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Parte 6

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Gracias a todas las que leéis mi historia y, sobre todo, a las que habéis comentado o la habéis votado.

OoOoOoO

Capítulo 6

Una semana más tarde, Snape ya estaba recuperado casi por completo de sus heridas. Iliana, que cada día le untaba un ungüento para ayudar a cicatrizar, estaba asombrada por aquella rapidez hasta que él le explicó que el Lord se aseguraba de que los daños sanasen con facilidad porque no quería arriesgarse a que una burda infección le privase de su juguete favorito.

Al ex profesor le preocupaba un poco comprobar hasta qué punto se habían derrumbado sus defensas: participaba a menudo en la conversación de la chica e incluso le hablaba de sí mismo, compartía con ella sus pensamientos y emociones, como cuando le había mencionado a su padre o cuando le explicó lo de su servidumbre simultánea a dos amos. Aunque lo cierto era que no se arrepentía de abrirse un poco ante ella. En la situación en la que se encontraba, ya no tenía nada que perder. Además, por una vez alguien se preocupaba por su bienestar sin tener ningún motivo oculto para hacerlo y él acogía de buen grado aquellas atenciones. Incluso, aunque desde luego hubiera preferido asearse él mismo, cosa que le resultaba imposible debido al corto alcance de las cadenas, por algún motivo no se sentía humillado ni avergonzado cuando la joven aseaba concienzudamente todo su cuerpo, incluidas las partes íntimas. Pero es que la forma de proceder de la muchacha, sin mostrar el más mínimo azoramiento o repugnancia, lograba que resultara casi natural, como una medibruja atendiendo a su paciente.

Iliana, por su parte, había llegado a atesorar aquellas visitas diarias al calabozo de tal manera que representaban su momento favorito del día. El profesor no había vuelto a hablar de huir y ella tampoco quiso mencionar el tema, porque en el fondo era absurdo planear nada cuando no tenían ninguna posibilidad de llevarlo a la práctica. No podía engañarse, entre los dos hacían un pobrísimo equipo para enfrentarse a una fortaleza infestada de mortífagos, por lo que se limitaba a seguir adelante lo mejor que podía.

Una mañana se llevó un pequeño susto cuando fue a llevarle la comida al prisionero. Se había guardado una pequeña mandarina en el escote para él, pero aquel día había un carcelero nuevo que, al verla, se permitió el lujo de sobarle los pechos mientras le echaba su fétido aliento a la cara y, temerosa de que descubriera la pieza de fruta, le dio una bofetada. Enseguida se quedó blanca como el papel. "Estoy muerta", pensó. Durante unos larguísimos segundos, tanto ella como el hombre se quedaron mirando sin mover ni un músculo. De pronto, él la rodeó con sus brazos y le apretó las nalgas con fuerza.

—Vaya, eres toda una tigresa, eso me gusta —dijo él entonces, exhibiendo una putrefacta sonrisa, y el cuerpo de Iliana se relajó un tanto. "Parece que a éste le van las que se lo ponen difícil", pensó con alivio—. Creo que no te he probado nunca.

—"No, me acordaría de tu asquerosa cara", pensó Iliana. El hombre presionó sus labios contra los de ella con ferocidad y luego los mordió hasta hacerla sangrar—. ¿Cómo te llamas, preciosa? —preguntó tras liberar la boca de la joven, pero sin dejar de sujetar su trasero.

—Iliana —contestó ella, limpiándose la sangre de la boca con el dorso de la mano.

—Pediré por ti la próxima vez.

"¡Yupi!", pensó la joven, mostrando una débil sonrisa. El carcelero le abrió la puerta de metal e Iliana emprendió el descenso de las lúgubres escaleras, todavía con las piernas temblándole por el miedo pasado. Pero aquel pequeño incidente no fue nada comparado con el pánico que experimentaría apenas unos días después.

Una mañana, la joven buscaba por la mesa de la comida algo para llevarle a Snape, como siempre, cuando su vista se posó sobre el cuenco de cerezas y una pequeña sonrisa iluminó sus labios. Comprobó que nadie la miraba, alargó la mano, cogió un par que iban unidas por el tallo y las escondió rápidamente entre sus manos. Volvió a mirar alrededor y repitió la operación con otras dos cerezas gemelas. Cuando se levantó de la mesa tuvo buen cuidado de ocultarlas bien con una de las servilletas de papel. Sin embargo, y a pesar de todas sus precauciones, un par de ojos no habían perdido detalle de sus acciones.

Mi fiel traidorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora