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Un torbellino en silencio

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Pov: Seulgi

El aula era un espejo de mi propia existencia: fría, ajena, llena de rostros que no tenían ningún significado para mí.

Como si no fuera suficiente con el incidente con el guardia de seguridad y la indiferencia de las chicas de afuera, ahora me encontraba en un salón repleto de estudiantes que, a simple vista, parecían pertenecer a familias ricas. Era evidente en sus uniformes perfectamente planchados, en la forma en que se sentaban, en la ligereza con la que hablaban, como si el mundo nunca hubiese sido cruel con ellas.

Me hundí un poco en mi asiento mientras la profesora entregaba los horarios y explicaba los requisitos para aprobar el año, especialmente el examen de ingreso a la universidad. Su voz era monótona, pero cada palabra pesaba como una advertencia. Ese examen era mi única vía de escape, la única razón por la que estaba aquí.

Cuando la maestra terminó, salió del aula, y entonces, la puerta se abrió de nuevo.

Ella entró.

Todas las chicas a mi alrededor se quedaron en silencio, mirándola como si hubieran visto un ángel descender del cielo.

No entendía la razón de tanta admiración.

Sí, era hermosa. Su piel era blanca como la nieve, su cabello largo y oscuro caía en ondas perfectas sobre su espalda. Caminaba con una seguridad que contrastaba con la incertidumbre con la que yo existía.

Por un momento, me quedé observándola.

Hasta que un ruido me devolvió a la realidad.

Mi maleta había caído al suelo, abierta, dejando al descubierto mi ropa y algunas de mis pertenencias. Me incliné rápidamente para recogerlas, sintiendo el calor del ridículo subir por mi cuello.

Pero no fui la única en hacerlo.

Ella también estaba ahí.

Esa chica impecable, la misma que todas observaban con devoción, ahora estaba en el suelo junto a mí, recogiendo mis cosas como si fuera lo más natural del mundo.

Mis manos se detuvieron cuando la vi sostener algo entre sus dedos.

Mi llavero.

El único recuerdo tangible que tenía de mi padre.

—Devuélvemelo.

Mi voz salió más áspera de lo que esperaba.

Ella me miró.

No fue una mirada superficial. No fue una de esas miradas pasajeras que la gente lanza por cortesía o por curiosidad. Fue algo más profundo, más pesado. Como si en ese momento pudiera verme por completo.

Por alguna razón, ese pensamiento me inquietó.

Tomé el llavero de su mano sin decir nada más y volví a mi asiento. Pero cuando levanté la vista, me encontré con ella de nuevo.

Sentándose justo a mi lado.

—Hola, mi nombre es Yoo—

—Sé que te llamas Yoo Jaeyi —interrumpí sin mirarla—. Lo acabo de escuchar.

Yo supuse que esperaba alguna especie de admiración de mi parte, como esas chicas ricas que disfrutan hablar de su dinero, de sus viajes y de todo lo que yo jamás podría tener.

Pero ella no pareció molestarse.

En lugar de eso, sonrió.

Una sonrisa de lado, sutil pero peligrosa.

Una sonrisa que no supe interpretar.

Por alguna razón, aquella expresión me generó intriga, incomodidad… miedo. Como si escondiera algo que no podía comprender.

El resto de la clase transcurrió en silencio.

El timbre sonó, anunciando el almuerzo.

Me levanté y me dirigí a los baños, esperando poder respirar en soledad, pero antes de que pudiera cerrar la puerta, escuché pasos detrás de mí.

Un grupo de chicas entró después.

Una de ellas, alta, de cabello castaño y postura arrogante, se adelantó.

—Soy Kim Na-ri —dijo con tono confiado—. Y quiero que cambies de asiento conmigo. Quiero estar al lado de Jae.

Lo que menos quería era discutir con alguien como ella, así que suspiré y estuve a punto de responder cuando la puerta del baño se abrió de nuevo.

Y Jaeyi entró.

No parecía apresurada ni preocupada. Se movía con la misma calma con la que había caminado en el aula, como si el mundo girara a su propio ritmo.

Me dio la espalda y miró directamente a Kim Na-ri.

—Te estuve buscando por todos los pasillos hasta que te encontré —dijo con voz tranquila—. Ven, vamos a almorzar.

—Oh— murmuró Kim Na-ri, pero su expresión cambió cuando vio lo que sucedió después.

Jaeyi se giró sin esperar respuesta y tomó mi mano.

—Ven, Seulgi.

El grupo de chicas quedó en silencio.

Yo también.

No entendía qué estaba pasando.

No entendía por qué ella, alguien que lo tenía todo, que era admirada por todas, me estaba sacando de ahí como si fuese alguien importante.

Pero ahí estaba.

Caminando a su lado.

Con su mano sosteniendo la mía.

No supe qué sentir.

Pero dentro de mí, algo se agitó como un torbellino en medio de la calma.

Eres la tempestad que me formaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora