Después del tormentoso juicio y la condena de Sebastian, la vida de Charles dio un giro inesperado. Aunque en muchos momentos se sentía vacío, como si todo lo que hubiera conocido y amado se desmoronara, la luz comenzó a aparecer nuevamente. Carlos estaba a su lado, más presente que nunca, dispuesto a ser su refugio, su compañero, su sostén.
Carlos no era la cura para todo el dolor, pero con él, Charles aprendió a ver que el futuro aún podía tener algo de esperanza.
Una tarde, después de semanas de incertidumbre, ambos se encontraban en el estudio de diseño de Charles. Carlos lo había acompañado a cada paso, alentándolo a retomar su carrera, a recuperar su pasión por el diseño, una pasión que durante mucho tiempo estuvo ahogada por las sombras de su relación con Sebastian.
Estaban sentados en el sofá, rodeados de telas, bosquejos y lápices. Carlos hojeaba un cuaderno de diseños mientras Charles observaba en silencio uno de sus primeros bosquejos, un vestido que había creado para su primera colección.
De repente rompió el silencio.
—Es extraño... —dijo, su voz quebrándose—. Es que todo esto ya no me parece tan importante. Antes pensaba que solo el trabajo podía salvarme, pero ahora me doy cuenta de que no es solo el trabajo.
Carlos lo miró con atención, dejando el cuaderno a un lado. No dijo nada, sabía que a veces el silencio podía hablar más que las palabras. Después de un momento, se inclinó ligeramente hacia Charles y habló con suavidad.
—Es más fácil cuando es cosa de dos, ¿no crees? No tienes que hacerlo todo solo.
Charles levantó la vista hacia él, sus ojos brillando con un destello de comprensión.
—Sí... —susurró, como si esas palabras empezaran a calar profundamente en su ser—.
Esa noche, la lluvia cubría la ciudad como un manto, pero Charles y Carlos decidieron salir a caminar. Las calles brillaban con las luces reflejadas en los charcos, y aunque la ciudad estaba viva, para ellos solo existía el mundo que compartían en ese momento.
—¿Te imaginas si nuestras vidas hubieran sido diferentes? —preguntó Charles, mirando hacia el cielo—.
—¿Cómo? —respondió Carlos, curioso—.
—Si no nos hubiéramos encontrado... Si todo hubiera sido distinto. —Charles hizo una pausa, tragando saliva antes de continuar—. Quizá todavía estaría en esa casa, viviendo en la oscuridad.
Carlos se detuvo en seco y lo miró, sus ojos llenos de algo más profundo que cariño.
—No tienes que imaginarlo —le tomó las manos con firmeza—. Ya no estamos en ese lugar. Ya no.
Entonces, sin previo aviso, Carlos lo atrajo hacia él con suavidad para atrapar sus labios en un delicado tacto con los suyos. Charles había esperado ese beso, pero este se sintió diferente, como un punto de inflexión. Fue más que una muestra de afecto: fue un acto de renacimiento para ambos.
A la mañana siguiente luego de aquella caminata, Charles despertó con una sensación de paz que no había experimentado en años. Carlos estaba a su lado, dormido profundamente, pero no era solo una presencia física.
Carlos era su elección. Su propia elección.
Mientras desayunaban, Carlos dejó escapar una sonrisa cómplice.
—Tengo algo para ti.
—¿Qué cosa? —preguntó Charles, intrigado—.
Carlos se levantó y salió de la habitación. Unos momentos después regresó con una pequeña caja de cartón que se tambaleaba curiosamente entre sus manos. Charles la tomó con cuidado y, al abrirla, dejó escapar un leve jadeo.
Dentro estaba un cachorro diminuto, de ojos grandes y orejas caídas.
—Carlos... —Charles lo miró con incredulidad—. ¿Es para mí?
—Sí. —Carlos sonrió, sentándose a su lado—. Una vez Oliver, tu asistente, me contó que querías un perrito y no podías tenerlo. Ahora ya nadie puede decirte que no.
Charles tomó al cachorro en sus manos, acariciando su suave pelaje mientras las lágrimas llenaban sus ojos.
—Se llama Leo —dijo Carlos con una sonrisa—. Pero puedes cambiarle el nombre si quieres.
El castaño negó con la cabeza, abrazando al cachorro contra su pecho.
—Leo es perfecto. Hola, bonito —susurró para el cachorro mientras dejaba un besito en su claro pelaje—.
Ese momento fue un símbolo de todo lo que Carlos representaba: un nuevo comienzo, un espacio donde Charles podía ser él mismo sin miedo, sin restricciones.
Con el tiempo, los dos construyeron algo completamente nuevo. No era una reconstrucción de lo que Charles había tenido antes, sino una relación sólida, donde cada uno podía crecer y sanar. Volvió a diseñar, encontrando en su trabajo no solo una pasión, sino una forma de expresarse libremente.
Una mañana, mientras Carlos tomaba su café y Leo correteaba por la sala, Charles lo miró con una sonrisa.
—Gracias por no rendirte conmigo.
Carlos dejó su taza y se acercó, rodeándolo con sus brazos.
—Esto es cosa de dos, ¿recuerdas?
Charles asintió, apoyando su frente contra la del otro.
—Sí, siempre lo será.
Juntos, miraron hacia el futuro, sabiendo que aunque aún quedaban sombras del pasado, enfrentarlas sería más fácil porque lo harían juntos. El amor entre ellos no era un rescate, sino una promesa: la promesa de construir algo verdadero, algo que siempre sería solo de ellos.
[...]
La sala estaba llena de luces brillantes, la música envolvía el aire, y el murmullo de los asistentes era un suave eco de la anticipación. El desfile de Charles estaba a punto de comenzar, y aunque la atmósfera era cargada de tensión, había algo inconfundiblemente hermoso en cada rincón de la sala. En las primeras filas se encontraban aquellos que más significaban para él: su madre, sus hermanos, Max, Checo, Patricio y Hamda, acompañados de amigos y conocidos.
Carlos, desde detrás de escena, observaba con una mezcla de nerviosismo y orgullo. Sus ojos seguían cada movimiento de los modelos, aquellos que con tanto empeño y dedicación se habían preparado para este día. Kimi, Lando, George y Franco, entre otros, daban vida a la nueva colección de Charles, todos vestidos con prendas que destilaban elegancia, audacia y color.
Charles, sentado en su silla, apenas podía contener su emoción. Su mirada fija en la pasarela reflejaba todo lo que había vivido, el sacrificio, el amor y la pasión de cada uno de los diseños que ahora flotaban por el aire. A su lado, Oliver, su fiel asistente, sonreía al ver el orgullo reflejado en los ojos de Charles, reconociendo el arduo trabajo que había costado llegar hasta allí.
Cuando Kimi hizo su aparición en la pasarela, todos los ojos se dirigieron hacia él. La primera prenda era un conjunto moderno y sofisticado, con un toque de rebelión. Charles no pudo evitar sonreír para sí mismo al ver que todo lo que había imaginado cobraba vida ante él. La colección era más que moda; era la representación de todo lo que había vivido junto a Carlos, de lo que había aprendido y, sobre todo, de lo que se había liberado en el proceso.
Uno a uno, los modelos comenzaron a caminar con una gracia que solo los más cercanos a Carlos Sainz podían desplegar. Lando, con su sonrisa característica, apareció primero, llevando una chaqueta de tonos tierra que parecía fluir como el viento. Franco, con su imponente presencia juvenil, desfiló después, llevando un conjunto de líneas limpias y detalles metálicos, una declaración de sofisticación y fuerza. El siguiente en salir fue George, quien, con su aire tranquilo y elegante, destacó una prenda de cortes asimétricos, que combinaba perfectamente con su estilo. Pero el impacto de cada uno de ellos no solo estaba en la ropa que llevaban, sino en la energía que emanaban.
Ellos no solo estaban modelando, estaban representando un vínculo profundo con el diseñador, con Charles.
La pasarela continuó, y cada modelo parecía más seguro de sí mismo, cada paso un reflejo del amor y la pasión que Charles había volcado en sus creaciones. Carlos, desde el backstage, veía con admiración cómo todos lucían impecables, pero era Kimi quien lo hacía sentir, de alguna manera, más cerca de Charles. El gesto de los modelos, la energía, todo lo que ellos emanaban estaba marcado por la esencia de Charles, como un tributo a la fuerza de su visión.
Al final de la pasarela, Charles se puso de pie, su mirada fija en Carlos. Sabía que en ese momento, en ese lugar, todo lo que había pasado valía la pena. Mientras la música terminaba, él y Carlos se cruzaron las miradas, y sin palabras, lo sabían: este desfile era solo el comienzo de algo mucho más grande.
La ovación fue estruendosa. El público aplaudió de pie, y Charles, con una sonrisa que brillaba incluso más que las luces sobre la pasarela, se acercó lentamente hacia Carlos. Sin decir una palabra, se abrazaron, y en ese abrazo había algo más que palabras: era un cierre perfecto a lo que había sido un viaje intenso de amor, dolor, redención y, sobre todo, esperanza.
—Te lo dedico a ti —susurró Charles, mirando a Carlos a los ojos—, a todo lo que somos.
Y Carlos, con su sonrisa tímida pero segura, asintió. Él sabía que esta colección no solo era una obra de arte, era la muestra de lo que habían superado juntos, y la promesa de un futuro donde la pasión y el amor serían lo único que importaría.
La luz se desvaneció lentamente mientras la multitud seguía aplaudiendo, pero para Charles y Carlos, todo el mundo desapareció en ese instante. La gente, las cámaras, las miradas... Nada importaba. Solo ellos dos. En ese momento, no había más que el calor de sus cuerpos cerca, el roce de sus manos, y el latido acelerado de sus corazones sincronizándose en un mismo ritmo.
El castaño, aún en el abrazo, cerró los ojos un segundo y respiró profundo. Ese aire, ese perfume a éxito y a renacimiento, era el aroma de todo lo que había conseguido. Al abrir los ojos, se vio reflejado en la mirada de Carlos: llena de admiración, de ternura, pero también de ese fuego que nunca dejarían que se apagara; y, como si estuviera leyendo sus pensamientos, Carlos inclinó ligeramente la cabeza y habló en un susurro tan suave que parecía un secreto entre ellos dos.
—Este es solo el principio. Lo que venga será nuestro.
Charles sonrió, y esa sonrisa fue la respuesta a todo: a sus miedos, a sus inseguridades, a los días oscuros que casi los separan, a las sombras de su pasado. En ese momento, no había nada más que lo que ambos construyeron juntos: su amor, su futuro, su colección de sueños compartidos.
El público continuaba aplaudiendo, pero para ellos no existía otro lugar en el mundo que no fuera ese abrazo, ese lazo invisible que los unía.
Carlos acarició su mejilla suavemente, como si pudiera grabarse en su memoria la sensación exacta de ese instante. Y antes de que las palabras pudieran escapar, la última luz de la pasarela brilló sobre ellos, iluminando sus rostros con una suavidad de anhelo y promesas por cumplir.
Aquel desfile no solo fue el cierre de una colección, sino el comienzo de un capítulo aún más emocionante. Y mientras las luces se apagaban por completo, ellos se quedaron allí, de pie, en su propio mundo, abrazados, donde solo existía la fuerza de lo que había nacido entre ellos: un amor irrompible, forjado en el fuego de todo lo que habían superado, y tan brillante como las estrellas que comenzaban a aparecer en el cielo.
—Te amo —susurró Charles en voz baja mientras el sonido de los aplausos comenzaba a desvanecerse en el aire—.
—Lo sé —respondió Carlos con una sonrisa pura y un sencillo—.
El final perfecto para un nuevo comienzo.
[...]
¡Buenos días, gente madrugadora!