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"El miedo y la paranoia a la traición a veces provoca traiciones"
•PAIN•
Observé en silencio por la ventana cómo Edward guiaba a Bella por el bosque, el aire cargado de una quietud amarga que me aplastaba el pecho. Mi corazón latía de manera irregular, lento, como si estuviera a punto de romperse en mil pedazos, cada pulso una punzada de dolor. El paisaje frente a mí parecía desvanecerse, distorsionado por una niebla espesa de pensamientos y emociones que no quería enfrentar. La imagen de ellos alejándose, desapareciendo entre los árboles, me quemaba por dentro, como un recordatorio cruel de que ya no había espacio para mí en su vida.
Fue solo por un momento, un breve instante, que me di cuenta de que no tenía los pies en la tierra. Mi cuerpo se mantenía suspendido, flotando. Miré hacia abajo, sorprendida de verme rodeada por una ligera aura verde, una energía palpable que me sostenía en el aire como si estuviera fuera de mi propio control. Me sentí extraña, ajena a mi propia existencia. Mis manos temblaron, pero no pude hacer nada. Solo observé cómo el suelo parecía alejarse mientras mi mente se desmoronaba.
De alguna manera, logré tocar el suelo de nuevo. Un poco desorientada, tomé un paso tras otro, cada uno más difícil que el anterior, como si el peso de mis emociones me arrastrara hacia abajo. Pero seguí caminando, impulsada por una fuerza que no comprendía del todo, adentrándome en el bosque, mi única compañía la fría brisa de la tarde que acariciaba mi rostro. En minutos, ya había llegado a la casa de los Cullen.
Al acercarme, vi que Alice y Jasper me esperaban, sentados en la entrada, sus figuras imponentes. Jasper, siempre tan perceptivo, me vio antes de que siquiera pudiera acercarme del todo, y al instante se levantó para darme un abrazo, sus brazos firmes pero llenos de una ternura indescriptible. Me envolvió con tanta fuerza que casi me quema, como si estuviera tratando de retenerme en este mundo.
Me abrazó con tal desesperación que sentí que sus propios demonios se aferraban a mí.
—Es mi culpa —murmuró con voz quebrada, y pude escuchar el remordimiento en sus palabras, una carga que no debería estar llevando—. Lo siento tanto.
El dolor que me produjo oírlo me atravesó como una flecha. Lo solté suavemente de mis brazos, buscando en sus ojos la calma que él mismo parecía necesitar.
—No lo es —susurré, acariciando su cabello con una mano temblorosa, mi voz ahogada por las emociones contenidas. Quería decirle tantas cosas, pero lo único que podía hacer era sostenerlo, darle consuelo, aunque me sentía vacía por dentro. —No lo es, hijo mío.
Me aparté de su abrazo, pero no podía alejarme del todo. Lo besé en la mejilla, como un gesto silencioso de amor, de perdón, de esa conexión tan profunda entre nosotros. Y fue entonces cuando Alice se levantó, sus brazos rodeando mi cintura, como si intentara mantenerme anclada a la realidad.
