Amelie odia a su vecino, pero deberá casarse con él para que puedan unir sus reinos.
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?Qué harías si despiertas como la princesa de un reino? Y, ?si te dicen que debes casarte con un chico que detestas para poder unir sus reinos?
Amelie...
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El Prado de la Luna llevaba aquel nombre en honor a los sacrificios que, otrora, se realizaron ahí. Los primeros pobladores del Valle de Kauyen solían dirigirse a ese lugar para ofrecer animales a la luna, y que esta, favorezca sus cosechas un año más. Incluso, celebraban allí una festividad para venerar a la diosa de la noche. Para ellos, los astros eran seres perfectos que siempre velaban por su bienestar.
Con el tiempo, y la invasión de tribus del continente al norte de la isla, las costumbres de los pobladores empezaron a cambiar. Los sacrificios fueron considerados como actos barbáricos que debían ser repudiados; censurándolos hasta desaparecer. Nuevas dinastías y creencias se impusieron a los nativos, quienes se vieron obligados a cambiar su estilo de vida. Ellos aceptaron la mayoría de los cambios, solo pidiendo que sus dos lugares sagrados permanezcan como tal. Desde eso, la Colina del Sol y el Prado de la luna habían sido más lugares turísticos, que sagrados. A pesar que, en la actualidad, no contaban con una religión oficial, ya nadie oraba a los astros.
Tristán pasó medio día más en el palacio de los Duboisse antes de volver a Kauyen. Él quiso ver a Amelie una vez más para preguntarle todo lo que recordaba, o que más le dijeron después de despertar. Él necesitaba conversar con ella, pero Thomas se negó. El rey le repitió que no era prudente que ambos estén en contacto; y lo dejó encerrado en la casa de huéspedes mientras él y Anna iban a una reunión con los Duboisse. Tris no supo por qué él no podía ir a ese encuentro, pero le pareció ridículo que lo confinen en la habitación. Ni siquiera quiso desayunar de la rabia que sintió en ese momento.
La noche se le hizo eterna a Tristán. Dio vueltas en su cama, pensando qué hacer para salir de ese lugar. Recordó las palabras del chico que lo visitó días atrás, y supo que ese era un buen lugar para empezar. Quizás, la luz blanca aún seguía ahí, dejando abierto el portal para que él regrese a casa. Debía ir al Prado de la Luna y conseguir las respuestas que necesitaba.
Tristán resolvió enviar dos de los guardias de Thomas a buscar a Brad, y llevarlo al castillo cuanto antes. Él no sabía dónde vivía aquel chico, y no sentía que exista otra forma de contactarlo. Ni siquiera sabía su apellido para intentar enviarle una carta; y tampoco tenía claro cómo era la correspondencia en esa época. Se sentó en un mueble de la sala de estar y esperó; deseando que su nuevo amigo no demore en llegar. En ese momento, él cayó en cuenta que, si se le complicaba comunicarse con alguien de Kauyen, le sería casi imposible enviarle un mensaje a Amelie, que era la princesa de Sarauta.
Bradford entró furioso a la sala de estar. Los guardias por poco y lo sacan a rastras del castillo de su padre, quién observó consternado todo lo que pasaba. No entendía qué clase de broma le quería jugar Nick esa vez, pero le pareció exagerado hacer que lo lleven como si fuera un criminal. Él sabía que su amigo estaba próximo a ser rey, pero no justificaba que ya esté actuando como un tirano.
─Dominic, ¿qué demonios pasó? ─preguntó molesto al verlo.
Tristán escuchó la pregunta y se puso de pie, acercándose al chico. Sintió un aire de hostilidad proveniente de él, pero no le dio importancia. No podía perder el tiempo.