Arabella Baldwin no es solo una heredera del apellido Baldwin. Es la mente detrás de una de las marcas de moda más prometedoras de Europa. Vive en Mónaco, entre lujo, flashes, y la comodidad del anonimato que su hermana famosa dejó atrás.
Pero nada...
La casa de Arabella por fin había recuperado su silencio habitual después de aquel desayuno inolvidable. Las tazas estaban lavadas, las servilletas dobladas, y los mensajes de Arthur ya no dejaban de llegar al grupo que Charlotte había llamado con ironía: "La familia Le-Sainz".
Arabella, recostada en el sofá con un vaso de agua con limón en la mano, miraba el techo sin decir nada. Llevaba una hoodie gigante (que no era suya, obvio) y el pelo recogido en una trenza floja. A su lado, Carlos estaba sentado con las piernas abiertas, brazos cruzados detrás de la cabeza y los ojos cerrados.
—No puedo creer que literalmente me pillaron abrazándote por atrás —murmuró él, sin abrir los ojos.
—Y yo cocinando huevos. Me sentí como esposa de sitcom de los 90's.
Carlos soltó una carcajada.
—¿Ves? Estamos evolucionando. De mejores amigos en una villa, a sitcom matrimonial en Mónaco.
—Próximo paso: reality show. "Keeping Up with the Leclercs... and Arabella."
—No me odies, pero yo sí lo vería.
—Carlos.
—¿Sí?
—Ya vete por tu ropa.
Carlos abrió un ojo.
—¿Estás corriéndome?
—Estoy dándote dignidad. Si vas a quedarte otra vez esta noche, por lo menos ven con tus cosas. No más prestarme tu hoodie como si fuera indirecta.
Carlos sonrió.
—¿Y si es una indirecta?
Arabella lo miró.
—Entonces... me la quedo.
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Pasaron casi dos horas hasta que Carlos volvió. Lo hizo con una mochila al hombro, una bolsa con snacks, y un cepillo de dientes que agitó con orgullo.
—¡Soy un hombre organizado! —anunció al entrar.
Arabella, que estaba en la cocina cortando fruta, lo recibió con una ceja levantada.
—¿Eso es lo que vamos a celebrar ahora? ¿Hombres que traen su cepillo de dientes a la segunda noche consecutiva?
—Tú me diste permiso de quedarme. No critiques mi entusiasmo.
Ella lo miró de arriba a abajo. Joggers grises, camiseta blanca, cabello aún húmedo por la ducha.
—Te ves demasiado cómodo para que esto no se repita.
—No te emociones, me hago el desayuno solo mañana.
—Ni lo sueñes. Te despierto con una espátula en la frente si lo intentas.
La noche cayó con tranquilidad. Prepararon cena juntos —bueno, Carlos picó verduras mientras Arabella hacía lo importante—, y se sentaron en la terraza con velitas encendidas, música suave y un vino blanco frío que ella había estado guardando.