En un rincón olvidado del universo, donde el destino se entrelaza como suspiros de estrellas, El Experimento 110, un arma creada en el crisol de la ciencia, emerge. No es un nacimiento, sino un tejido de fragmentos, un rompecabezas de tres identidad...
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Desde que tenía memoria se había sentido especial. Algo dentro suyo le decía, le prometía, que haría cosas grandes cuando creciera, que sería alguien en el mundo.
Pero ahora, que estaba frente al cadáver de sus padres, ya no se creía tan seguro de lograrlo. Su madre lo había enviado a comprar unas manzanas en el mercado que había cerca de su pueblo, para poder preparar su comida preferida. Ahora las frutas se encontraban tiradas en el suelo, debido a que la temblorosa mano del adolescente había soltado la bolsa de plástico donde viajaban.
Las orbes almendra estaban lo más abiertas que podían, no se movía, no emitía sonido, estaba en shock. Sus ojos comenzaron a arder como si estuvieran prendiéndose fuego, por lo que sus lagrimales acudieron a la ayuda y comenzaron a soltar agua. Cascadas saladas, llenas de tristeza y confusión, comenzaron a decorar las mejillas del castaño. Su vista estaba desenfocada, la cabeza le daba vueltas y parecía que el suelo se movía bajo sus pies.
Dio un paso adelante, aún sin entender la situación. Rápidamente, con las tablas de madera rechinando ante el peso de sus pies, se desplomó a un lado del cadáver de su madre adoptiva y le tocó su rostro. Para un Omega de quince años, era la escena más dura que podía presenciar.
Su respiración comenzó a acelerarse, mientras su palmas se teñían del rojo de la sangre que emanaba el cuerpo sin vida de la mujer. Tosió varias veces al atorarse con su saliva, estaba tan ensimismado en la escena frente a él que había olvidado como tragar.
Tropezó cuando quiso levantarse, sus rodillas parecían no tener fuerza y sus pies no querían responder. Con ayuda de sus manos se levantó, dispuesto a salir corriendo de su casa en busca de ayuda. Tomó el picaporte, los dedos le temblaban y sentía un nudo en el estómago, parecía como si toda la fuerza de su cuerpo se hubiera evaporado. Antes de poder abrir la puerta, un llamado lo detuvo.
—Juan.
Una voz serena y suave le habló con dulzura desde atrás. Pasó su lengua por sus labios, y lentamente giró su cabeza para ver sobre su hombro.
Una figura azul, del tamaño de un juguete, estaba parada delante del cadáver de sus padres. Se giró por completo y se limpió los ojos con el dorado de sus manos, intentando adivinar si era o no una alucinación.
—¿Quién…
Murmuró, su voz quebrada por la angustia.
—Eso no es lo importante ahora, Juan.
Su presencia luminosa y divina no pudo aliviar el temor que envolvía al de gafas como una manta pesada, estaba cada vez más confundido y eso solo hacía que sus vías aéreas se cerraran, dificultandole respirar.