—Bien, no tengo nada que objetar. —Se separó de mí para sentarse en el taburete de enfrente, y yo por fin pude respirar—. Mi equipo a reportado un intento de salida de Cerdeña a Menorca de uno de los posibles miembros de los isleños, se cree que es una de las cabezas del grupo.
—¿Pueden atraparlo? —La cuestión fue automática.
—Sí, si no tienen que matarlo para ello —añadió ojeando unos papeles en los que había información suelta que habíamos ido recabando estos días.
—¿Para que lo quieres vivo? —No podía evitar fijarme en sus manos grandes y en como el pelo le caía por la frente desenfadado.
—Tendrá que conocer a los que han organizado su derrota. —Levantó la mirada para clavarla en la mía. Una sonrisa pícara tiró de la comisura de su labio—. Además, no hay cosa que me guste más que sacar información a la gente mala.
—¿Lo vas a torturar? —Mi voz salió más fría de lo que me esperaba.
—Hoy estás haciendo muchas preguntas, bella.
—No me llames así, Leo. —le di énfasis a ese apodo que tanto odiaba.
Ladeó un poco la cabeza y rio sin gracia.
—Parece que quieres saber de primera mano que tal se me da la tortura.
Alcé la barbilla.
—Atrévete —escupí enseñando los dientes.
Algo brilló en su mirada. Apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia mí.
—No te haces una idea de cuanto me gustaría hacerte gritar —susurró.
Reprimí un escalofrío que amenazaba con hacerme temblar. ¿Me estaba amenazando? Sabía que me odiaba por la historia de nuestras familias, pero no sabía hasta qué punto.Tampoco sabía porque esa amenaza no me hacía sentir otra cosa que no fuera emoción.
—Creo que ya hemos terminado por hoy. Nos vemos antes de las siete —sentencié cerrando la tapa del ordenador con un golpe y levantándome para retirarme a mi cuarto.
Escuché como la puerta de entrada se habría y se cerraba. Cuando llegué a mi cama, me tumbé y abracé a Kiko, el osito de peluche que Ana Shirokov me regaló en una de las cenas.
Yo tenía quince años, ella trece. Era a la primera cena a la que ella asistía y yo me la acerqué para presentarme. Lo hice por el bien de mi familia, para que mis padres se sintieran orgullosos de tener lazos con los Shirokov.Resulta que acabó siendo más que eso, pues Ana y yo encontramos una complicidad gigantesca entre nosotras, el año siguiente a ese estaba muy emocionada por verla, y ella me regaló a Kiko, así que supongo que ella también tenía ganas de verme.
Poco a poco me empecé a quedar dormida.
¿Cómo iba a trabajar todo el verano con alguien que quería hacerme daño?
Mi reacción no había sido muy madura, pero lo pensé mientras abrazaba un osito de peluche hecha un ovillo en mi cama, así que lo mejor era no darle más vueltas.
Me desperté con la alarma a las seis para prepárame. Me puse una camisa nueva, la que tenía se había arrugado y no me apetecía plancharla. Cuando entre en el baño para peinarme me di cuenta de que me faltaba el pañuelo, aunque no recordaba habérmelo quitado en ningún momento.
En el garaje de mi edificio esperaba Mateo en un Rolls-Royce Phantom negro. Me monté después de que Mateo me abriera la puerta. Yo llegué con antelación como habíamos acordado, con intención de llegar a casa a las siete. Lionel llegó tarde, dos minutos tarde y ni siquiera pidió perdón. Odiaba la tardanza, tal vez lo odiaba a él. Llegar a la hora ya era llegar tarde.
Le vi llegar y rodear el coche para sentarse en el otro asiento trasero. Mateo ni se inmutó, no se levantó para abrirle la puerta. No pude evitar que una pequeña sonrisa se me dibujara en la cara.
No nos miramos en todo el trayecto, o por lo menos yo me lo pasé mirando por la ventana. Su olor a cítrico había inundado el coche para cuando llegamos a casa.
Las siete menos dos. No esperé a que Mateo me abriera la puerta para salir con movimientos brutos y alisarme la falda. Caminé indignada hacia la entrada. No le miré en ningún momento, tampoco cuando se sentó a mí lado en el hueco que quedó libre en la mesa en la que ya estaban sentados los padres de los dos.
—Buenas noches a todos —saludé viendo que nadie hablaba.
Mis padres sonrieron tensos y los de Lionel me devolvieron el saludo, tensos también.
Miré el comedor, fijándome en lo cambiado que estaba desde el último día que viví allí, antes de empezar la universidad. Ahora tenía una decoración más moderna, quitando el estilo clásico que a mí tanto me gustaba.
Mi padre se aclaró la garganta.
—Esperamos que estéis avanzando con vuestro trabajo —dijo.
—Desde luego —contesté seca.
No me interesaban las conversaciones innecesarias, pero debía mantener las formas delante de Rolando y Mirabella.
Un silencio incómodo se instaló en el comedor. ¿Tan grave era el asunto como para que ninguno de los jefes de las mafias de dos países quisieran decirlo?
—Han aparecido rumores —empezó mi madre de sopetón.
—Otras familias son conocedoras de la cercanía entre vosotros —continuó Mirabella—, y se hacen especulaciones de la razón por la que Lionel se ha mudado justamente en frente de ti —siguió dirigiéndose a mí.
Me quedé en silencio con el ceño fruncido y, con la mirada, les exigí a mis padres que continuaran.
—El problema con los isleños nos hace parecer débiles, a las dos familias. —A mi padre no parecía hacerle ningún tipo de gracia la situación, y él siempre sonreía, incluso cuando se ponía nervioso.
—Entonces entiendo que hay que dar otra razón por la que Lionel se ha mudado —dije suponiendo por donde iban los tiros.
Todos parecían suspirar de alivio, todos menos Lionel. Seguía sin mirarle, pero noté lo quieto que se había quedado a mi lado.
—Eso es, Victoria. —Me extrañó que mi madre me llamara por mi nombre, pero supuse que debía ser por que los Donati estaban presentes—. Nos preocupaba que no fuerais lo suficientemente profesionales como para aceptarlo.
Pestañeé tres veces, confundida de nuevo.
—No creo que sea complicado inventarse una razón alternativa que justifique porque Lionel y yo trabajamos juntos.
Los cuatro se miraron entre sí y el silencio incómodo recuperó su puesto.
Entonces fue Lionel el que habló, después de apoyar los codos en la mesa y mirar directamente a su padre.
—No quieren que les hagamos pensar que estamos trabajando juntos, no sería suficiente, nunca lo es —dijo entre dientes—. Quieren que finjamos algo que no tenga explicación, que no sea decisión propia, algo sobre lo que nadie tiene poder ¿verdad? —Su voz era calculadora. Mis padres no se atrevieron a mirarme, los suyos parecían mirarle desafiantes—. Quieren que finjamos estar juntos, como pareja.
Volvió a apoyarse en el respaldo de la mesa después de no escuchar objeciones sobre su teoría. Fue mi padre el que me miró primero.
—Eso no es cierto, a que no —negué yo con ojos suplicantes.
Pero solo obtuve más silencio.

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UN ARMISTICIO
RomanceVictoria Sánchez, hija de la poderosa familia mafiosa espa?ola, se ve obligada a aliarse con Lionel Donati, el hijo de sus enemigos jurados, la mafia italiana, para eliminar a un enemigo común que amenaza ambos imperios. Aunque al principio lo desp...
Capítulo 8: Las apariencias
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