Amelie odia a su vecino, pero deberá casarse con él para que puedan unir sus reinos.
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?Qué harías si despiertas como la princesa de un reino? Y, ?si te dicen que debes casarte con un chico que detestas para poder unir sus reinos?
Amelie...
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Rebecca Powell caminó furibunda hacia la habitación de su hijo. Desde que despertó, Tristán se había comportado como una persona totalmente diferente; cambiando su carácter por completo. Él solía ser un chico tranquilo y amable; aunque, ahora se comportaba como un patán. El trato déspota que tenía con los doctores y enfermeras que lo cuidaban, se volvía cada día peor. Sin embargo, Becca jamás pensó que su hijo llegaría al extremo de hacer llorar a su vecina. Sabía que ellos no eran amigos; pero Tris sería incapaz de insultar a una mujer. Él no era así.
Michael dejó de visitar a Tristán un par de días después que este despertó. Él no aprobaba el nuevo actuar que demostraba su hijo, y habían discutido en más de una ocasión por esto. Rebecca le pidió tiempo y paciencia a su esposo, pero él se negó. Michael dijo que prefería volver al hospital cuando Tristán se encuentre estable emocionalmente; además, él necesitaba hacer gestiones con el banco para terminar de saldar la deuda con el nosocomio.
Durante todos esos días, Becca había sido demasiado tolerante con Tristán; pero ya era momento de hacerlo entrar en razón.
El joven se encontraba echado en su cama, comiendo un poco de gelatina. Su estómago soportaba más comida que al inicio; pero aún mantenía la dieta blanda. A pesar que él pedía raciones más grandes de alimentos, los doctores no accedieron a sus exigencias. Su salud apenas comenzaba a estabilizarse.
Becca se detuvo en la entrada del recinto. Miró de reojo a su hijo y repasó velozmente lo que le diría. Ingresó a la recámara en silencio; sin dejar de mirar al joven.
─Tristán, tú y yo tenemos que hablar seriamente─, dijo ella, cruzándose de brazos.
Dominic dejó el depósito, con la gelatina y la cuchara, en la mesa que tenía al lado. Se acomodó en la cama; levantando el brazo para que la vía no le fastidie.
─¿Sobre qué podríamos hablar, Rebecca? ─Preguntó desafiante. Le molestaba que todos continúen llamándolo Tristán─. Ya te dije que no me gusta que me interrumpan cuando almuerzo.
Él observó a la mujer caminar rápidamente hacia él. Ella acortó los pocos metros que los separaban, dando grandes zancadas. En todo ese tiempo, Rebecca lo había tratado muy bien. Ella decía ser su madre, y se comportaba como una. Dominic no entendía por qué se veía tan molesta en ese momento.
─¿Por qué le hablaste así a Amelie? ─Inquirió molesta. La actitud de su hijo comenzaba a irritarle─. ¿Por qué la hiciste llorar?
─No sé de qué me hablas─. Se encogió de hombros─. No conozco a alguien que se llame Amelie.
Rebecca se cruzó de brazos con la respuesta. Recordó las palabras del doctor; acerca de la nueva identidad que su vecina demostraba. Pensó por algunos segundos, pero nada llegó a su mente.
─Me refiero a la chica con la que acabas de conversar─ masculló, irritada por no recordar el nombre.
El joven pensó antes de hablar. Hacía unos segundos habló con la señorita que le dio la gelatina; y antes de eso, le preguntó a un enfermero cuando le sacarían el yeso de la pierna. Ninguno de ellos pareció verse afectado por sus palabras. Meditó un poco más, intuyendo que ella se refería a Rosalie. La princesa fue la única que comenzó a sollozar mientras conversaban.