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Una familia Orgullosa

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Los Malfoy, que vivían en una majestuosa mansión escondida entre los bosques de Wiltshire, estaban orgullosos de decir que eran todo lo contrario a corrientes. Se jactaban de su linaje puro, su influencia en el Ministerio de Magia y sus costumbres impecables. Para ellos, la palabra “ordinario” era una ofensa, y la palabra “muggle” era poco más que un insulto.

Lucius Malfoy era un hombre de porte imponente, con cabello largo y plateado que caía perfectamente sobre sus hombros, y una mirada que podía congelar a cualquiera que osara contradecirlo. Su andar era tan elegante como su arrogancia, y su varita —hecha de olmo y núcleo de fibra de dragón— descansaba siempre cerca, como si en cualquier momento pudiera necesitar defender su orgullo.

Narcisa Malfoy, su esposa, era igual de elegante, aunque algo más reservada. Tenía la piel tan pálida como la porcelana, ojos grises como el humo y una voz suave que rara vez se elevaba. Detrás de su expresión fría se escondía una astucia silenciosa y un instinto protector que pocos llegaban a ver.

Ambos compartían una devoción inquebrantable por su apellido, por las tradiciones de sangre pura… y, hasta hacía poco, por mantener alejadas todas las rarezas del mundo exterior. Todo cambió el día en que Narcisa trajo a casa a dos niños: una niña de dos años y un bebé de apenas uno.

Itzel Artemis Potter y su hermano menor Santiago habían quedado huérfanos tras la muerte de sus padres, Artemis y Emily Potter, apenas un año después de que Voldemort asesinara a James y Lily. Aunque pocos conocían su existencia, Artemis era el hermano menor de James Potter, y, como él, había combatido en la guerra. Su esposa, Emily, era una bruja brillante, valiente… y, para escándalo de algunos, nacida de padres muggles.

Pero no para Narcisa. Emily había sido su amiga de juventud —una de las pocas a las que verdaderamente quiso—, y antes de morir, le confió lo más preciado que tenía: sus hijos.

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—¡¿Una sangre sucia, Narcisa?! —La voz de Lucius retumbó por el pasillo como un trueno. La copa de cristal que sostenía tembló levemente en su mano, aunque sus dedos seguían firmes, como si la rabia lo hiciera más fuerte.

Narcisa, sentada en uno de los sillones del salón principal, no se inmutó. Alzó la vista con calma, sus ojos grises más fríos que nunca.

—Su apellido es Potter, Lucius. Son hijos de Artemis.

—¡Exactamente! —escupió él, dando un paso al frente—. Artemis se casó con una sangre sucia. ¿Y tú crees que eso cambia algo? ¿Qué va a decir el resto de la comunidad mágica cuando se enteren de que los Malfoy han acogido a los hijos de ella?

—Dirán lo que siempre dicen: mentiras a medias, rumores disfrazados de verdad —respondió Narcisa, con voz tranquila, pero afilada—. Pero no me importa. No cuando se trata de los hijos de Emily.

Lucius entrecerró los ojos. El fuego de la chimenea crepitó detrás de él, proyectando su sombra alargada sobre las paredes cubiertas de retratos. Uno de los cuadros, el de un ancestro con peluca empolvada, murmuró algo indignado antes de salirse del marco con un bufido.

—Nos destruirás, Narcisa —susurró Lucius finalmente, con la voz baja y venenosa—. Ya verás lo que pasa cuando un Malfoy olvida quién es.

Pero Narcisa no respondió. Su mirada se desvió apenas unos centímetros hacia la escalera, donde una figura menuda y rubia se ocultaba entre las sombras de la barandilla, con el rostro rígido.

Draco Malfoy, de apenas dos años, se había deslizado hasta el rellano de la escalera. No entendía mucho de lo que decían sus padres, pero el tono de voz de su padre lo hizo fruncir el ceño. Se aferraba a la baranda con sus manitas pequeñas, su cabello rubio pálido despeinado y sus ojos grises fijos en su madre.

La Magia Que Calló Su Nombre: Harry Potter Donde viven las historias. Descúbrelo ahora