9:17 a.m. – Aeropuerto de Niza, Francia
Arabella se quitó la cobija del jet privado con una mezcla de emoción y flojera. El vuelo desde Los Ángeles había sido largo, más por el cambio de horario que por el trayecto. Tenía sueño, sed, la cara hinchada y probablemente el maquillaje corrido que olvidó remover del todo en el avión. Pero estaba en casa. Bueno, casi.
Desde la ventanilla vio el cielo despejado. El Mediterráneo la saludaba como si no se hubieran visto en años. Aterrizar en Europa tenía algo que Los Ángeles no: paz.
Cuando bajó del avión, el aire se sentía diferente. Más fresco. Más familiar. Y justo ahí, esperando junto a su auto negro mate, estaba Charles Leclerc. Con gafas oscuras, camiseta blanca, bermudas beige.
Arabella sonrió.
—¿Así me recibes? ¿Sin flores o tan si quiera con mi mejor amigo?
—Estaba entre eso o una pancarta que dijera Welcome back, Candle. Pero me dio pena.
—Fallaste como anfitrión, Leclerc —dijo ella, caminando hacia él con una pequeña sonrisa cansada—. Pero te lo perdono porque me caes bien.
Charles sonrió y tomó su maleta.
—¿Ves? Por eso no te pierdo el paso.
9:41 a.m.
La carretera desde Niza hacia Mónaco siempre era un espectáculo. Montañas de un lado, mar del otro. Arabella, en silencio, miraba por la ventana mientras Charles conducía con una mano. La otra estaba en el respaldo, su clásica pose de piloto fuera de pista.
—¿Y Hailey? —preguntó él, sin mirar.
—Sigue enorme y hermosa. Justin está convencido de que el bebé ya reconoce su voz y va a nacer usando Drew House.
—No lo dudo. ¿Y tú? ¿Extrañas allá?
—Un poquito. Pero me urgía volver.
—¿Jet lag?
—Sí, pero lo estoy negando activamente. Como adulto funcional.
Charles sonrió, sin presionar más. El ambiente era tranquilo. Como siempre entre ellos.
Cuando llegaron a la residencia, Arabella estiró las piernas con un suspiro teatral.
—Si me desmayo, avísale a Arthur que no es culpa suya esta vez.
—¿Otra vez? ¿Qué te hizo ahora?
—Me hizo ver una película de terror francesa por videollamada. Casi muero de existencialismo.
Charles soltó una carcajada y abrió el maletero.
Arabella vivía en una casa moderna justo al lado de la de los Leclerc. No compartían casa, pero sí una pequeña entrada común, con árboles bien podados, una piscina entre ambas casas, y demasiadas historias acumuladas.
—Gracias por recogerme —le dijo ella mientras tomaba su maleta.
—De nada. Y antes de que se me olvide...
—¿Ajá?
—Alexa me dijo algo raro antes de irse a México. Me preguntó si alguna vez me habías gustado.
Arabella parpadeó. Una pausa.
—¿Y le dijiste que yo si tengo buenos gustos?
Charles se rió.
—Algo así. Tranquila, no le di cuerda.
—Perfecto. Porque si empezamos a revisar el historial sentimental de este grupo, nos tardamos horas.

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RandomArabella Baldwin no es solo una heredera del apellido Baldwin. Es la mente detrás de una de las marcas de moda más prometedoras de Europa. Vive en Mónaco, entre lujo, flashes, y la comodidad del anonimato que su hermana famosa dejó atrás. Pero nada...