抖阴社区

6. No todo vale para conquistarme

5 2 0
                                        


La luz del día entró velozmente por la ventana, despertándome con el primer rayo de sol del día. Me incorporé y miré a mi alrededor. Datia seguía dormida, y no había ruido fuera de la habitación.

Fuera de la cabaña solo se podían escuchar, era el simple tarareo de los pájaros a primera hora de la mañana.

Salí de la habitación pasándome la mano por el pelo, y frente a mí estaba él, dormido, justo donde lo había visto el día anterior.

Siendo sinceros, me dio bastante pena verlo allí, ni siquiera estaba tapado, probablemente tendría frío o estaría mal. Me inquietaba mucho que estuviera de esa manera, y no entendía el porqué de aquella sensación.

Cogí una de mis mantas y se la puse por encima, dejándola a la altura del cuello. Le pase una de mis manos por el rostro y me retire de la sala de estar, saliendo al exterior.

Di una vuelta por el campamento, sin rumbo alguno, y acabé en la sala de composición. Sin pensarlo demasiado entré, no miré atrás, no pensé en lo que estaba haciendo. Simplemente entré.

Fui caminando por la sala, y pasé mi mano por encima del piano de cola. Me senté en la banqueta y toque un acorde de La bemol mayor. Y luego otro acorde, uno detrás de otro, hasta acabar tocando la canción que yo una vez llegue a componer.

"Que te engañe la suerte,

Dime en qué fallé,

Entre nosotros dos

Dime que fue el que falló."

Canté.

No entendía el sentido de ese estribillo, ni siquiera sabía de dónde venía, solo sabía que yo cantaba esa canción desde que era una enana. Jamás lo pude olvidar. Creo que de alguna forma extraña me marcó esa letra, no sé bien cómo, pero de alguna forma lo hizo. Y yo nunca tuve un amor al que dedicarle esa canción, debo ser realista.

Aunque solo tenía el estribillo, nada más, ni una sola frase más. Cuando la intentaba continuar me resultaba prácticamente imposible. No me salían las palabras idóneas para esa canción. La encontraba tan mía que nada de lo que escribía daba la talla.

Miré las teclas tan blancas de ese bello piano de cola. Nadie sabía que yo tocaba el piano, aprendí sola, con unos tutoriales, y poco a poco fui aprendiendo. No era experta, probablemente mi manera no era la correcta, y cualquier pianista me vería y diría: "¿Eso es tocar el piano?".

El crujido de las tablas me sacó de mi fantasía, y tomé consciencia de que no debía estar allí, como me pillaran estaba muerta y expulsada. Las normas eran claras. Me escondí detrás de un sofá, ese era el lugar en el que tocábamos la guitarra.

Escuche la voz de un hombre que murmuraba:

— Juraría que he oído el piano solar, debe ser que estoy todavía dormido, que raro.

El hombre se retiró, cerrando con llave. Al principio me relajé, pero me di cuenta: ¡Estaba allí encerrada! Estaba muy nerviosa, y no sabía demasiado bien que hacer, a quién llamar ni nada, hasta que pensé en Datia, ella me ayudaría.

Marcé el número nerviosa, y esperé hasta que los pitidos dejaron de sonar, pero la voz al otro lado de la línea no era la esperada.

— ¿Qué te pasa ricitos de oro? Es muy pronto para que me llames al móvil. — Suspiro cansado.

Miré extrañada al movil, y vi que, sin querer, le había dado al numero de Dylan en vez de el de Datia, un error estúpido. Pero no podía esperar a que Datia cogiera el teléfono, así que le tuve que pedirle ayuda a él.

— No te quería llamar a ti, sino a Datia...

— Pues nada, adios.

— ¡No! — Chille — Por favor.

— De acuerdo, ¿qué necesitas?

— Me he quedado encerrada en un sitio, y necesito que me abras, sólo se puede abrir desde fuera, y con llave...

— De acuerdo... — Murmuró pensativo — ¿Dónde estás?

— En la sala de música. — Musité avergonzada.

— ¿En serio? — Se empezó a reír Dylan. — Y te tenía que suceder a ti.

— Dejate de reír de mí y ven a buscarme. — Dije ya enfadada.

— Ya, ya, ya voy, no seas impaciente.

— Debes robar la llave para... — Y me colgó.

"Capullo" Pensé. ¿Cómo sabría lo que debía hacer si no me escuchaba? Era estupido de cabeza a pies. La inteligencia no era su fuerte, para nada. Estuve esperando un rato, y cinco minutos después alguien abrió la puerta.

Me miró victorioso, y se acercó a mi.

— Estaría bien que me compensaras por mi acto de heroísmo con un beso, ¿no crees?

— Capullo — Susurre apartandole de mi camino — ¿Cómo has abierto la puerta? No tienes llaves.

— Pues con ganzúa, un poco de lógica, por favor. — Se rió en mi cara, como si saber abrir una puerta con ganzúa fuera lo más normal del mundo.

— Si sigues así acabarás siendo un criminal.

— Ya lo soy, ricitos de oro.

— No me llames así.

— Tranquilízate un poco, ricitos de oro — Me chincho.

No le podía admitir que me empezaba a gustar ese apodo, porque me parecía que era demasiado cariñoso, y entre él y yo no había nada. Le empujé bruscamente y me fui, dejándolo atrás.

Me notaba las mejillas sonrojadas, y la temperatura de mis orejas cada vez era más alta.

Me negaba a enamorarme, no de él. ¡Era un capullo integral! Me metí bosque adentro, necesitaba despejarme, relajarme de todos los sentimientos que empezaban a florecer dentro de mí, debía... Cambiar, esa era la palabra apropiada, cambiar de sentimientos.

Me paré en seco frente a la cascada, siempre me pasaba igual, siempre acababa en el mismo sitio, pensando en el mismo chico.

Cuando creí que ya estaba tranquila, y que nadie me encontraría, unas manos se posaron sobre mis caderas, y me dieron una vuelta, para luego caer en el agua.

Al abrir los ojos le vi, con el pelo revuelto, su mandíbula tensa, y con esos ojos que te decían de todo sin decirte nada a su vez. La piel se me erizó al hacer contacto visual, vi deseo en ellos, un deseo que ambos compartíamos.

— Me pase, perdón — Se disculpó. — Te quiero volver a conquistar.

— No todo vale para conquistarme, y tu lo sabes — Le admití — No quiero disculpas de mentira, simples palabras sin importancia, quiero una disculpa sincera.

— Y es sincera... Hace años mi madre me abandonó, ella quería tocar con su orquesta por todo el mundo, cambió su hijo por la música, por eso pensé que todos eran iguales... Pero te conocí y todo empezó a cambiar... Soy desconfiado, pero no es excusa por lo que te dije, lo siento, de verdad, lo siento... — Me contó.

No sabía que pensar ni que hacer, me sentí mal por él. Notaba su sinceridad, y quería perdonarlo, pero me preocupaba que desconfiara de mí, no quería una relación tóxica.

— Prométeme que no volverás a dudar ni una sola vez de mí, por favor. — Le susurré.

— Te lo prometo.

Y ambos volvimos juntos al campamento.

Las siguientes semanas fueron geniales, pasaba las mañanas haciendo música, y por las tardes estaba con Dylan, nunca nos separabamos. Y fue así hasta el penúltimo día del campamento.

Caminaba por el campamento, y la gente me miraba, susurraba cosas sobre mí, cosas imposibles de nombrar, no sabía a raíz de que venía, pero todo cambió cuando, Datia, me contó la verdad.

La verdad sobre Dylan y yo.

Que te enga?e la suerte (Volumen 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora