No podía seguir así, con aquellos pensamientos que eran de todo menos puros.
Después de ese día seguimos viéndonos en mi apartamento, y el muy cabrón de Lionel decidió actuar como una persona profesional, después de hacer ese comentario el primer día.
No era complicado trabajar con él, aunque sí era cierto que muchas veces discutíamos en cómo deberían ejecutar las operaciones nuestros equipos.
Yo estaba acostumbrada al silencio, a las sombras. Nadie hablaba de la mafia española, no teníamos películas ni libros famosos. En cambio, la mafia italiana, la famiglia, estaba acostumbrada a brillar, y usaban ese miedo popular a su favor.
Eso se reflejaba en cómo queríamos actuar. Yo quería ser precavida y sensata. Él quería dejar a la mitad de mi equipo en las puertas de lo que sospechábamos que era una de las bases de los isleños y tirarla abajo a base de balazos.
A cualquiera a quien yo se lo contara pensaría que Lionel tenía la sangre caliente como la lava, y que sus decisiones eran precipitadas. Pero era un pensamiento equivocado. La frialdad con la que me explicaba los planes más temerarios y, sorprendentemente, los más premeditados era equiparable a la frialdad con la que un carnicero desolla a un cerdo.
Aquel día faltaba una hora para que Lionel viniera a mi casa cuando mi madre me llamó por teléfono.
—¿Mamá?
—Viki, no quiero que te alarmes, pero necesitamos que vengáis tú y Lionel a casa. Sus padres también vendrán. Piensa en ello como una reunión de trabajo.
—¿Qué es en realidad? —pregunté con mis dedos tamborileando la superficie de mármol de la isla de la cocina.
—No quiero que lo sobre pienses. A las siete de la tarde os quiero a los dos aquí, tú padre enviará a alguien a buscaros.
—¿Y ya está? ¿No me vas a decir nada más? —reproché con voz neutra.
—Te quiero mi niña, no llegues tarde —se despidió ignorando mi pregunta.
—Yo nunca llegó tar...
No me dio tiempo a terminar de hablar antes de que colgara.
Me torturé la cabeza pensando que podía ser el motivo de la reunión. ¿Qué había cambiado? Íbamos viento en popa con el trabajo y apenas llevábamos tres semanas de junio en las que, aparte de darle caza a los isleños, había estado ayudando a mi padre en las empresas.
No había vuelto a saber nada de Daniel desde que Lionel le cerró la puerta en la cara. Y me di cuenta de que no le echaba de menos. Pero empecé a echar mano cada vez más de mis juguetes, cosa que achaqué al estrés. Me jugaba mi reputación con aquella misión. Era un momento crucial, y que mi madre me llamara para una reunión así de urgente, sin darme información, no ayudaba en lo más mínimo.
Me vestí con una falda de traje y una camisa entallada. También me puse por primera vez el pañuelo Hermés que me compré el último día que vi a Daniel.
Lionel llegó veinte minutos antes de lo acordado. Yo tenía la cocina un poco desordenada, pero no me dio el mismo apuro que me habría dado el primer día. Supongo que el tiempo juntos trabajando podía hacer cosas mágicas.
—¿Sabes algo de lo de hoy? —le pregunté nada más entró por la puerta.
El se río negando con la cabeza mientras se quitaba la chaqueta y la dejaba en el perchero de la entrada.
—¿A estas alturas no estás acostumbrada a no saber nada? —preguntó con amargura.
—No, mis padres me cuentan las cosas —reproché.
—Entonces, supongo que sabías con antelación que íbamos a trabajar juntos. Supuse que no por tu cara de espanto cuando llegaste a la mesa —recordó mientras me miraba con esos ojos infinitamente oscuros.
Podía acostumbrarme a cómo su presencia abarcaba las estancias que habitaba. Incluso podía acostumbrarme a ser profesional mientras miles de pensamientos sucios se pasaban por mi cabeza después de aquella declaración del primer día. Pero nunca, nunca me acostumbraría a esos diabólicos ojos que me perseguían desde los trece años.
Tragué saliva.
—Mamba ha confirmado la ubicación de una de sus bases —dije cambiando de tema mientras me sentaba en uno de los taburetes de la isla con el ordenador delante—. Las órdenes son claras, si quieres revisarlas, adelante. —Hice un gesto con la mano señalando la pantalla del ordenador.
En vez de cogerlo se posicionó detrás de mí. Con su pecho a un suspiro de mi espalda y sus brazos rodeando mis hombros para acercar el ordenador.
Notaba como el calor de su cuerpo engullía la frialdad del mío. Aquel acercamiento era totalmente innecesario.

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UN ARMISTICIO
RomanceVictoria Sánchez, hija de la poderosa familia mafiosa espa?ola, se ve obligada a aliarse con Lionel Donati, el hijo de sus enemigos jurados, la mafia italiana, para eliminar a un enemigo común que amenaza ambos imperios. Aunque al principio lo desp...