La mañana llegó más pronto que tarde, y con ella un día entero para perder el tiempo sin ninguna culpa. Bajé a desayunar sin prisa, extrañada de que no hayan sido las chicas quienes me despertaron. Dónde estarían?
Seguí a la sirvienta hasta el comedor y encontré a todos ya sentados en la mesa. El Barón Langt sostenía a Ían y le hacía caras graciosas, haciéndolo reír. Emma aprovechaba sus manos vacías para deleitarse con el jamón del desayuno, mientras que Ser Rorkin, completamente rojo, dejaba que Delise le llenara el plato. Arian y la Vizcondesa Verdi, sentadas una junto a la otra, observaban con espanto como Cherry y Kate se llenaban la boca de sándwiches y sopa sin remordimientos. Jun, acostado en un almohadón en una esquina de la estancia, hacía lo mismo con su porción.
—Buenos días! —El Barón alzó la vista de su nieto para regalarme una sonrisa radiante.
—Rashta, hija mía, muy buenos días! Ven, toma asiento, sírvete lo que desees.
Me senté a su derecha en la mesa y comencé a servirme. El aroma del té y el sabor de la comida competían directamente con las delicadeces del palacio. Mientras la conversación de todos fluía a nuestro alrededor, volteé hacia el Barón para preguntarle cómo había dormido, y lo encontré observando la escena con ojos húmedos. Tomé su muñeca con preocupación.
—Padre? —Reacomodó a Ían en su regazo y se secó el rostro con el pañuelo antes de mirarme.
—Hacía mucho tiempo que mi hogar no estaba tan animado. Hiciste muy feliz a un vejestorio, hija.
Es muy temprano para llorar, maldi tasea! Apreté su mano, sonriendo.
—Gracias por darme una familia.
El desayuno continuó con tranquilidad. El sonido de los cubiertos contra los platos disminuyó poco a poco mientras las bandejas se vaciaban, y tras satisfacernos completamente, el Barón propuso dar un paseo para ayudar a la digestión.
El parque más popular entre la nobleza contaba con un lago artificial, pérgolas cargadas de flores, varios kioskos completamente equipados con sillas y mesas y los suficientes árboles para dar sombra sin que pareciera un bosque. El aire de la mañana, fresco y limpio, llenó mis pulmones al bajar del carruaje. El cielo azul y sin una sola nube indicaba un día inusualmente cálido para el invierno.
Algunos amigos y conocidos del Barón se acercaron mientras caminábamos, pero ninguno hizo más que intercambiar unas cuantas palabras de felicitación por la adopción y darme algunos cumplidos por mi apariencia o mi gran poder mágico.
Nos instalamos en un kiosko junto al lago para observar a los cisnes y patos que habían hecho su hogar allí. Delise y Ser Rorkin observaban a las carpas en la orilla, Cherry y Kate, sentadas en las escaleras del kiosko conversaban animadamente, Arian y la Vizcondesa Verdi se arremolinaban junto a Ían que balbuceaba hacia los patos desde los brazos de Emma y Jun bostezaba perezosamente sentado en mi falda.
Todo era perfecto.
—Barón Langt? Es usted? Que novedad verlo por aquí!
El hombre, de unos setenta y pico de años, bajito y regordete, se acercó a nosotros como si fuera el dueño del mundo. Lo seguía una joven de unos veinte años que no levantaba la mirada del suelo y dos pálidas sirvientas.
—Marqués Goldgar, buenos días.
A pesar de sonar cordial, su voz era tensa. Volví a mirar al hombre y salude con un movimiento de cabeza. La conversación tan animada que todos estaban teniendo se silenció, y pronto, mis acompañantes se plantaron detrás de nuestros asientos obedientemente. El Marqués pasó la vista por cada una de las chicas antes de clavarla en mí. Chasqueó los labios con una sonrisa desagradable.

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Ayuda! Reencarné en la Rata!
HumorMariana cumple su sue?o de escaparse de Latinoamérica al casarse con el japonés que conquistó su corazón. Pero los cuentos de hadas no duran para siempre. Toda su vida da un giro cuando su matrimonio se desmorona por una tercera en discordia y termi...