LA CLAVE: EL COMPUTADOR DEL CAPO
Villahermosa estaba muy «caliente». Los capos ya no asomaban sus
narices, sino que utilizaban su correo humano para gestionar sus
necesidades jurídicas dentro del penal: era el trabajo de los lavaperros.
Estos se levantaban temprano, iban al gimnasio y, apenas abrían las oficinas,
empezaban a merodear por las diferentes dependencias. Sus jeans, zapatillas
deportivas de marca y sus camisetas casi siempre blancas eran su uniforme.
Se preocupan también de hombres que cuidaban mucho su imagen: cabellos
bien cortos y limpios, con olores varoniles potencialmente de ser «olfateados» por
las féminas a metros de distancia —aseguró Karla.
Sarek escuchaba todas las revelaciones con mucho interés. Karla había
vivido «desde dentro» todo aquel submundo del narcotráfico entre rejas, que
proseguía con su actividad casi al mismo ritmo que cuando disfrutaba de libertad.
—Sigue, sigue contándome —le pidió Sarek.
Karla asintió.
—Los capos encerrados en sus celdas siguieron «trabajando» su gran negocio
de la droga, no tienen tiempo que perder. Fue el momento en que el extinto
cártel de Cali, que había sido liderado por los hermanos González, había dejado de
existir con su entrega.
Las celdas del Patio Ocho permitieron reuniones clandestinas entre capos para
crear el nuevo cártel del Norte del Valle, allí donde estaba gracias a las alianzas
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La joven funcionaria de prisiones.
entre Larson Aranda, Luciano y Fabio. Su unión era un secreto a voces pero solo
dentro del Patio Ocho, entre capos y lavaperros. La guardia de prisiones y la
policía no sabían lo que estaba allí fraguando allí. Piruleta cogió el poder de dicho
cártel ya que demostró cómo enviar una tonelada de droga por mar sin que los
gringos se dieran cuenta. Desde Pablo Escobar, una hazaña similar no había
vuelto a tener lugar. Todos sabían que él era el nuevo caballero de la droga en
Cali, la cabeza del cártel del norte, sin saber que también se convertiría en el
nuevo patrón del infierno.
»A Piruleta poco le gustaba discutir. Él prefiere apretar el gatillo y descargar
el proveedor de su pistola a quien le lleva la contraria o intenta joderle. Se
le conocía por ser extremadamente violento, según información de la policía
nacional, y fue esa manera de ser lo que le ascenderon de manera
permanente desde que se convirtió en el mundo del narcotráfico siendo un simple
joven de veinte años, y después de que se convertirá en montador de caballos
de los hermanos González. Su familia tenía la esperanza de que esa mente
prodigiosa y quien había logrado su título universitario como economista hiciera
un doctorado en finanzas, pero Larson optó por otro camino. Sus conocidos
sabían que al muchacho le gustaba mucho la plata por el culto que le rendía. En
algunas de las reuniones del cártel de Cali, los hermanos González le auguraron
un futuro prometedor con el dinero. No se equivocaron».
****
—¿Sabes quién me ha venido a la memoria? —saltó Karla de repente.
—¿Quién? —quiso saber Sarek.
—Juan Azcarate, un interno que era muy bueno en matemáticas y que me
ayudó en la escuela. Era un hombre muy callado, rubio, exmarine. Nunca
conseguimos saber por qué estaba allí, y como nadie sabía nada de él
empezaron a extenderse rumores. Nadie sabía lo que pasaba por la mente
de Azcarate ni tampoco quién era él en realidad, al menos entre los presos.
»Y el caso, es que Azcarate tenía un plan desde que llegó a Villahermosa, pero
solo unos pocos altos mandos de la policía lo sabían».
****
Un día, Efraín, el monitor de filosofía, me preguntó:
—Doctora, ¿usted no nota algo raro en Azcarate?
—Azcarate... ¿el profe de matemáticas? —me extrañé.
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—Sí, es una persona muy rara y por aquí se empieza a decir que es un
infiltrado.
—¿Ah, sí? ¿Qué dices? ¿Es para tanto?
—Sí, doctora, porque ese hombre no tiene amigos, no habla con nadie y
nos observa a todos. La verdad, está cayendo muy mal entre el profesorado,
porque a veces le han preguntado con qué delito está penado y dice que
por robar una bicicleta; otro día que por robar una cadena de oro, y así
sucesivamente, porque aquí todos sabemos qué delito cometió cada uno,
pero él es tan reservado que a veces parece que se riera de todos nosotros.
—No sé, Efraín, la verdad es que sí, que hasta yo sé muchos de los delitos
que ustedes han cometido —le hice ver—, pero a decir verdad no me queda
claro el porqué de que esté aquí Azcarate.
—Doctora, ¿y si lo averigua...? —me propuso Efraín—. Así todos quedamos
tranquilos.
—Bueno, no prometo nada, ya veré qué hago.
Esa inquietud de Efraín me dejó preocupada, así que fui a la oficina jurídica a
ver qué me podían decir de Azcarate. Hablé con mi compañera Liliana y me dijo:
—Karla, ¿para qué quieres esa información?
—Simple curiosidad —contesté yo—. Porque es el único recluso del que
nadie conoce los motivos por los cuales está aquí en Villahermosa. Lo tengo
que apuntar en el archivo.
—Aquí nos han ordenado que no digamos nada de ese interno, y que si
alguien preguntaba por él lo informáramos a la dirección.
Karla también se quedó sorprendida con la respuesta de su compañera. No entendía
por qué tanto hermetismo. Cuando su compañera le había dicho: «Quédate quieta
y no preguntes más», seguramente era por algo. Y además todos conocíamos el
lema carcelario: «Entre menos sepas más vives».
Así que me acerqué hasta la escuela para investigar los certificados de estudios
que me había presentado Azcarate y no vi nada extraño. Era un hombre culto,
muy estudiado y, por eso, menos me cabían en la cabeza los delitos que él alegaba
haber cometido. Desde luego, yo sabía que era un preso «señalado», pero en
prisión había internos de todo tipo: con estudios y sin estudios, y otros que
utilizaban su inteligencia para delinquir a un nivel más alto y fino.
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Me reconcomía la curiosidad, así que un día decidí citar al interno aprovechando
otros temas que también tenía que comentarle. La reunión tuvo lugar en privado,
en mi oficina, yo no quería que hubiera testigos.
—Azcarate, ¿tú por qué estás aquí? —le espeté de repente.
—Por robar una bicicleta —dijo él.
—¡Anda ya!
—Doctora, ¿acaso importa?
—Simple curiosidad... —me justifiqué.
—¡Estoy infiltrado! ¡Ja, ja, ja, ja! —me dijo mientras se reía a carcajada
limpia. Después de unos segundos, ya recuperado, volvió a hablar—: hago
una investigación aquí.
Yo fruncí el ceño y puse cara de sorpresa.
—No puede ser, Azcarate.
—Tranquila, era un chiste —añadió.
—Ok, vaya susto me has dado.
—¿Sabe qué pasa? Que estoy sintiendo como si yo fuera un bicho raro
porque no hablo con nadie, me limito a cumplir mi condena. Y les sorprende
porque los domingos tampoco viene nadie a visitarme. No tengo mujer ni
hijos —me explicó—, ni madre, y si los tuviera... ¿por qué tendría que
meterlos en este infierno? Porque si ellos no son culpables de lo que yo he
hecho, al fin y al cabo, estoy pagando mi castigo y ellos tienen que seguir
con su vida hasta que yo salga.
—Hombre, normal no es, tú ya tienes una edad y que no venga a visitarte
absolutamente nadie no es normal.
—Pues sí, doctora, mi vida es complicada. Por cierto, a mí me gustaría que
me trasladaran al Patio Ocho —me lanzó.
—¿Y para qué? —le pregunté con cara seria.
—Simplemente me interesa, doctora. Me gustaría conocer internos de otro nivel
intelectual. Usted me puede presentar a Larson Aranda, o mejor dicho, a Piruleta.
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—Bueno, pues preséntate tú —le dije yo—; él viene a veces por aquí, a
estudiar...
—Ah, pues es buena idea.
Y así lo hizo. Azcarate esperó y el día que Larson Aranda apareció por allí se
acercó hasta él y se presentó.
—Patrón, soy Juan Luis Azcarate, si usted necesita que le ayude con las
matemáticas o contabilidad cuente con mi apoyo.
Piruleta le miró un poco sorprendido, pero luego le dijo que lo tendría en cuenta.
En esa época, Piruleta estaba saliendo mucho en las noticias por su delito de
narcotráfico, y era muy curioso verlo en la televisión y luego encontrarlo en la
escuela. Esto no era muy usual, solo ocurría cuando apresaban al delincuente y
luego lo trasladaban a Villahermosa, pero a partir de ese momento no volvían
a verlo en la tele. Sin embargo, Larson Aranda no era un interno normal, él era
el mayor narcotraficante de Colombia en ese momento y las investigaciones
que había sobre él se dilataban en el tiempo, porque Estados Unidos había
empezado a reclamar para extraditarlo. La cosa se convirtió en noticia mundial.
Pasaron unos días de aquello y no volví a saber del capo, ya no venía a estudiar,
ya casi no le veía.
Dado el potencial de Azcarate, lo tuvimos en cuenta para apoyar a los internos en
matemáticas y física en las clases universitarias que logré inaugurar en el penal
con ayuda de Larson. Al mudarme yo al área industrial, supe que Azcarate se
había convertido en una persona de confianza del capo; su don con los números
hizo que Piruleta le fuera dando trabajos de su contabilidad. Todo parecía muy
cordial, hasta el punto que cuando trasladaron a Larson Aranda a la cárcel de
Palmira, Azcarate pidió también un traslado para estar junto a él. Se lo dieron. A
partir de ese instante, les perdí la pista a los dos.
«¿Qué pasó con esa relación?», me preguntaba muchas veces mientras leía
en internet todo lo sucedido en los más de veinte años que he estado fuera de
Villahermosa, haciendo mi vida fuera de Colombia.
A pesar de toda esta información, no logré saber quién o quiénes habían
traicionado a mi antiguo amor, y si yo los habría conocido en Villahermosa,
puesto que ciertos datos que encontré en la red me llevaban a Azcarate, y otros a
Genaro Sanabria. Pese a todo, recordé un día en que me encontré con Azcarate en
Cali, mientras estaba en un centro comercial. Habían pasado varios años ya desde
que me había desconectado de las prisiones. Aquel día, cuando lo vi, lo único que
se me vino a la cabeza fue saber de Larson Aranda.
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—Azcarate, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo! —saludé.
—Hola, Karla, sí que es verdad... ha pasado mucho tiempo. ¿Te volviste a
comunicar con Larson? —me preguntó.
—No, que va, yo desde que renuncié no volví a contactarme con nadie de
Villahermosa. ¿Y tú?
—Pues yo seguí de tutor de la universidad hasta que se graduó. Luego él
salió en libertad y me han informado que está escondido.
—¿Se graduó? Vaya, qué bien.
—Sí, sí, ya sabes cómo es ese man, y terminó graduándose de economía
solidaria tal como él quería. Dos carreras tiene, nada menos. Pero no sé
nada más.
—Bueno, cuídate mucho —le dije.
Pero la historia de la mafia de Larson seguía su curso. Un día, después del hallazgo
de las millonarias caletas, un hombre llegó hasta las oficinas de la DEA en Nueva
York y les entregó a los agentes estadounidenses un computador que llevaba
consigo. En ese portátil estaba la información financiera que movía Piruleta.
Mientras las autoridades colombianas anunciaban el éxito de la operación contra
las finanzas del capo, la DEA analizaba minuciosamente la información que
contenía el portátil. Nombres, direcciones, teléfonos e información personal de
socios, testaferros, familiares y amigos.
Lo que más les llamó la atención a los agentes federales es que en el portátil
también aparecían los nombres de aquellos que durante los últimos seis años
habían estado vinculados con la organización de Larson Aranda alias Piruleta.
El listado incluía miembros de la Fuerza Pública, jueces, fiscales, empresarios,
políticos e importantes dirigentes, principalmente del valle del Cauca, vinculados
con Larson Aranda, quien era uno de los diez narcotraficantes más buscados del
mundo y por quien el gobierno de Estados Unidos ofrecía una recompensa de
cinco millones de dólares.
En el computador también había decenas de empresas que, durante años, habían
aparecido ante los ojos de la justicia y la opinión pública como respetadas
industrias legales pero que, gracias a la información que descubrieron en el
portátil, ahora se sabía que no eran más que fachadas y empresas que había
utilizado el narco durante años, para lavar millones de dólares. «La importancia
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del computador es que confirma la versión de varios colaboradores de la justicia,
y apoya la información contra su organización delictiva. Lo más importante es
que identifica la red de contactos del capo, lo que podría facilitar otras veinte
extradiciones», sostuvo el general Manzano, director de la policía.
También saltó a la palestra información acerca de un video que poseían las
autoridades, y que contenía el testimonio clave del informante que le proporcionó
a la DEA el portátil de Piruleta. El testigo decía que había sido suboficial de la
Armada de Colombia y que conoció a Larson Aranda en la cárcel de Palmira, cosa
que es falsa porque Karla había sido testigo del momento en que se conocieron:
había ocurrido en Villahermosa y aquel día ella estaba delante. Dicho testigo
acabó uniéndose a la organización del capo cuando este salió de prisión.
Mientras leía las noticias de hace diez años, fui descubriendo quién traicionó a
Aranda, y no fue solo una persona, sino dos, cada uno con la información que
manejaba, ya con Genaro Sanabria muerto, Azcarate sabía que también le podía
suceder a él, por eso era mejor no saber mucho e ir averiguando cosas poco a poco.
Azcarate, una vez entregó el computador, decidió salir del país y se acogió al
programa de protección de testigos de la justicia norteamericana, a la que le
entregó todos los secretos de Larson Aranda.
Por otro lado, me hice muchas veces la pregunta de cómo el profe Azcarate
obtuvo el computador. Existían ciertos vacíos de tiempo desde que lo había visto
por última vez, pero supuse que quizá pudo ocurrir que Genaro y Azcarate se
mantuvieron un tiempo en contacto para hacerle la jugada al patrón, de ahí que
cuando encuentran las primeras caletas, al día siguiente, aparece el informante
con el computador.
Cuando decidí dejar de ver a Larson Aranda, me llegó el rumor de que el
capo había decidido embarazar a todas sus mujeres y, casualmente, las caletas
encontradas tenían puesto, cada una de ellas, un nombre femenino, como si cada
una fuera un seguro de vida para cada una de sus amantes y sus herederos.