⚠️ Este capítulo puede contener escenas explícitas. Se recomienda discreción ⚠️
— ¡Buenos días! —gritó Oliver sacudiéndome de un lado a otro— ¡Arriba, arriba! ¡Vamos!
— No jodas, déjame dormir —me escondí bajo las sábanas con un sueño inmenso, sintiendo que no descansé nada la noche anterior.
— Tienes que ir a la secundaria y yo tengo que ordenar tu habitación, algo que me tomará todo el día.
— No es necesario que la ordenes —murmuré sintiendo que me volvía a dormir, hasta que una brisa helada se paseó por mi cuerpo cuando Oliver me quitó la sábana de un tirón— Oye —me quejé con muy pocas ganas.
— No soy tu padre como para andar haciendo estas cosas, ya estás grandecito.
— De verdad que no suelo ser así, es que anoche no dormí nada —me senté tapándome las piernas con la sábana.
— ¿Tuviste una pesadilla?
— Más bien un recuerdo —lo miré— La razón por la cuál mi cuarto está así.
Oliver echa un vistazo rápido a mi habitación que estaba hecha un desastre y negó con la cabeza complicado por entenderme.
Aquel día que Tara dijo esa mierda que me sacó de quicio, regresé a mi casa y rompí todo lo que estaba a la vista para desahogarme, y desde entonces mi cuarto está igual. No tuve tiempo de ordenarlo, y siempre le dije a Oliver que yo me encargaría, ya que él al tener tanto tiempo libre prefería hacerlo por mí.
Normalmente me desahogaría con una persona, en este caso sería Selena, pero aún no puedo ponerle una mano encima. El sábado, luego de que la maldita me apuñalara, Oliver la dejó encerrada en la casa para evitar que escape nuevamente, y cuando yo regresé, luego de mi ataque en mi habitación, la llevé al cobertizo para dejarla encadenada allí un largo rato. Lleva días allí, y aún le quedan por pasar.
— ¿Sigues soñando con eso? —hice una mueca sin tener respuesta— Bueno, pero tu cuarto no estará así nunca más porque ya me toca ordenarlo.
— Te dije que lo haré yo.
— En tus sueños —suspiré— Termina de prepararte así desayunas. Se me quemó un poco la comida, pero es culpa de tu estufa por calentar de más —fruncí el ceño confundido.
Jamás había escuchado una mentira tan descarada en mi vida entera. "Se me quemó un poco" mis huevos, porque el omelette estaba carbonizado.
Luego de ducharme, ponerme el uniforme y desayunar algo rápido que me preparé yo, me fui a la secundaria imaginando que Oliver ventilaría bien la cocina, que apestaba a quemado y había tanto humo que no se podía respirar. Era por esas razones que prefiero ser yo quien cocina, pero debo darle la oportunidad. Hace demasiado tiempo no usa las manos para algo que no sea hacer brazaletes.
Al llegar a la secundaria saludé a Tara con un simple saludo de mano y me fui a descansar lo que no pude anoche en mi mesa. Dormir en clases no me genera ningún problema, sólo con algunos profesores amargados que no lo permiten, pero al resto no les importa mucho porque suelo entregar todas las tareas y con notas muy destacadas.
Mi razón de dormir tanto durante las clases es porque suelo tener un horario del sueño pésimo, sobre todo antes de ser novio de Tara, porque en ese tiempo trabajaba como un desquiciado yendo de un lado a otro, cargando cadáveres, cargando bolsos llenos de armas, siguiendo a mis víctimas, anotándome sus horarios, y muchas otras cosas que apenas me daban tiempo de dormir. Por lo tanto, aprovechaba las clases para descansar.
Actualmente no es el caso. Mi sueño mejoró bastante porque no tengo tantas víctimas a las que lastimar como antes, pero ahora es una excepción porque anoche no descansé nada.
— Hola, mi amor hermoso —escuché una voz femenina que captó mi atención y me hizo mirar a mi derecha, donde había una chica abrazando por detrás a Chris. La misma de ayer.
— No te cansas de decir apodos de mierda —le dijo Chris.
— Porque son apodos que te describen, turrón de azúcar —le pellizcó la mejilla.
— ¡Auch! —se quejó girando a verla, por lo que ella se rio y le dio un beso en la zona que pellizcó.
— ¿Salimos a comprar algo a la máquina expendedora? —le propuso ella dándole espacio.
— Claro... —miró a Tara— ¿Te traigo algo?
— No, gracias —le sonrió dulcemente y ambos se fueron del salón.
Miré a Tara justo cuando volteó la cabeza para verme por lo que alcé mis cejas tomado de sorpresa, pero ella se alarmó de inmediato y se dio vuelta.
«Se pone nerviosa por todo...»
Sonreí de lado por las actitudes tan lindas de Tara y me puse de pie para llevar mi silla a su lado, así tomar asiento.
— Hola —apoyé mis brazos cruzados en su mesa, y ella me miró.
— No sabía que viniste —se hizo la tonta por completo, haciéndome reír— ¿Cómo... está tu brazo? ¿Mejor?
— Por supuesto, si tú lo sanaste —dije causando que Tara no pueda evitar sonreír de la emoción.
— Bueno... Gracias —murmuró un tanto tímida, poniendo sus manos sobre su regazo— ¿De casualidad, se te durmió el brazo luego de que te curé?
— Un poco, pero no le di mucha importancia. ¿Era algo grave?
— No, es una reacción común. Fue una herida muy seria, Johan... No entiendo cómo terminaste tan lastimado.
— No es importante, porque me encuentro muchísimo mejor —arrimé mi cuerpo contra la mesa para estar más cerca de ella, haciendo sonrojar sus mejillas— Oye, estuve toda la clase durmiendo, pero alcancé a oír algo de un examen. ¿De verdad habrá uno?
— Sí, de historia, y deberías estudiar, porque lo único que haces es dormir.
— Soy más inteligente de lo que te imaginas —ella alzó su ceja— Tan inteligente que no necesito ni estudiar para el examen.
— Veo que despertaste muy creído de tu siesta.
— Qué manera de atacarme sin razón —dije fingiendo estar ofendido por lo que ella se rió— ¿Cuándo será el examen?
— El próximo martes. ¿Quieres que te ayude a estudiar?
— No será posible —descansé mi mejilla en una de mis manos— La tensión sexual entre nosotros me tendría muy distraído.
— No hay ninguna tensión —se quejó frunciendo las cejas.
— Tienes razón... Para eso habría que ir al escondite... —vi sus mejillas tornarse algo coloradas por lo que sonreí de lado— Deberíamos ir.
— Me parece que también despertaste muy loco de tu siesta —hizo su mayor esfuerzo por verse desinteresada y acomodó las cosas en su pupitre.
Sujeté su silla por debajo y la acerqué a mí por lo que Tara se alarmó y me miró de inmediato.
— ¿Q-qué haces? —preguntó con un pánico que me enterneció.
— Suelo despertar loco todo el tiempo —alcé mis cejas juguetón para hacerla reír, cosa que funcionó y me hizo sonreír completamente enamorado.
Momentos como estos no me hacían entender por qué Tara no quería volver conmigo, pero tampoco puedo forzarla, sólo... puedo forzar nuestros caminos. Si continúo juntándome con ella, apareciendo "casualmente" en las zonas que ella habitúa y siendo divertido y coqueto, es probable que vuelva a sentir el mismo amor de antes, y así aceptará ser mi novia nuevamente.
Sus sentimientos no serán forzados, sólo lo serán los encuentros, por lo que no veo nada de malo en eso.
— Ahora hablando en serio —dije—, soy un burro en la escuela, así que algo de ayuda en el estudio me vendría bien.
— ¿Puede ser el fin de semana?
— ¿El sábado? —ella asintió— Claro.
— ¿Tú... volviste a trabajar en el taller mecánico?
— Sí. ¿Por qué preguntas? ¿Para visitarme? —ella rodó sus ojos evitando reírse.
— Por pura curiosidad. Tal vez regresar al trabajo era muy difícil luego de haber estado tanto tiempo en el manicomio.
— No, realmente... es una tontería. Lo pesado de estar en el manicomio era vivir encerrado. Incluso si nos dejaban salir al patio y todo eso, era abrumador no poder hacer más.
— ¿Y tu amigo Oliver?
— Vive conmigo y me quema la comida —ella soltó una risa.
— ¿En serio?
— No te bromeo cuando digo que me sirvió un omelette carbonizado esta mañana, esa porquería ya estaba hecha polvo —ella soltó una carcajada y se cubrió la boca como reflejo— Lo peor es que le echa la culpa a mi cocina diciendo que calienta de más.
— Tu amigo parece ser muy gracioso —dijo en medio de otra risa.
— Sí... Te quiere conocer, así que un día podrías venir a mi casa y cenamos los tres... Yo cocinaré, claramente.
— ¿Me quiere conocer? —preguntó un tanto sorprendida.
— Le hablo todo el tiempo de ti, y quiere saber si eres tan perfecta como le digo.
Tara contuvo su sonrisa al ponerse nerviosa por mi comentario, y justo en ese momento me llega una llamada al teléfono que me hace suspirar ciertamente irritado. Lo saco de mi bolsillo y reviso quién era, maldiciendo en mi interior.
«Qué inoportuno»
— ¿Qué le pasó a tu teléfono? —se asomó a ver la pantalla rota.
— Se me cayó, pero sólo se rompió la pantalla. No es nada —me puse de pie— Ahora vuelvo.
Ella asintió y yo salí del salón para contestar la llamada, aprovechando que Tara no me veía para tomarme unos cuantos respiros, ya que verla sonreír tanto me ponía más loco de lo que ya estoy.
— ¿Qué sucede, Oliver?
— Estaba limpiando mi habitación, o la de tus padres, no sé cómo decirle, y encontré un fajo de dinero enorme en el armario —fruncí el ceño— ¿Eso es normal? ¿Qué hago?
— Se lo habrán olvidado. Allí tenían todo el dinero ahorrado para escapar de mí, así que sólo déjalo en la mesa del comedor.
— ¿Lo podemos usar para comprar ropa?
— ¿Ropa?
— Es que... eres un talle más grande que yo, y tu ropa me hace ver enano, entonces me gustaría tener algún conjunto propio si es posible.
— Para eso es mejor usar una tarjeta de crédito, dejemos el efectivo para comprar comida. Si quieres vamos esta tarde a comprar, no tengo mucho que hacer.
— ¿No tienes que ir a trabajar?
— Scott me dejará faltar sin problemas.
— Genial... Bueno, entonces ya te dejo tranquilo. Adiós, Johan.
No respondí y corté la llamada para mirar a Tara, que estaba cambiando su cuaderno por otro que correspondía a la materia que venía luego del receso. Guardé mi celular en mi bolsillo y regresé con ella para tomar asiento a su lado, por lo que me miró con una sonrisa que como siempre, pudo enamorarme más de lo que ya estoy.
— ¿Todo bien? —preguntó por la llamada.
— Todo perfecto.
Luego del receso, no hubo nada interesante en el resto del día. Regresé a mi casa después de decirle a Scott que iba a acompañar a Oliver al centro comercial para que se compre algo de ropa, y cuando las compras terminaron me quedé en mi habitación sintiéndome un repulsivo tonto sin propósitos.
Si quería verme de nuevo con Tara debía esperar a mañana en la secundaria. A diferencia de ayer, esta noche no puedo ir a pedirle ayuda por mi herida, ya hará obvio que me lastimé intencionalmente para verla y lo que menos quiero es discutir con ella, sobre todo ahora que las cosas parecen ir bien entre nosotros. Volveré a verla en clase, pero es distinto a lo que quiero... Quiero algo como lo de anoche, algo como lo de ayer en la tarde, quiero esos momentos de tensión, pero esta vez quiero comerle la boca cuando tenga la oportunidad.
¿Debo esperar a que venga a mi casa para estudiar? ¿Qué tal si la conversación se vuelve tierna como hoy y no hay nada de tensión sexual? Sé que puedo besarla con intenciones tiernas, pero no es lo mismo... Tampoco estoy seguro de si debería arriesgarme y pedirle de volver conmigo.
A veces odio vivir, es muy complicado.
Cuatro días esperé. Cuatro días sin tener interacciones con Tara, y si fue así, eran simples saludos y despedidas en el salón de clases. Estaba haciendo mi mayor esfuerzo para soportar hasta el sábado, para no cortarme la muñeca e ir corriendo por la atención de Tara, para no llevarla al escondite de la secundaria, para no aparecer en su casa a mitad de la noche. Simplemente estaba haciendo un esfuerzo enorme para no verla, porque mi abstinencia había vuelto.
— Menos mal los enfermeros te ayudaron con eso de la abstinencia, ¿no? —me dijo Oliver con sarcasmo al verme tan desesperado e impaciente de que Tara aparezca.
Llevaba media hora parado frente la puerta, viendo la hora en mi teléfono cada dos minutos, esperando por el sonido del timbre que indique que mi amada había llegado a mi casa, pero nada. Aún así, tiene sentido que no aparezca, porque arreglamos para que venga a las dos y media, y son la una y cincuenta y siete.
— Es porque Tara no es mi novia —lo miré— Cuando lo sea dejaré de sentirme así al no verla por mucho tiempo.
— ¿Eso tiene sentido?
— Para mí sí —él suspiró.
— Yo ya me tengo que ir, así que —tomó el sobre en la mesa del comedor y la copia de las llaves de la casa.
— ¿Ya escribiste la carta?
— Sí, ¿no quieres agregar nada más? Te vi escribir muy poco —negué con la cabeza.
— Puse todo lo que se me ocurrió.
— Bueno, nos vemos más tarde —abrió la puerta de la entrada para irse, así asomarse— Suerte, Johan.
— Igualmente.
Claramente quiero tener la casa sola para estudiar con Tara, no soy ningún tonto. Oliver me hizo el favor de irse durante unas horas, pero como no sabía a dónde ir se me ocurrió que aproveche para hacerle la carta que tanto quería hacerle a Daiana. Eran grandes amigos, y cuando nos escapamos Daiana no quería venir con nosotros porque estaba feliz conviviendo en el manicomio con su novio, algo que entristeció a Oliver.
Tiene muchas ganas de visitarla, pero es claro que el mínimo paso que dé en el manicomio ya lo volverán a encerrar, por lo que se nos ocurrió que Oliver haga una carta dedicada a Daiana, y Scott, en modo de visita, le entregará la carta. Luego puede que Oliver se vaya a tomar un café o ver el centro comercial por cuenta propia. Cuando fuimos a comprarle ropa le encantó ver las tantas tiendas en el centro, así que de seguro irá a dar una vuelta por allí.
El tiempo de espera terminó y escucho el sonido del timbre. Corro a abrir la puerta y todo mi cuerpo se llena de adrenalina ante la simple presencia de Tara, que me sonríe dulcemente enseñando sus bellos dientes perfectos.
Traía un suéter lila acanelado y grande con las mangas sueltas, metido dentro de un short de jean negro muy ajustado que le llegaba hasta la mitad de los muslos, dejándome apreciar sus hermosas piernas. Luego tenía unas botas negras, y también tenía consigo la mochila colgando de su espalda, con ambas correas en cada hombro.
— Hola, Johan —aparto los ojos de sus piernas para mirarla al rostro.
— Hola... Entra —me hice a un lado para cederle el paso, y Tara entró no sin antes echar un vistazo al lugar luego de tanto tiempo sin venir.
Cierro la puerta una vez que Tara pasa y voy hacia el comedor, donde está la mesa con mis cosas ya preparadas para estudiar. Tenía más conocimiento del que me gustaría acerca de historia, por lo que éste estudio me resulta inútil, pero como estaré con Tara me haré el tonto cinco horas seguidas para que me siga enseñando.
— ¿Quieres algo para tomar? —consulté.
— Oh, yo traje galletas —dejó su mochila en una de las sillas para abrirla, así sacar un plato descartable cubierto por un papel film y con unas galletas que parecían haber sido compradas en una panadería— Podríamos comerlas con un té —me miró con una sonrisa de entusiasmo.
— Sí, ahora preparo.
[...]
— ¿Tú ya lo tienes memorizado? —le pregunté a Tara, deteniendo su lectura del libro de historia.
— No mucho. Estoy aprovechando que te ayudo a estudiar y lo memorizo mejor —respondió aún observando los tantos párrafos en la hoja del libro.
— ¿Crees que te irá bien?
— ¿Estás haciendo preguntas para evitar el estudio? —me miró, pero yo esquivé su mirada.
— No —me hice el tonto, haciéndola reír.
— No es difícil, sólo tenemos que memorizar unos cuántos acontecimientos. No es nada de entender ni resolver.
— Es aburrido —apoyé mi codo en la mesa para descansar toda mi cabeza en mi mano, suspirando pesadamente— Historia es la materia que menos sirve.
— Pues... a mí me gusta saber cómo eran los tiempos antes de tanta tecnología —acomodó el libro en sus piernas para cambiar un par de hojas— Ya me aburre cuando va más lejos, porque no me interesa lo que sea que hizo Napoleón.
— ¿Ese cuál era? ¿El que descubrió América? —Tara soltó una carcajada que me hizo confundir— ¿Qué?
— Cristóbal Colón descubrió América, no Napoleón —dijo encontrando mi error extremadamente divertido.
— ¿Y Napoleón que hizo? —pregunté confundido y Tara miró hacia arriba intentando recordar.
— No recuerdo qué hizo, pero... era un político —me miró—, y un general.
— ¿No te entristece tener ese conocimiento? —ella volvió a reír.
— Siéntate bien y sigamos con el estudio, ¿sí? Falta mucho por repasar —subió el libro a la mesa para volver a la página de antes— Nos quedan cinco páginas, las acabo de contar, así que no deberíamos distraernos o tardaremos más.
Asentí en completo silencio y Tara tomó eso como una iniciativa para continuar con la lectura, pero yo hacía oídos sordos, ya que prefería observar su pulcro y hermoso rostro mientras leía con tanta dedicación.
Mis ojos brillaban de admiración, de amor, de todo lo que siento por Tara, y mi gesto de tonto enamorado sólo hacía más obvio que estoy cayendo por ella ahora mismo, pero no lo va a notar porque está demasiado concentrada en el estudio.
Miro sus carnosos y rosados labios que me venían tentando hace rato y relamo los míos, imaginando cómo se sentiría ese exquisito sabor a cereza que le da su brillo labial. Bajo la mirada al diminuto lunar en su mentón, y luego al otro que se encuentra en la zona baja de su cuello, por lo que mis labios se curvan en una pequeña sonrisa al poder ver esos detalles en Tara. Si fuera por mí besaría cada lunar en su cuerpo, cada marca, cada herida. Recorrería toda su piel con mis labios y no me quitaría de encima por nada del mundo.
Siento mi corazón acelerarse de tan sólo pensar en el tacto de su cálida y suave piel de porcelana con mi boca, deseando poder bajar por su adorable barriga entre millones de besos, pero mis pensamientos no tardaron en tornarse en algo más sucio que me obligaron a salir de mi mente antes de que mi cuerpo reaccione de mala manera.
— Ahora pasaremos al año 1846... —volteó la página— y presta mucha atención, porque aquí hay más para aprender —quiso mirarme, pero en el mínimo cruce de miradas entró en pánico y retrocedió la cabeza— ¿Qué haces?
— ¿Hm? —pregunté al oír que usó un tono de interrogación, ya que no estaba prestando atención a lo que dijo. Seguía mirando sus ojos grandes y redondos que me enternecían tanto.
— ¿Por qué te acercas? —me quitó de mi hipnosis y ahora sí le presté atención, dándome cuenta de la poca distancia entre ambos.
— Esa... es una gran pregunta —sonreí algo nervioso, ya que no tenía ni la menor idea de en qué momento me acerqué tanto a ella— ¿De qué estabas hablando? Me perdí.
— ¿En qué parte te perdiste? —decidió ignorar la cercanía y volvió a la página que estaba leyendo.
— Algo de... un Gobierno General —vi su gesto cambiar a uno molesto.
— ¿Me estás haciendo una broma? —me miró— Fue lo primero que leí, Johan. ¿No estás prestando atención a nada de lo que leo?
— ¿Cómo esperas que preste atención si te ves tan linda y me distraes? —pregunté con completa honestidad, sintiéndome un tanto atacado por su enojo.
— ¿Tú...? —no supo cómo formular su pregunta que se puso nerviosa y evadió mi mirada— Presta atención, o me vuelvo a mi casa —me hizo alarmar.
— Está bien, tranquila. Voy a prestar atención —miré el libro por igual, pero ahora mis ojos inquietos se pasearon por la mano de Tara que sostenía la hoja, notando su anillo de siempre en el dedo anular, uno dorado con diamantes y demasiado delgado.
Miro un poco más y me doy cuenta de su muñeca vacía, por lo que solté la pregunta sin siquiera analizar las palabras antes de soltarlas.
— ¿Por qué no tienes mi pulsera? —vi cómo el cuerpo de Tara se tensó por unos segundos, pero todos sus músculos se relajaron en cuanto un suspiro salió de su boca.
— Me la quité luego de visitarte al manicomio porque estábamos peleados.
— ¿Y por qué no volviste a ponértela?
— No se me ocurrió.
— ¿La tiraste?
— No, está guardada en un cajón. Te leeré la página de vuelta, pero ahora sí presta atención —quiso cambiar la conversación por completo.
— ¿Dejé de gustarte? —la miré a los ojos.
— Johan... Hay que estudiar —me miró un tanto angustiada.
— Está bien —cambié mi actitud al saber que hablarlo la pondría mal— Sólo preguntaba porque sigue habiendo tensión entre nosotros —dije bromista para levantar un poco el ánimo.
— ¿Volverás con eso de la tensión? —preguntó enseñando una sonrisa que era casi una risa.
— ¿Por qué no? Me estás comiendo con la mirada —ella se sorprendió.
— ¿Yo?
— ¿Quién más, si no?
— Pues... —permaneció en un silencio algo sospechoso que me hizo levantar la ceja, sobre todo cuando Tara hizo una mueca de orgullo que enseñaba una sonrisa torcida— ¿Sabes quién? Mónica —cruzó sus brazos completamente satisfecha con aquella respuesta.
— ¿Quién? —ahora sí estaba confundido.
— Mónica Lambert —no quitó su pose de "en tu cara", y mientras tanto yo pensé en por qué aquel nombre se me hacía familiar, hasta que recordé a la pelirroja que me acosó en la casa de Tara.
— Ah... Mónica —pronuncié sin saber cómo sentirme al respecto.
— ¿Qué? ¿Mónica, qué? ¿Por qué recuerdas su nombre? —preguntó ahora en forma de queja, haciéndome alarmar.
— ¿Estás bien?
— Pregúntale a ella —dijo haciendo que su cruzada de brazos haya cambiado a una ofendida más que una orgullosa.
— Ya me perdí en la broma.
— No hay ninguna broma. Recuerdo perfectamente cómo estaban de cerca en la cocina de mi casa hace dos meses —giró su cabeza al lado contrario de mí, otro gesto que demostraba cuán ofendida estaba.
Mi mente se nubló por completo cuando recordé que en aquella escena tan extraña de Mónica encima mío, Tara lo había presenciado. Jamás pude explicarle nada, y ahora con gusto lo haría, pero no tengo ni la menor de idea de cómo comportarme sabiendo que Tara podría estar celosa, o tal vez estoy malinterpretando sus palabras, ¿pero, por qué otra razón se molestaría si no es por celos?
— ¿Y qué tiene que ver Mónica con todo esto?
— ¿No es obvio? —me miró— Dijiste que yo te estaba comiendo con la mirada, y yo dije que no, y tú dijiste "¿Quién, entonces?" y yo dije Mónica, porque esa buena para nada de seguro te comió con la mirada cuando viniste a mi casa.
— Qué rebuscado —dije con una simpleza que la hizo enfadar.
— ¡No es rebuscado! Estabas muy cerca de ella, ¡demasiado cerca! —alcé mis cejas.
— ¿Qué tiene?
— ¿¡Cómo que "¿qué tiene?"!? ¡Parecía que se iban a besar!
— Pero... en el momento me odiabas —vi su gesto cambiar por completo—, y ahora no gustas de mí. ¿Qué tiene de malo si otra mujer se me acerca?
— No... tiene... nada de malo —aclaró su garganta y bajó sus brazos— Sólo me preocupa que te metas con una mujer casada —cambió su tono a uno exageradamente sereno.
— Ah... Qué bien, porque creí que estabas celosa —ella soltó una risa nerviosa que me hizo sonreír de lado.
— No soy una persona celosa, así que es imposible. Además, los celos son algo que la gente tóxica siente, y yo no soy tóxica.
— ¿Es decir que no te molesta si quiero salir con Mónica? Porque dice ser infeliz en su matrimonio, y me interesa la aventura de estar con alguien mayor... Sobre todo si es tan atractiva —agregué para ver la reacción de Tara, que tenía el rostro como piedra, sin ser capaz de mover un sólo músculo al no saber cómo responderme.
Al darme cuenta que Tara se había congelado de tantos celos que se le subieron a la cabeza solté una carcajada y con un movimiento rápido me acerqué a besar su mejilla, sacándola de su trance.
— Es una broma. Jamás podría estar con otra persona que no seas tú.
— No me gustan tus bromas —frunció el ceño aún ofendida, haciéndome sonreír como tonto.
— Dejaré de hacerlas, entonces —apoyé mi mano en su pierna para acariciarla— Pero creí que tendrías en claro que sólo tengo ojos para ti.
— Tal vez... eso cambió porque... ahora no siento lo mismo —relajó su gesto para mostrarse un tanto preocupada— Tal vez quieres buscar a... otra amada que sí te corresponda.
Dejé salir el aire que se me había acumulado en los pulmones gracias a las palabras tan hirientes de Tara que apenas me permitían respirar, y una vez que solté el suspiro di otra caricia en su pierna, sabiendo que sentir su piel tan suave me relajaría.
— No deberías temer nada... —miré mis dedos trazar pequeños círculos en su muslo— Es imposible que mis sentimientos por ti se vayan, sólo aumentan cada día, incluso si se te hace complicado creerlo.
— ¿Hablas... en serio? —asentí con la cabeza y la miré.
— Nunca dejaré de amarte. Soy incapaz de sentir cosas por otra persona, porque lo único que tengo en la cabeza eres tú. No hay manera de reemplazarte, Tara, no hay manera de encontrarme a otra amada, y tampoco tengo intenciones de hacerlo. Aunque pasen años, aunque estemos a millones de kilómetros de distancia, y aunque me sigas rechazando, yo voy a amarte.
Veo sus ojos acumularse de lágrimas y no poder retenerlas más que un par descienden por sus mejillas, por lo que acerco mi otra mano para secarlas con el pulgar y enseño una pequeña sonrisa así la despreocupaba.
— Siempre voy a amarte con locura, Tara.