Mientras, James Potter, mejor amigo de Sirius, experimentaba una tensión similar. Su cuerpo estaba rígido, su puño apretaba por encima de la baranda mientras la otra mantenía con el yeso, y su rostro reflejaba una lucha interna desgarradora. Era como si cada fibra de su ser le suplicara atravesar aquella barrera, romper el campo de fuerza con pura voluntad y correr hacia su amigo. Pero sabía que hacerlo era imposible... y probablemente fatal.
Profesores, estudiantes e incluso algunos de los propios competidores observaban con rostros sombríos el espectáculo que se desarrollaba en la gran pantalla mágica suspendida sobre el coliseo. Esta mostraba con detalle lo que ocurría dentro de la arena encantada, amplificando la tensión en cada rincón del lugar. Lo que debía ser un torneo emocionante se había transformado en un drama aterrador, donde la vida de uno de los suyos pendía de un hilo... y nadie podía hacer nada para impedirlo.
Los pasos del dragón retumbaban con fuerza, pero eran sorprendentemente sigilosos, como si aquella criatura milenaria supiera que el momento final estaba cerca. Se había acercado tanto que su gigantesca cabeza se alzaba justo frente al muchacho, cuya figura permanecía erguida, firme, aunque claramente exhausta. La sangre le recorría el rostro en delgadas líneas, mezclándose con el sudor y la tierra, dándole un aspecto casi fantasmal. Solo unos pocos pasos separaban al joven de las fauces abiertas del monstruo, como si el dragón se tomara un instante para saborear el miedo... o la valentía.
Sirius Black no se movía. Estaba inmóvil como una estatua, con la respiración contenida, el corazón latiendo a mil por hora. Desde la distancia, cualquiera pensaría que se había rendido, que simplemente esperaba el golpe final. Pero no era así.
De repente, un chasquido seco resonó en el aire.
El dragón retrocedió bruscamente, agitando la cabeza con fuerza y parpadeando en un intento desesperado por despejar la vista, pero no lo conseguía. El público contuvo el aliento.
Lo que nadie había notado era que, en el último instante, cuando el dragón se había acercado lo suficiente, Sirius había actuado. Fingiendo estar completamente quieto, había cerrado su puño en torno a un puñado de tierra suelta. Y en el momento exacto, cuando las fauces del dragón estaban peligrosamente cerca, lanzó la tierra directamente a sus ojos con una precisión instintiva.
La criatura rugió con furia, sacudiendo su enorme cuerpo, cegada temporalmente por la improvisada táctica del joven mago. Su cola azotó el suelo con violencia, haciendo temblar la arena del coliseo, mientras intentaba recuperar el control.
El público estalló en una mezcla de gritos, aplausos y jadeos ahogados. Lo que parecía una derrota inminente se había convertido en un inesperado giro. El nombre de Sirius resonaba entre algunos estudiantes, apenas un susurro todavía, pero cargado de asombro y esperanza.
Y él, al ver la oportunidad, no dudó ni un segundo. Aprovechando que el dragón se retorcía cegado y fuera de control, Sirius actuó con rapidez. Sus piernas, aunque temblorosas por el esfuerzo y las heridas, se movieron con una determinación feroz. Corrió hacia el bulto que yacía a unos tres metros de distancia: era la banderina envuelta en una piedra, y pensó que aquello era obra de Snape. Cada paso que daba parecía retumbar con fuerza sobre el suelo del bosque prohibido, mientras la criatura tras él rugía con furia, agitando su cuello y lanzando llamaradas erráticas al aire.
El público se quedó sin aliento. El peligro aún no había pasado.
Desde la barrera mágica, Regulus contuvo un jadeo, aferrándose nuevamente a la baranda, pero esta vez con una mezcla de tensión y esperanza. Por otro lado, James, soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo. Ambos habían estado al borde del colapso al ver al dragón tan cerca de Sirius, pero ahora, al ver que su amigo actuaba con inteligencia y valor, una chispa de alivio cruzó por sus rostros... Por el momento.
-¡Vamos, Sirius! -susurró James entre dientes, con los ojos fijos en él.
Peter a su lado no dijo nada, pero su mirada hablaba por sí sola.
Regulus entre el miedo y la preocupación, brillaba una silenciosa admiración. Su hermano mayor, herido, agotado, y sin casi medios, seguía luchando. No por la gloria del torneo, no por la ovación del público... sino por sobrevivir...
Cuando Sirius estaba por alcanzar el bulto, el dragón comenzaba a recuperar la visión. El tiempo era escaso. Cada segundo contaba. Pero en los ojos de Sirius no había miedo. Solo una feroz determinación.
El combate no había terminado. Y él no pensaba rendirse.
Sin embargo, el dragón lanzó una gran llamarada de fuego en dirección a Sirius, justo cuando este estaba a punto de tomar la banderina. Los ojos de Black se agrandaron al pensar que ese sería su final. Sintiendo que la muerte lo rozaba, reaccionó instintivamente y dio un gran salto, intentando esquivar la ráfaga ardiente. A pesar del esfuerzo, terminó rodando por el suelo y golpeándose contra el tronco de un árbol, quedando a escasos metros de las llamas que ya comenzaban a rodear el terreno del dragón.
El enorme reptil alzó vuelo brevemente y descendió con fuerza justo frente a Sirius, que yacía casi inconsciente. Tosía por el humo denso y el golpe recibido, apenas logrando mantenerse despierto. Con la vista nublada, alcanzó a ver al dragón inclinándose hacia él, como si fuera a devorarlo.
Frente a su rostro, unas ramas encendidas crepitaban, esparciendo chispas en el aire. Con manos temblorosas, Sirius tomó una de las ramas encendidas y comenzó a agitarla desesperadamente, intentando espantar a la criatura. Pero el dragón no se inmutaba, observándolo con sus ojos intensos y antiguos. Aun así, Sirius no se rindió. Seguía agitando la rama ardiente con todas sus fuerzas, empapado en sudor, impulsado solo por el miedo y el instinto de sobrevivir.
Fue entonces cuando una chispa cruzó el aire, iluminando brevemente el humo que envolvía el campo. El dragón soltó un rugido grave y frunció el ceño (si es que tal criatura podía hacerlo), retrocediendo un paso ante el impacto del hechizo que acababa de recibir.
Desde la espesura del bosque, emergió una figura imponente: era Hagrid, que acababa de aparecer con su paraguas rosa en alto, aún brillando con la energía del encantamiento lanzado.
-¡Dragón! -bramó con fuerza, plantándose firme entre la criatura y el joven caído-. ¡No es momento de atacar!
El dragón giró su cuello hacia él, exhalando una nube de humo por las narinas, irritado pero contenido. Hagrid alzó ambas manos en señal de calma, sin bajar la guardia.
-Tranquilo, muchacho... No querrás hacerle daño a un muchacho herido, ¿eh? -dijo con voz grave pero suave, como quien habla con un animal herido.
Sirius, aún tumbado en el suelo, alcanzó a ver la silueta de Hagrid entre las llamas y sintió una ola de alivio mezclada con incredulidad. Tosió con fuerza, apretando aún la rama encendida en su mano, pero sus fuerzas comenzaban a flaquear.
-Ha-ha... Hagrid... -murmuró apenas audible, entre el humo y el cansancio.
Hagrid lo oyó, y sin dudarlo, se interpuso por completo entre Sirius y el dragón, abriendo los brazos con determinación.
-¿Sirius, aún puedes continuar? -preguntó Hagrid con urgencia-. Si puedes moverte, déjame a mí encargarme del dragón.
-Hagrid... es una idea estúpida -murmuró Sirius con dificultad, aún jadeando-. Ese dragón no es cualquier animal... es una bestia peligrosa.. - afirmó él -Además, está tan molesto... que no entiendo por qué.
Hagrid lo escuchó en silencio, con el ceño fruncido. No respondió de inmediato a ese comentario, pero al final habló con una mezcla de emoción y nerviosismo en la voz.
-Bueno, no importa... De todos modos, me las arreglaré -dijo con una sonrisa tensa-. Siempre quise conocer a un dragón de verdad, y ahora lo tengo justo frente a mis narices.
Le lanzó una mirada firme a Sirius.
-Así que, por favor, ponte de pie y continúa con la meta. Ya no queda mucho tiempo, los otros competidores están muy cerca de cruzar la línea de llegada. ¡Toma esa bandera y corre!
Sirius asintió débilmente. Soltó la rama ardiente que aún sostenía en la mano y, tambaleándose, logró ponerse de pie. Respiró hondo, recobrando fuerzas, y comenzó a correr lo más rápido que pudo, alejándose del dragón que seguía encarando a Hagrid.
El dragón giró su cuello bruscamente al ver al chico huir y apuntó su hocico hacia él, preparándose para lanzar una llamarada. Pero Hagrid, rápido como un rayo, agitó su paraguas rosa y lanzó un hechizo directo al dragón antes de que pudiera atacar. La criatura retrocedió un paso, molesta, y centró su atención en Hagrid, sin apartar la mirada.
Mientras tanto, Sirius llegó al bulto. Se arrodilló, lo desenvolvió con rapidez, y la piedra pesada cayó al suelo junto a una pequeña nota. Sirius leyó con el ceño fruncido:
"Si te topas con un dragón, no dudes en huir lo más rápido posible."
Se quedó anonadado. ¿Quién había escrito eso y lo había dejado ahí? Sólo una persona podía tener ese sentido del humor oscuro y retorcido.
-¿¡Tiene que ser una maldita broma, Snape!? -murmuró con fastidio-. El rarito de siempre, aún más extraño desde que despertó del coma...
Con algo de irritación y resignación, Sirius tomó la piedra que envolvía la banderina azul y se incorporó con firmeza. Se giró a medias y alcanzó a ver a Hagrid aún enfrentándose al dragón, lanzando hechizos mientras el animal rugía con más furia de lo habitual. Apretó los dientes y los labios, sujetando la bandera y la roca con sus manos.
Inspiró profundamente, y luego gritó con rabia hacia el bosque:
-¡¡Maldito, Quejicus!!
El grito resonó como un trueno en el Bosque Prohibido, haciendo que una bandada de cuervos y aves salieran volando asustadas entre las copas de los árboles.
En otra parte del bosque, Severus Snape caminaba tambaleándose mientras cargaba al profesor Kettleburn, herido, sobre sus hombros. De repente, se estremeció y estornudó con fuerza, lo cual alertó a Rosier y a Lupin, quienes se apoyaban mutuamente tras haber escapado también del ataque.
-¿Estás bien, Snape? -preguntaron ambos casi al unísono.
Severus se limpió con la mano libre, torciendo el rostro con incomodidad y un dejo de temor.
-Sí... creo... -murmuró con voz baja, casi imperceptible-. Sólo sentí... como si alguien allá afuera quisiera verme muerto... otra vez.
Rosier soltó una carcajada nerviosa.
-Bueno, no le des mucha importancia... Tal vez no sea nada -dijo, intentando restarle peso a la tensión-. Menos mal que encontramos al profesor a tiempo. Aunque... ha perdido una pierna por culpa de esa criatura que nos emboscó. Gracias, Severus, si no te hubieras deshecho de esa bestia, él y nosotros estaríamos en serio peligro.
Severus asintió con su expresión habitual: estoica y distante. No dijo nada, pero en su mente, pensó con un dejo de frustración:
«Hubiera sido mucho más fácil si ellos no estuvieran aquí. Qué decepción... ese Galliskisco daba para comérselo.» pensó Severus.
Ya que se refería a la criatura que los atacó: un Galliskisco, en forma de un gallo monstruoso con alas de reptil y una cola serpenteante. Una aberración mágica, peligrosa... pero fascinante.
Hace unos minutos antes que Silvanus Kettleburn, quedará desmayado...~
De repente, una criatura mítica emergió entre los árboles: un ser con cuerpo de gallo, alas de dragón y una larga cola de serpiente. Era una especie sumamente peligrosa, pariente del basilisco, capaz de petrificar a cualquiera con una sola mirada... pero a diferencia de su "hermano", este podía matar de inmediato. Su nombre: el Galliskisco.
-¡Oh, por Merlín... un Galliskisco alado! -titubeó Silvanus Kettleburn, empalideciendo de terror.
La criatura lo miró con una expresión que, para cualquier otro, parecería la de un simple pollo... pero el profesor sabía bien lo que significaba cuando erizaba sus plumas: estaba a punto de atacar.
Con un reflejo veloz, Kettleburn se lanzó hacia un costado justo antes de ser petrificado pero no tuvo la suerte de su pierna. La criatura cacareó con furia y corrió tras él. El profesor, presa del pánico, comenzó a correr por su vida, maldiciendo internamente a Hagrid por haberlo dejado atrás.
Justo cuando pensó que sería su fin, tropezó con una raíz oculta entre la maleza. Cayó con un quejido, y sintió la mirada penetrante detrás de él. Sabía que si volteaba... sería piedra.
De pronto, una voz interrumpió el silencio:
-¿Estás seguro de que este es el camino correcto, Snape? -preguntó alguien en voz baja.
-Sí, solo hay que seguir por aquí -respondió Severus con tono tranquilo, apartando una rama... que, sin querer, golpeó directamente al Galliskisco y lo lanzó varios metros al aire.
-Oh... perdón -añadió sin emoción alguna.
Sin darse cuenta del peligro que acababa de esquivar, Severus fijó su atención en unas plantas exóticas que encontró cerca. Sin prestar atención al profesor caído, corrió a recolectarlas con entusiasmo.
Kettleburn, desconcertado, se dio vuelta y vio salir a tres estudiantes: dos de Slytherin y uno de Gryffindor, que era sostenido por un rubio. El profesor estalló en llanto, cayendo de rodillas.
-¡Oh, muchachos, qué alegría verlos! ¡Pensé que moriría solo! -clamó entre sollozos.
Los dos lo miraron confundidos, hasta que notaron que una de sus piernas estaba completamente petrificada.
-¿Pero qué le pasó...? -murmuró Remus.
El profesor, al darse cuenta recién entonces de su pierna, soltó un grito y se desmayó de inmediato.
-¿Pero qué clase de animal...? -refunfuñó Evan en un siseo.
-¡No seas cruel, Rosier! -reprochó Remus, frunciendo el ceño.
-¡No lo estaba insultando! Solo preguntaba qué demonios le hizo eso al profesor -se defendió Evan.
Remus se agachó para inspeccionar. Al ver la textura de piedra subiendo por la pierna, se le heló la sangre.
-Sea lo que sea, debemos irnos lo más rápido posi...-
Un crujido interrumpió sus palabras. A sus espaldas, el Galliskisco emergió del follaje, cacareando con furia, sus plumas más erizadas que nunca. Se lanzó en carrera hacia ellos.
Antes de que pudiera alcanzarlos, una patada repentina lo mandó a rodar como una pelota. Había sido Snape, que volvió al grupo con los brazos cargados de hongos y yerbas.
-¡Severus! -gritaron aliviados los dos.
-Perdón por distanciarme unos minutos -comentó con su clásico tono estoico.
El Galliskisco se incorporó, indignado, meneando la cabeza.
-¿Y esa criatura? -preguntó Snape, sin inmutarse.
-¡Es un Galliskisco mutado, no lo mires directamente! -gritó Remus, tapándose los ojos y cubriendo los de Evan.
Pero era demasiado tarde.
-Oh -musitó Severus.
Sus piernas comenzaron a cubrirse lentamente de piedra, mientras él seguía sosteniendo con calma sus plantas recolectadas.
-¡Te estás petrificando! -gritaron ambos al unísono que apartaron su mirada, mirando en direccion a Snape.
-No importa -respondió Snape con absoluta tranquilidad.
Evan, indignado, soltó a Remus y sacudió a Severus de los hombros:
-¿¡Cómo que no importa!? ¡¿Quieres terminar convertido en una estatua por el resto de tu vida!? -reclamó furioso.
Severus lo miró fijo, estoico como siempre.
-Esto no me afecta -dijo, y en ese instante, todos escucharon un leve crack.
La petrificación se rompió en fragmentos y cayó al suelo.
-Tengo la teoría de que los magos con suficiente poder mágico pueden contrarrestar una petrificación por sí solos. Después de todo, no es un veneno, sino una maldición. Además, puede que estas hierbas exóticas que recolecté hayan tenido algo que ver -explicó con un dejo de arrogancia.
Evan parpadeó con un tic en el ojo y apuntó al Galliskisco sin mirarlo directamente:
-¡Entonces qué demonios hacemos con ese pollo gigante!
Snape se giró lentamente y lo observó. Era cierto... más allá de su aspecto aterrador, tenía una clara apariencia de pollo cruzado con criatura infernal.
Se tomó un momento. Pensó.
Remus y Evan lo miraban con una mezcla de esperanza y terror.
-¡Ya lo tengo! -exclamó, chasqueando los dedos. -Tomemos al profesor y lo usamos como escudo mientras distraemos al Galliskisco. Yo me encargo de atacarlo.
Ambos lo miraron, confuso.
-...¿Seguro que eso va a funcionar? -preguntó Remus, muy poco convencido.
-No -respondió Severus con total calma-. Pero es lo más lógico en este momento.
-¿¡Usar al profesor como escudo humano es lo más lógico!? -replicó Evan, en shock.
-Es solo su pierna petrificada. Técnicamente sigue siendo flexible de la cintura para arriba -añadió Snape, mientras acomodaba las hierbas en una bolsita de cuero. -Además, dudo que el Galliskisco ataque a alguien que ya está medio hecho piedra. Sería redundante.
Mientras hablaban, el Galliskisco estaba cacareando con furia detrás de los árboles, dando zancadas ruidosas que hacían temblar el suelo. Plumas negras salían volando en su agitación, y su mirada centelleaba como una linterna maldita.
-Nos está dando tiempo para discutir... eso no puede ser buena señal -murmuró Remus.
-¡Ya viene, ya viene, YA VIENE! -gritó Evan señalando hacia atrás sin girarse completamente.
-¡Listo! -Snape se puso de pie con la misma frialdad de siempre, sacó una poción burbujeante de su bolsillo de su chamarra deportiva y la agitó con decisión. -Remus, tú carga al profesor. Evan, tú y yo lo usaremos de escudo giratorio en cuanto el Galliskisco nos mire. ¿Entendido?
-¿"Escudo giratorio"? -repetió Evan en voz baja con desesperación.
Pero ya no había tiempo para protestar. El Galliskisco rompió la vegetación con un aleteo furioso y saltó directo hacia ellos, abriendo el pico como si fuera a lanzar una maldición de gallo ancestral.
-¡AHORA! -gritó Severus.
Remus cargó a Kettleburn como si fuera un saco de patatas (el pobre profesor seguía desmayado, balbuceando incoherencias sobre maldiciones y aves asesinas). Evan y Snape lo giraron justo cuando el Galliskisco lanzó su mirada fulminante.
Un destello de magia chocó contra la pierna petrificada del profesor, y por un instante, una chispa rebotó como si hubiera golpeado un espejo. El gallo demoníaco graznó, confundido.
-¡FUNCIONÓ! -exclamó Remus con una risa nerviosa.
-¡Aprovecha! -gritó Evan.
Severus saltó hacia delante como una sombra silenciosa, lanzó la poción directo al pico del Galliskisco y gritó:
-¡Obstupefactum Avianum!
La poción explotó en una nube espesa y púrpura, justo cuando el Galliskisco estaba por atacar.
Todo quedó en silencio.
El Galliskisco cacareó una vez... luego se tambaleó... luego soltó un sonoro "cluuuuuuck"... y se desmayó con las patas hacia arriba, petrificándose a sí mismo en el acto. Quedó como una estatua de gallo dragón con cara de susto.
-...¿Está muerto? -susurró Remus.
-No -contestó Snape-. Solo en coma mágico. Probablemente despertará con dolor de cabeza, pérdida de memoria y un leve complejo de gallina. -Aunque se fue mi cena...- se dijo así mismo.
-¡Eres un maldito genio! -gritó Evan, levantando el brazo de Snape con emoción.
-...Lo sé -respondió Severus, sacando otra planta del bolsillo y volviendo a examinarla como si nada hubiera pasado. -Creo que esto va a servir - murmuró para si mismo Severus.
Remus se dejó caer al suelo, agotado.
-¿Nos vamos ya, por favor? Siento que llevo cargando al profesor diez años y aparte de mis condiciones como ando. - comentó cansado Remus.
-Oh cierto, aún debemos regresar con el resto de los otros equipos... y tal vez alguien debería informar a Hagrid que dejó a Kettleburn solo con un Galliskisco en modo ave fénix psicótica -comentó Evan.
-Oh, y no olvidemos recoger más de esas plantas -añadió Snape con entusiasmo académico.
-¿Estás bromeando...? -dijeron Evan y Remus al unísono.
-¿Y para qué demonios quieres recolectar plantas ahora? -refunfuñó Evan, frunciendo el ceño hacia Severus.
Snape torció ligeramente el rostro, incómodo, sin mirarlo directamente. Murmuró casi para sí mismo:
-Es... negocio. -dijo en voz baja, con un deje de vergüenza.
Mientras el sol se filtraba entre los árboles, los tres chicos se alejaron lentamente, con Kettleburn a cuestas, el Galliskisco petrificado a sus espaldas y la certeza de que ese día jamás se les olvidaría... aunque probablemente nadie les creería.
Al fin y al cabo, era una competencia peligrosa, y los últimos participantes debían superar la prueba final: cruzar el Bosque Prohibido para alcanzar la meta y esperemos que Sirius logre cruzar la meta a salvo.
-Bueno, lo que importa es que estamos a salvo y sanos... ¡y todo gracias a ti, Snape! -alardeó Evan, mientras caminaba sujetando a Remus sin intención de soltarlo.
Severus no respondió. Mantuvo su expresión estoica mientras ayudaba a sostener al profesor Kettleburn. Sin embargo, en su mente solo resonaba un pensamiento desesperado:
«Mi cena... mi cena... ¡mi cenaaaa se petrificó sola!», gritaba mentalmente, frustrado.
꧁ᬊᬁContinuaraᬊ᭄꧂