El aire de la habitación estaba cargado de una electricidad palpable, el calor de vuestros cuerpos entrelazados llenaba cada rincón. Charles dejó escapar un gemido profundo, gutural, que resonó en su pecho mientras tus caderas se movían con un ritmo frenético, montándolo con una intensidad que lo dejaba sin aliento. Tus uñas se hundían en la piel de su espalda, dejando marcas rojas que ardían bajo tus dedos, una prueba tangible del control que habías tomado. Él te dejaba liderar, rendido a tu dominio, y había algo en esa entrega que te hacía sentir poderosa, invencible. Verlo así, vulnerable bajo ti, con los músculos tensos y los ojos nublados por el deseo, era embriagador. La forma en que su longitud llenaba cada rincón de ti mientras cabalgabas sin piedad era jodidamente adictiva, y ambos lo sabían.
—Joder, muele mi pene, bebé… úsame para tu placer —gruñó Charles, sus dientes apretados, la voz rota por la intensidad del momento. Sus ojos te devoraban, siguiendo cada movimiento de tu cuerpo. Te echó la cabeza hacia atrás, el placer recorriendo tu columna como un relámpago, y él lo notó. Charles conocía tu cuerpo como si fuera una extensión del suyo. Sabía que ese movimiento, ese roce deliberado de tu clítoris contra él, hacía que cada terminación nerviosa cobrara vida. La fricción era dulce, casi insoportable, y te hacía vibrar de una manera que él adoraba presenciar. Sus manos se aferraron a tus caderas, guiándote ligeramente, aunque eras tú quien marcaba el ritmo.
Tras unos instantes de deleitarte en esa conexión íntima, cambiaste el compás. Te pusiste de rodillas, elevándote para tener mejor acceso, y comenzaste a rebotar con una rapidez que hacía que el sonido de vuestros cuerpos chocando llenara la habitación. Tus manos se apoyaron en su abdomen, los músculos definidos bajo tus palmas se tensaban con cada movimiento. Sentías su calor, su fuerza, y eso solo avivaba el fuego en tu interior.
—Tócame, bebé —gemiste, tu voz cargada de sensualidad, un ruego que era más una orden. Los ojos de Charles se agitaron, brillando con una mezcla de adoración y lujuria. Él amaba cuando lo llamabas así, con esos apodos que lo hacían sentir tuyo. Su mano libre ascendió hasta tu pecho, masajeándolo con esa presión perfecta que sabías que te volvía loca. Sus dedos encontraron tus pezones, pellizcándolos con la justa medida de rudeza, arrancándote un siseo de placer. Ese leve dolor, esa chispa de intensidad, era exactamente lo que necesitabas, y él lo sabía.
—¿Quién es tu dueña, bebé? —preguntaste, ralentizando tu cabalgata hasta un trote tortuosamente lento. Querías verlo rendirse, querías escuchar las palabras salir de su boca. Charles alzó una ceja, un destello juguetón en su mirada, pero no había desafío real en él. Estaba completamente a tu merced.
—Tú lo eres, princesa… siempre te perteneceré —respondió con una sonrisa que mezclaba devoción y deseo. Tus dedos se deslizaron hasta sus propios pezones, rozándolos con una caricia que lo hizo sisear de nuevo, su cuerpo reaccionando al instante. Lo mantuviste así por un tiempo, saboreando cada instante, cada reacción. Que Charles estuviera dispuesto a ser sumiso contigo era algo que habían acordado con cuidado, un pacto íntimo que fortalecía la confianza entre ambos. Sabían que esta dinámica, este equilibrio de poder, era lo que hacía que su conexión fuera tan visceral, tan única.
Pero Charles no era de los que se rendían por completo durante demasiado tiempo. —Mi turno, bebé —dijo con una voz grave, casi un gruñido, mientras sus brazos rodeaban tu cintura con una fuerza controlada pero implacable. En un movimiento fluido, te giró, inmovilizándote contra el colchón. Ahora eras tú la que estaba debajo, atrapada bajo el peso de su cuerpo, y la transición fue tan rápida que te arrancó un jadeo de sorpresa. Sus embestidas se aceleraron, profundas y precisas, haciendo que tus brazos se alzaran instintivamente hacia la cabecera, tus dedos aferrándose a la almohada como si fuera un ancla. Los ojos de Charles se cerraron por un instante, revoloteando de placer, mientras su ritmo te llevaba al borde de la cordura.
—Todo es diversión y juegos hasta que necesito correrme, bebé —gimió, su boca descendiendo hasta tu pecho. Sus labios encontraron tus pezones, chupando y mordiendo con una intensidad que te hizo arquear la espalda, echando la cabeza hacia atrás en puro éxtasis.
Cada roce de sus dientes, cada caricia de su lengua, era una explosión de sensaciones que te acercaba más al abismo.
—C-Charles… eso se siente tan bien, bebé —susurraste, tu voz temblorosa pero cargada de una pasión ardiente. Él respondió abriendo más tus piernas, sus manos firmes en tus muslos, asegurándose de que cada embestida golpeara ese punto exacto que te hacía perder el control. Lo encontró, como siempre lo hacía, y su ritmo se volvió implacable. Tus manos volaron a su pecho, tus uñas marcando su piel, dejando líneas rojas que eran tanto un reclamo como una súplica. Querías más, necesitabas más, y él te lo dio.
—Joder, eso se siente jodidamente increíble, bebé, pero es mi turno, ¿recuerdas? Me toca jugar —dijo con una sonrisa de suficiencia que podías escuchar incluso con los ojos cerrados. Entonces, se inclinó y dio un mordisco firme a tu pecho, justo en el punto donde sabía que te desarmaría. El grito que escapó de tus labios fue puro, liberador, mientras tu cuerpo se convulsionaba en un orgasmo que te atravesó como una corriente eléctrica. Charles lo sintió, tus paredes apretándolo con una fuerza que lo llevó al límite. Con un gemido profundo, enterró su rostro en tu pecho, vaciando su semilla en ti mientras su cuerpo temblaba de placer.
Tus manos se enredaron en su cabello, húmedo por el sudor, mientras ambos jadeaban, intentando recuperar el aliento. La habitación olía a sexo, a deseo, a ustedes. Charles levantó la cabeza, sus labios buscando los tuyos en un beso desordenado, apasionado, que sabía a promesas tácitas. Sus ojos te miraron con una mezcla de ternura y admiración, como si fueras una obra de arte que nunca dejaba de sorprenderlo.
—Me encanta cuando tus mejillas se ponen rosadas así… es tan lindo —murmuró, su voz suave ahora, casi reverente. Acarició tu rostro con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de momentos antes, y en ese instante, supiste que este era el equilibrio perfecto: pasión desenfrenada y un amor profundo, entrelazados en cada rincón de su intimidad.

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f1 one shots
RomanceAquí encontrarás one-shots protagonizados por algunos pilotos de Fórmula 1. Si este tipo de contenido no es de tu agrado, por favor, no lo leas. Contenido en desarrollo.