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By ClaudiaGironBermudez

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Untitled Part 1
La sangre que le quitó la inocencia. 1.1
La sangre que le quitó la inocencia .1.2
La sangre que le quitó la inocencia 1.3
La sangre que le quitó la inocencia. Capitulo 1.4
CAPITULO 2. EL BUEN PASTOR
CAPÍTULO 2.1"La cárcel de mujeres"
CAPÍTULO 3.UN CABRÓN ME EMBARAZÓ
CAPITULO 4. LAS MUJERES TAMBIÉN SON CORRUPTAS
CAPITULO 5. Dicen que la acusó una muerta y sintieron frío.
CAPITULO 6 LA CÁRCEL DE HOMBRES (VILLAHERMOSA)
Capitulo 6.1. La cárcel de hombres.
Capitulo 6.2 La cárcel de hombres.
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPITULO 12
CAPITULO 13
CAPITULO 14
CAPITULO 15
CAPITULO 15
CAPITULO 16
CAPITULO 17
CAPITULO 18
CAPITULO 19
CAPITULO 21
CAPITULO 22
CAPITULO 23
CAPITULO 24

CAPITULO 20

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By ClaudiaGironBermudez


                                                         LA CLAVE: EL COMPUTADOR DEL CAPO

Villahermosa estaba muy «caliente». Los capos ya no asomaban sus

narices, sino que utilizaban su correo humano para gestionar sus

necesidades jurídicas dentro del penal: era el trabajo de los lavaperros.

Estos se levantaban temprano, iban al gimnasio y, apenas abrían las oficinas,

empezaban a merodear por las diferentes dependencias. Sus jeans, zapatillas

deportivas de marca y sus camisetas casi siempre blancas eran su uniforme.

Se preocupan también de hombres que cuidaban mucho su imagen: cabellos

bien cortos y limpios, con olores varoniles potencialmente de ser «olfateados» por

las féminas a metros de distancia —aseguró Karla.

Sarek escuchaba todas las revelaciones con mucho interés. Karla había

vivido «desde dentro» todo aquel submundo del narcotráfico entre rejas, que

proseguía con su actividad casi al mismo ritmo que cuando disfrutaba de libertad.

—Sigue, sigue contándome —le pidió Sarek.

Karla asintió.

—Los capos encerrados en sus celdas siguieron «trabajando» su gran negocio

de la droga, no tienen tiempo que perder. Fue el momento en que el extinto

cártel de Cali, que había sido liderado por los hermanos González, había dejado de

existir con su entrega.

Las celdas del Patio Ocho permitieron reuniones clandestinas entre capos para

crear el nuevo cártel del Norte del Valle, allí donde estaba gracias a las alianzas

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La joven funcionaria de prisiones.

entre Larson Aranda, Luciano y Fabio. Su unión era un secreto a voces pero solo

dentro del Patio Ocho, entre capos y lavaperros. La guardia de prisiones y la

policía no sabían lo que estaba allí fraguando allí. Piruleta cogió el poder de dicho

cártel ya que demostró cómo enviar una tonelada de droga por mar sin que los

gringos se dieran cuenta. Desde Pablo Escobar, una hazaña similar no había

vuelto a tener lugar. Todos sabían que él era el nuevo caballero de la droga en

Cali, la cabeza del cártel del norte, sin saber que también se convertiría en el

nuevo patrón del infierno.

»A Piruleta poco le gustaba discutir. Él prefiere apretar el gatillo y descargar

el proveedor de su pistola a quien le lleva la contraria o intenta joderle. Se

le conocía por ser extremadamente violento, según información de la policía

nacional, y fue esa manera de ser lo que le ascenderon de manera

permanente desde que se convirtió en el mundo del narcotráfico siendo un simple

joven de veinte años, y después de que se convertirá en montador de caballos

de los hermanos González. Su familia tenía la esperanza de que esa mente

prodigiosa y quien había logrado su título universitario como economista hiciera

un doctorado en finanzas, pero Larson optó por otro camino. Sus conocidos

sabían que al muchacho le gustaba mucho la plata por el culto que le rendía. En

algunas de las reuniones del cártel de Cali, los hermanos González le auguraron

un futuro prometedor con el dinero. No se equivocaron».

****

—¿Sabes quién me ha venido a la memoria? —saltó Karla de repente.

—¿Quién? —quiso saber Sarek.

—Juan Azcarate, un interno que era muy bueno en matemáticas y que me

ayudó en la escuela. Era un hombre muy callado, rubio, exmarine. Nunca

conseguimos saber por qué estaba allí, y como nadie sabía nada de él

empezaron a extenderse rumores. Nadie sabía lo que pasaba por la mente

de Azcarate ni tampoco quién era él en realidad, al menos entre los presos.

»Y el caso, es que Azcarate tenía un plan desde que llegó a Villahermosa, pero

solo unos pocos altos mandos de la policía lo sabían».

****

Un día, Efraín, el monitor de filosofía, me preguntó:

—Doctora, ¿usted no nota algo raro en Azcarate?

—Azcarate... ¿el profe de matemáticas? —me extrañé.

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LA CLAVE: EL COMPUTADOR DEL CAPO

—Sí, es una persona muy rara y por aquí se empieza a decir que es un

infiltrado.

—¿Ah, sí? ¿Qué dices? ¿Es para tanto?

—Sí, doctora, porque ese hombre no tiene amigos, no habla con nadie y

nos observa a todos. La verdad, está cayendo muy mal entre el profesorado,

porque a veces le han preguntado con qué delito está penado y dice que

por robar una bicicleta; otro día que por robar una cadena de oro, y así

sucesivamente, porque aquí todos sabemos qué delito cometió cada uno,

pero él es tan reservado que a veces parece que se riera de todos nosotros.

—No sé, Efraín, la verdad es que sí, que hasta yo sé muchos de los delitos

que ustedes han cometido —le hice ver—, pero a decir verdad no me queda

claro el porqué de que esté aquí Azcarate.

—Doctora, ¿y si lo averigua...? —me propuso Efraín—. Así todos quedamos

tranquilos.

—Bueno, no prometo nada, ya veré qué hago.

Esa inquietud de Efraín me dejó preocupada, así que fui a la oficina jurídica a

ver qué me podían decir de Azcarate. Hablé con mi compañera Liliana y me dijo:

—Karla, ¿para qué quieres esa información?

—Simple curiosidad —contesté yo—. Porque es el único recluso del que

nadie conoce los motivos por los cuales está aquí en Villahermosa. Lo tengo

que apuntar en el archivo.

—Aquí nos han ordenado que no digamos nada de ese interno, y que si

alguien preguntaba por él lo informáramos a la dirección.

Karla también se quedó sorprendida con la respuesta de su compañera. No entendía

por qué tanto hermetismo. Cuando su compañera le había dicho: «Quédate quieta

y no preguntes más», seguramente era por algo. Y además todos conocíamos el

lema carcelario: «Entre menos sepas más vives».

Así que me acerqué hasta la escuela para investigar los certificados de estudios

que me había presentado Azcarate y no vi nada extraño. Era un hombre culto,

muy estudiado y, por eso, menos me cabían en la cabeza los delitos que él alegaba

haber cometido. Desde luego, yo sabía que era un preso «señalado», pero en

prisión había internos de todo tipo: con estudios y sin estudios, y otros que

utilizaban su inteligencia para delinquir a un nivel más alto y fino.

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La joven funcionaria de prisiones.

Me reconcomía la curiosidad, así que un día decidí citar al interno aprovechando

otros temas que también tenía que comentarle. La reunión tuvo lugar en privado,

en mi oficina, yo no quería que hubiera testigos.

—Azcarate, ¿tú por qué estás aquí? —le espeté de repente.

—Por robar una bicicleta —dijo él.

—¡Anda ya!

—Doctora, ¿acaso importa?

—Simple curiosidad... —me justifiqué.

—¡Estoy infiltrado! ¡Ja, ja, ja, ja! —me dijo mientras se reía a carcajada

limpia. Después de unos segundos, ya recuperado, volvió a hablar—: hago

una investigación aquí.

Yo fruncí el ceño y puse cara de sorpresa.

—No puede ser, Azcarate.

—Tranquila, era un chiste —añadió.

—Ok, vaya susto me has dado.

—¿Sabe qué pasa? Que estoy sintiendo como si yo fuera un bicho raro

porque no hablo con nadie, me limito a cumplir mi condena. Y les sorprende

porque los domingos tampoco viene nadie a visitarme. No tengo mujer ni

hijos —me explicó—, ni madre, y si los tuviera... ¿por qué tendría que

meterlos en este infierno? Porque si ellos no son culpables de lo que yo he

hecho, al fin y al cabo, estoy pagando mi castigo y ellos tienen que seguir

con su vida hasta que yo salga.

—Hombre, normal no es, tú ya tienes una edad y que no venga a visitarte

absolutamente nadie no es normal.

—Pues sí, doctora, mi vida es complicada. Por cierto, a mí me gustaría que

me trasladaran al Patio Ocho —me lanzó.

—¿Y para qué? —le pregunté con cara seria.

—Simplemente me interesa, doctora. Me gustaría conocer internos de otro nivel

intelectual. Usted me puede presentar a Larson Aranda, o mejor dicho, a Piruleta.

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LA CLAVE: EL COMPUTADOR DEL CAPO

—Bueno, pues preséntate tú —le dije yo—; él viene a veces por aquí, a

estudiar...

—Ah, pues es buena idea.

Y así lo hizo. Azcarate esperó y el día que Larson Aranda apareció por allí se

acercó hasta él y se presentó.

—Patrón, soy Juan Luis Azcarate, si usted necesita que le ayude con las

matemáticas o contabilidad cuente con mi apoyo.

Piruleta le miró un poco sorprendido, pero luego le dijo que lo tendría en cuenta.

En esa época, Piruleta estaba saliendo mucho en las noticias por su delito de

narcotráfico, y era muy curioso verlo en la televisión y luego encontrarlo en la

escuela. Esto no era muy usual, solo ocurría cuando apresaban al delincuente y

luego lo trasladaban a Villahermosa, pero a partir de ese momento no volvían

a verlo en la tele. Sin embargo, Larson Aranda no era un interno normal, él era

el mayor narcotraficante de Colombia en ese momento y las investigaciones

que había sobre él se dilataban en el tiempo, porque Estados Unidos había

empezado a reclamar para extraditarlo. La cosa se convirtió en noticia mundial.

Pasaron unos días de aquello y no volví a saber del capo, ya no venía a estudiar,

ya casi no le veía.

Dado el potencial de Azcarate, lo tuvimos en cuenta para apoyar a los internos en

matemáticas y física en las clases universitarias que logré inaugurar en el penal

con ayuda de Larson. Al mudarme yo al área industrial, supe que Azcarate se

había convertido en una persona de confianza del capo; su don con los números

hizo que Piruleta le fuera dando trabajos de su contabilidad. Todo parecía muy

cordial, hasta el punto que cuando trasladaron a Larson Aranda a la cárcel de

Palmira, Azcarate pidió también un traslado para estar junto a él. Se lo dieron. A

partir de ese instante, les perdí la pista a los dos.

«¿Qué pasó con esa relación?», me preguntaba muchas veces mientras leía

en internet todo lo sucedido en los más de veinte años que he estado fuera de

Villahermosa, haciendo mi vida fuera de Colombia.

A pesar de toda esta información, no logré saber quién o quiénes habían

traicionado a mi antiguo amor, y si yo los habría conocido en Villahermosa,

puesto que ciertos datos que encontré en la red me llevaban a Azcarate, y otros a

Genaro Sanabria. Pese a todo, recordé un día en que me encontré con Azcarate en

Cali, mientras estaba en un centro comercial. Habían pasado varios años ya desde

que me había desconectado de las prisiones. Aquel día, cuando lo vi, lo único que

se me vino a la cabeza fue saber de Larson Aranda.

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La joven funcionaria de prisiones.

—Azcarate, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo! —saludé.

—Hola, Karla, sí que es verdad... ha pasado mucho tiempo. ¿Te volviste a

comunicar con Larson? —me preguntó.

—No, que va, yo desde que renuncié no volví a contactarme con nadie de

Villahermosa. ¿Y tú?

—Pues yo seguí de tutor de la universidad hasta que se graduó. Luego él

salió en libertad y me han informado que está escondido.

—¿Se graduó? Vaya, qué bien.

—Sí, sí, ya sabes cómo es ese man, y terminó graduándose de economía

solidaria tal como él quería. Dos carreras tiene, nada menos. Pero no sé

nada más.

—Bueno, cuídate mucho —le dije.

Pero la historia de la mafia de Larson seguía su curso. Un día, después del hallazgo

de las millonarias caletas, un hombre llegó hasta las oficinas de la DEA en Nueva

York y les entregó a los agentes estadounidenses un computador que llevaba

consigo. En ese portátil estaba la información financiera que movía Piruleta.

Mientras las autoridades colombianas anunciaban el éxito de la operación contra

las finanzas del capo, la DEA analizaba minuciosamente la información que

contenía el portátil. Nombres, direcciones, teléfonos e información personal de

socios, testaferros, familiares y amigos.

Lo que más les llamó la atención a los agentes federales es que en el portátil

también aparecían los nombres de aquellos que durante los últimos seis años

habían estado vinculados con la organización de Larson Aranda alias Piruleta.

El listado incluía miembros de la Fuerza Pública, jueces, fiscales, empresarios,

políticos e importantes dirigentes, principalmente del valle del Cauca, vinculados

con Larson Aranda, quien era uno de los diez narcotraficantes más buscados del

mundo y por quien el gobierno de Estados Unidos ofrecía una recompensa de

cinco millones de dólares.

En el computador también había decenas de empresas que, durante años, habían

aparecido ante los ojos de la justicia y la opinión pública como respetadas

industrias legales pero que, gracias a la información que descubrieron en el

portátil, ahora se sabía que no eran más que fachadas y empresas que había

utilizado el narco durante años, para lavar millones de dólares. «La importancia

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LA CLAVE: EL COMPUTADOR DEL CAPO

del computador es que confirma la versión de varios colaboradores de la justicia,

y apoya la información contra su organización delictiva. Lo más importante es

que identifica la red de contactos del capo, lo que podría facilitar otras veinte

extradiciones», sostuvo el general Manzano, director de la policía.

También saltó a la palestra información acerca de un video que poseían las

autoridades, y que contenía el testimonio clave del informante que le proporcionó

a la DEA el portátil de Piruleta. El testigo decía que había sido suboficial de la

Armada de Colombia y que conoció a Larson Aranda en la cárcel de Palmira, cosa

que es falsa porque Karla había sido testigo del momento en que se conocieron:

había ocurrido en Villahermosa y aquel día ella estaba delante. Dicho testigo

acabó uniéndose a la organización del capo cuando este salió de prisión.

Mientras leía las noticias de hace diez años, fui descubriendo quién traicionó a

Aranda, y no fue solo una persona, sino dos, cada uno con la información que

manejaba, ya con Genaro Sanabria muerto, Azcarate sabía que también le podía

suceder a él, por eso era mejor no saber mucho e ir averiguando cosas poco a poco.

Azcarate, una vez entregó el computador, decidió salir del país y se acogió al

programa de protección de testigos de la justicia norteamericana, a la que le

entregó todos los secretos de Larson Aranda.

Por otro lado, me hice muchas veces la pregunta de cómo el profe Azcarate

obtuvo el computador. Existían ciertos vacíos de tiempo desde que lo había visto

por última vez, pero supuse que quizá pudo ocurrir que Genaro y Azcarate se

mantuvieron un tiempo en contacto para hacerle la jugada al patrón, de ahí que

cuando encuentran las primeras caletas, al día siguiente, aparece el informante

con el computador.

Cuando decidí dejar de ver a Larson Aranda, me llegó el rumor de que el

capo había decidido embarazar a todas sus mujeres y, casualmente, las caletas

encontradas tenían puesto, cada una de ellas, un nombre femenino, como si cada

una fuera un seguro de vida para cada una de sus amantes y sus herederos.

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