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Cap¨ªtulo 5: La ?ltima Esperanza

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La puerta de la cabaña crujió al abrirse, y Carla se precipitó dentro, justo detrás de ella, entraron sus amigos, quienes lograron encontrarla, una vez adentro, se acercaron a la puerta, cerrándola con fuerza. Carla, aún sin aliento, se apoyó en la pared, su corazón palpitando con fuerza. El eco de los gritos de su amigo  aún retumbaba en su cabeza, mientras el recuerdo de la terrible figura del Nahual se mantenía en su mente, ardiendo como un fuego inextinguible.

Miguel, al lado de ella, respiraba con dificultad. La niebla había llegado hasta la entrada de la cabaña, y la atmósfera se sentía aún más densa dentro que afuera. El silencio era aterrador, como si el mundo entero estuviera conteniendo la respiración.

—¿Está… está todos bien? —preguntó Carla, su voz quebrada.

Nadie respondió al principio. Fernanda, temblorosa, se acercó a una ventana, mirando a través de la opaca niebla. Los ojos de todos se posaron en ella, esperando una señal de algo, cualquier cosa que les diera esperanza. Pero no había nada. Solo la oscuridad infinita.

—No… —dijo Fernanda en voz baja, como si no pudiera creer lo que estaba viendo—. El bosque… Está vacío. No se ve nada. Ni el Nahual.

El alivio momentáneo fue rápidamente reemplazado por una sensación de incomodidad. Algo estaba mal. Todos sabían que no podían estar a salvo, que la niebla y la oscuridad seguían siendo el territorio del Nahual. Solo habían ganado tiempo, nada más.

Carla trató de respirar profundamente, pero el aire seguía pesado, como si estuviera atrapada bajo el agua. Miró a los demás. El grupo había perdido a Andrés, y no podían quedarse ahí mucho más tiempo sin que los siguientes fueran los siguientes en caer. Necesitaban un plan, algo que les diera una oportunidad de sobrevivir.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Miguel, de repente, con un tono de voz urgente. Los demás lo miraron, buscando en sus ojos una chispa de confianza.

—¿Salir? ¿Cómo? —respondió Carla, su voz temblando—. ¡El Nahual está afuera! No sabemos ni por dónde ni cómo se mueve. No hay salida segura.

—Tal vez haya una forma… —dijo Fernanda, aunque no sonaba segura de sus palabras. Caminó hasta el centro de la cabaña y empezó a examinar las paredes. Carla la observó mientras su mente intentaba procesar qué podría estar pensando. Fernanda siempre había sido la más lógica del grupo, la que siempre analizaba las situaciones con frialdad, pero hasta ahora nada parecía tener sentido.

—Hay una trampilla en el suelo. —Fernanda se inclinó para señalarla—. Creo que lleva a un sótano o a una bodega. Si el Nahual está afuera, tal vez podamos escondernos ahí hasta que pase el peligro.

Todos se acercaron a la trampilla, y Carla sintió un pequeño alivio, aunque la idea de esconderse no la convencía del todo. No podían quedarse ahí para siempre, el peligro los acechaba en cualquier momento. Pero era lo único que les quedaba. La esperanza se desvaneció mientras el silencio volvía a tomar la habitación, como si el miedo lo hubiera absorbido todo.

Miguel fue el primero en agacharse para abrir la trampilla. El aire frío que salió de la oscuridad le hizo dar un paso atrás, y la sensación de que algo no estaba bien se intensificó. Pero no había vuelta atrás.

—Vamos —dijo él, con voz firme, aunque sus ojos delataban el miedo que sentía.

Uno por uno, descendieron al oscuro y húmedo sótano. Carla fue la última en bajar. La trampilla se cerró con un golpe seco detrás de ella, sumiendo al grupo en la oscuridad más absoluta. A pesar de tener linternas, la atmósfera en el sótano era densa, como si el aire fuera más espeso de lo normal. Los murmullos de los demás retumbaban suavemente en la oscuridad, sus respiraciones agitadas llenando el espacio.

Carla trató de calmarse, pero cada rincón oscuro del sótano parecía esconder secretos, sombras de lo que acechaba fuera de esa cabaña. No podían esperar mucho ahí, pero tampoco sabían cuánto más podían correr. El miedo era real. El Nahual los estaba acechando.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Fernanda, su voz quebrada.

—Necesitamos pensar —dijo Miguel, buscando una manera de llenar el vacío de la oscuridad con algo que no fuera el terror.

Carla asintió, con los ojos fijos en el suelo, tratando de mantener la calma. No tenía respuestas. Nadie las tenía. Solo podían esperar, pero ¿qué esperarían exactamente?

El sonido de algo pesado golpeando el techo hizo que todos se tensaran. Carla levantó la mirada, y vio cómo las luces de las linternas titilaban antes de apagarse por completo. Un silencio absoluto llenó la cabaña. Nada más existía.

Carla intentó encender nuevamente su linterna, pero sus manos temblaban demasiado. Finalmente, la luz volvió a prenderse, débilmente. Algo estaba arriba, moviéndose.

—¿Escucharon eso? —preguntó Carla en voz baja, su mente trabajando a mil por hora.

Nadie respondió, pero la tensión se cortaba en el aire. El crujido de madera estaba cada vez más cerca.

—¡Es el Nahual! —gritó Fernanda, su voz llena de pánico.

No podían esperar más. Carla sintió que el mundo comenzaba a desmoronarse a su alrededor. Sabía que no podían esconderse para siempre, pero ¿cómo enfrentarse a esa criatura que no era humana? ¿Cómo luchar contra algo tan antiguo, tan imparable?

—Tenemos que hacer algo —dijo Miguel, con voz firme, aunque su mirada reflejaba la misma desesperación que todos sentían—. Si no nos enfrentamos ahora, no quedará nada de nosotros.

Carla sintió una oleada de incertidumbre. El sacrificio parecía inminente. Había llegado el momento en que tendrían que decidir si luchar por su vida o rendirse a la oscuridad que los rodeaba.

Un fuerte golpe retumbó en el suelo, seguido por un grito desgarrador desde el exterior.

La lucha por sobrevivir había comenzado de nuevo. Pero ahora, el único camino era enfrentar al Nahual, o perder todo.


Continuará…

El NahualDonde viven las historias. Desc¨²brelo ahora