¶¶ÒõÉçÇø

UN ARMISTICIO

By Aarcoo

167 5 0

Victoria Sánchez, hija de la poderosa familia mafiosa española, se ve obligada a aliarse con Lionel Donati, e... More

Antes de empezar
±Ê°ùó±ô´Ç²µ´Ç
Capítulo 1: El encuentro
Capítulo 2: El reencuentro
Capítulo 3: La información
Capítulo 4: Décima tercera cena
Capítulo 5: Los mensajes
Capítulo 6: El acercamiento
Capítulo 7: Duodécima cena
Capítulo 8: Las apariencias
Capítulo 9: El guardaespaldas
Capítulo 10: Décima cena
Capítulo 11: El juego
Capítulo 12: El vestido
Capítulo 13: La octava cena
Capítulo 14: El sueño
Capítulo 15: El rescate
Capítulo 16: Séptima cena
Capítulo 17: Lo que quieras
Capítulo 19: Quinta cena
Capítulo 20: El plan
Capítulo 21: La competición
Capítulo 22: Cuarta cena
Capítulo 23: El interrogatorio

Capítulo 18: Lo que quiero

3 0 0
By Aarcoo


Después aquello decidí que necesitaba descansar y pensar que iba a a hacer. Así que me fui del piso de Lionel para ir al mío a dormir, darme una ducha y comer. Tal vez no en ese orden, pero sólo necesitaría eso.

Me permití el día siguiente de descanso. El último día de junio, en el que Lionel no intentó contactar conmigo de ninguna manera.

La mañana del primer día de julio era soleada. Me tomé el clima como un buen presagio. De manera que agarré el teléfono de tapa negra y con el pulso desbocado escribí un mensaje.

Yo: A las 17:00 en mi piso.

Necesitaba afrontar todo lo que había estado haciendo mal hasta ese momento, incluido las ideas que me había hecho sobre lo que era meramente un trabajo temporal, del que la fecha límite se acercaba a pasos agigantados.

Por no hablar de que estaba más motivada que nunca, llena de rabia. Iba a hundir a aquella organización de poca monta uno a uno. Daba igual si tenía que hacerlo sola.

Quedé para almorzar con mis amigas. Tuve que contarles lo que había pasado, a medias, por supuesto.

Omitimos un secuestro por aquí, dejándolo en un incidente. Nos saltamos el asesinato de dos hombres por allá, describiéndolo como una solución necesaria. Y nos queda como resultado un dilema de empresa en la que mi compañero parece haberme investigado con un ahínco insano e inexplicable.

—Fue raro —expliqué—. Fue como si él quisiera que viera lo que sabía de mí. Su ordenador sigue en mi casa y no le ha importado recuperarlo o no.

—Puede que no seas la única, puede que investigue así a todos los de ese mundillo —propuso Claudia mientras jugaba con su ensalada en vez de comérsela—. Tu te informas bien de la gente con la que vas a estar en reuniones sociales.

—No de esa manera. No me intereso por que les regalaron a los dieciséis por navidad —rebatí masajeándome las sienes.

—Esa información es imposible de conseguir —dijo Mai con la boca llena del último mordisco que le había dado a su hamburguesa. Bebió agua para tragar—. Créeme, lo intenté con tu amiguito. Vuestras vidas, las de gente con una vida tan privada como la vuestra, se va borrando poco a poco sin el uso de redes sociales.

—Lo sé. Creo que lleva investigándome desde hace tiempo. —En realidad estaba bastante segura de ello después de haber repasado una y otra vez toda la información que tenía sobre mí.

—¿Cuánto? —preguntó Clau.

—Desde hace nueve años, cuando yo tenía trece —suspiré. Había información anterior a mis 13 reunida, pero era a partir de ahí donde la intensidad se potenciaba.

Mis dos amigas me miraron anonadadas, perplejas. Yo sabía que era una locura.

—Vamos —bufó Mai—. Tienes que hacerte una idea de que fue lo que marcó ese punto de inflexión en su obsesión por ti.

Lo pensé un minuto. Tragué saliva.

—En realidad sí. A los trece años fue cuando le conocí, y hablé con él por primera y última vez, hasta que a pasado todo esto, claro.

—Dios santo Victoria —exclamó Clau—. ¿Qué fue lo que hablasteis? Me estás poniendo de los nervios con tanto suspense.

—Esa es la cosa. —Me dejé caer contra el respaldo de mi silla—. No recuerdo cuál fue nuestra conversación, y eso significa que no pudo ser tan importante como para motivarle a conocer cada detalle de mi puta vida.

La mujer asiática del mostrados exclamó algo ante el taco que acababa de soltar. Yo la miré suplicando que me perdonara y mis amigas soltaron unas risitas.

Ya éramos clientas habituales en aquel restaurante chino, y cada vez que esa mujer nos veía ponía los ojos en blanco al prevenir el escándalo que íbamos a montar.

—Entonces descartamos esa pelea por... financias que tuvieron vuestras familias, ¿cierto? —Clau escogió sus palabras con cuidado.

—Empiezo a pensar que le importa muy poco todo lo que tenga que ver con el negocio de su familia —dije mientras soplaba una cucharada de sopa—. Pero, se supone que está trabajando para preservar su puesto como heredero.

—A estas alturas, ¿no has pensado que puede que aceptara para seguir espiándote? Solo que esta vez, lo hace de cerca —especuló Mai con indiferencia, prestándole más atención a su hamburguesa que a nosotras.

Clau y yo nos miramos con las cejas arqueadas.

—Y ¿Qué hago para asegurarme de que está trabajando bien y no solo para tenerme bajo control?

Mai se encogió de hombros.

—Fácil. —Centró su atención en mí antes de seguir—. Dale lo que quiere.

A las cinco en punto Lionel abrió las puertas de mí casa delante de mis narices, sin ningún tipo de reparo. A mí ya me daba igual.

Iba vestido con pantalón de traje y una camisa, como de costumbre.

Lo primero que vio es a mí al lado de la isla de la cocina. Lo segundo que vio fue todas las cámaras que tenía por mi casa desconectadas y rotas encima de la isla, junto a mi portátil.

—No queda ni una sola —anuncié—. Ahora, pregúntame lo que quieras.

Me miró serio, cómo no. Sus pasos fueron lentos pero no vacilaron al acercarse al taburete que tenía enfrente del que yo estaba sentada. Nada entre nosotros. Él y yo sentados, cara a cara.

—¿Lo que quiera? —preguntó, arqueando una ceja. Yo asentí lentamente—. ¿Vas a decir la verdad?

—¿Por qué te mentiría?

—¿Por qué me dirías la verdad? —insistió él.

Emití un chasquido de molestia con la lengua. Pero ese era su juego, su victoria: molestarme. Por eso sustituí lo que sentía por una pequeña sonrisa que tiraba de una de mis comisuras.

—¿Tú crees que si fuera a mentir te lo diría? —contraataqué.

Se rió y en sus ojos pude distinguir la certidumbre de que se lo iba a pasar bien.

—¿Por que no te compras un piano? —preguntó de sopetón. En mi cara de dibujó la sorpresa.

—¿Cómo?

—He visto como prácticas el piano sentándote en tu sofá y tocando teclas imaginarias. —Se cruzó de brazos y me miró como si no estuviera hablando de algo tan banal.

—Te digo que puedes saber lo que quieras y tú preguntas por un piano —me burlé, aunque, en realidad, puede que no me apeteciera responder a esa pregunta en concreto.

—¿Y bien? —Inclinó ligeramente al cabeza.

Yo respiré hondo, dejando caer los hombros, recordándome que lo que estaba a punto de contarle era una tontería, que nadie le daría tanta importancia como yo.

—Con ocho años mis padres me apuntaron a clases de piano, aunque puede que ya lo sepas —reí con amargura—. A los trece años empecé a cogerle el gusto y dedicarle más tiempo. Entonces fue cuando mis padres decidieron que era una distracción para mí. Dijeron que al ser una niña no podía ser razonable, y no equilibraría el tiempo que le dedicaba. —Noté cómo mi cara se ponía un poco roja antes de continuar—. Y me prohibieron tener un piano.

Pensé que se reiría. Que se moriría ahogado por sus propias carcajadas, pero no lo hizo, y cuando levanté la mirada, que tan avergonzada había agachado, vi que la suya estaba perdida en algún punto detrás de mí.

—¿Por qué te gusta tanto el rojo? —preguntó, devolviéndome su atención.

—No lo sé.

—¿No lo sabes?

—Ya, sé que no tiene sentido que esté tan absorbida por algo y ni siquiera saber el porqué —admití con un deje de risa.

—Sí —dijo él con sequedad—. Sí lo tiene.

Hubo unos segundos de silencio en los que yo me convencí con todas mis fuerzas de ignorar que hablaba de mí, mientras volví a ver en él esa mirada que me perseguía durante las cenas, sin tener tan claro que fuera de odio.

Me levanté de la silla y di un paso hacia él.

—Sabiendo que te diré todo lo que quieras saber —dije, apoyando mis manos en sus rodillas—, puede que ya no te interese seguir trabajando conmigo.

Todavía con los brazos cruzados, se inclinó hacia mí, dejando nuestros rostros a un suspiro de distancia.

—¿Es eso lo que crees? —susurró—. Te dije que haría lo que tú quisieras.

—Ya sabes lo que quiero.

—Sé lo que tus padres quieren, lo que quieren que hagas, lo que quieren que seas. —Sus ojos bajaron a mis labios un instante—. Pero no sé qué es lo que quieres tú.

—¿Qué más podría querer? —pregunté irritada, alejándome un poco de él.

—Eso no es algo que me debas preguntar a mí. —Volvió a apoyar su espalda contra el respaldo.

—¿Qué es lo que quieres tú?

Descruzó los brazos para agarrar mis muñecas y llevarme hacia él. Ahogué un grito cuando me encajó entre sus piernas y nuestros cuerpos se pegaron.

—En ningún momento —susurró encima de mi oído— he dicho que tú también puedes hacerme preguntas.

—¿No has dicho que harás lo que yo quiera? —le devolví el susurro—. Quiero que respondas. ¿Por qué esa fijación en mí? ¿Qué quieres encontrar en mi vida?

De repente solo se escuchaban nuestras respiraciones. Nuestros suspiros bailaron juntos. Nuestras miradas estaba irremediablemente agarradas la una a la otra, hasta que bajó la suya a mis labios. Yo me los humedecí.

Que no me volvieran a dejar una pistola en mi vida si no me moría de ganas de besarlo en ese momento. Eso era lo que quería en ese momento, sin ningún tipo de duda.

Una llamada entrante sonó en mi portátil. Sacudí la cabeza y me aparté de él.

—Es Mamba —le comuniqué antes de descolgar la llamada. En la pantalla apreció su rostro tostado, con aquella cicatriz que le cruzaba por uno de sus ojos cafés, desde la ceja hasta el mentón—. Dime que lo tienes.

Ella sonrió.

—Lo tengo —confirmó, y yo no puede evitar de celebrarlo entre dientes—. Estamos la mitad del equipo rojo y dos miembros del equipo verde reunidos en la base siete. Es la más cercana a su base.

—Bien. ¿Sabéis cómo tomarla?

—Está todo hecho. —me aseguró—. Te acabo de pasar toda la información. Esperamos ordenes.

—Me pondré en contacto contigo esta misma noche. Tomaremos una decisión para entonces. Sed invisibles —ordené.

—Está hecho, Viki.

Sonreí y colgué la llamada.

Me giré hacía Lionel. La tensión que acabábamos de aguantar no iba a estropear las buenas noticias que cabaña de recibir de mi capitana.

—¿Tu empleada te llama Viki? —me preguntó incrédulo.

Mierda. Aparté la mirada de nuevo al ordenador, esperando que no viera el rojo en mis mejillas.

Me aclaré la garganta.

—Tenemos confianza —expliqué—. No es la primera vez que trabajamos juntas.

—¿Y de donde ha salido para ganarse el favor de la futura señora de los gatillos? —Ese nombre me provocó un escalofrío.

—Era una mercenaria —dije distraída mientras miraba la información de la base de los isleños que Mamba había reunido para mí—. La contrataron para putear a mi padre. Su equipo y el mío se vio envuelto en un tiroteo. Solo quedamos nosotras vivas.

—Decidiste que la querías en tu equipo porque se cargó al que tenías —rió con ironía.

—No. No la quise en mi equipo porque ella ganara al mío —Volví a dirigir mi mirada en su dirección—. La quise en mi equipo porque yo no fui capaz de ganarla.

Mis palabras le arrebataron la sonrisa. Me analizó por completo.

Quería a mi lado gente que fuera buena. Que fueras mejor que otros no me demostraba nada, porque yo no conocía a los otros, pero si me conocía a mí misma. Si podía superarme a mí, es que algo podía aprender de ella.

Después de leer todo lo que teníamos sobre su base, quedaba la parta más divertida: planear el asalto.

Continue Reading

You'll Also Like

242 8 11
Donde el deseo y el peligro se entrelazan en un juego mortal, **Isabella Moretti**, la intocable princesa de la mafia rusa e italiana, ha crecido ent...
50.7K 6.2K 20
Para Aleksey Romanov, los italianos son enemigos a los que se complace en perseguir y destruir. Son un recordatorio constante de la tragedia que marc...
222 15 17
Victoria,una chica joven,que perdió a sus padres en un accidente automovilístico,lucha por encontrar empleo para poder pagar una deuda que tiene. En...
57.1K 3K 27
Victoria, la niña que Ada y Massimo adoptaron. Victoria, la mujer que hoy recordaba su infancia con una sonrisa en la cara. Victoria, la mujer que c...