Teacher's Pet | 𝐂𝐇𝐀𝐑𝐋𝐎�...

By valenleclerc

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Bajo las luces y sombras de Madrid, Charles Leclerc y Carlos Sainz viven una historia que nunca debería haber... More

zero: fresh start
uno: electric feel
due: to know him
tre: forbidden
quattro: simplicity
cinque: need him
sei: one of your girls
sette: complicity
otto: call you mine
nove: her
dieci: hurt
undici: last chance
dodici: in the shadows
tredici: obsession
quattordici: him
quindici: attention
sedici: the greatest
diciassette: jealousy
diciotto: found heaven
diciannove: carlos f*cking sainz
venti: mónaco
ventidue: misunderstand
ventitré: sweet creature
ventiquattro: those eyes
venticinque: again
ventisei: come back to you
ventisette: oliver
ventotto: family
ventinove: always you
trenta: our story
íDz

ventuno: fainted love

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By valenleclerc



Aclaración: este capítulo se desarrolla el día que Carlos y Charles vuelven de su viaje.

El día del regreso del pequeño viaje con Charles había quedado grabado en la memoria de Carlos como el momento en el que todo empezó a desmoronarse... o quizá a acomodarse. Por primera vez desde que había comenzado su camino con Charles, sentía la claridad que tanto había buscado.

Sabía exactamente qué hacer.

Durante el trayecto a casa, mientras Charles dormía en el asiento del copiloto y el silencio llenaba el auto, Carlos releía el mensaje que había enviado la noche anterior:

"Rebecca, tenemos que hablar"

Sabía que esas palabras marcarían el comienzo del fin. Había pasado demasiadas noches debatiendo consigo mismo, atrapado entre la culpa y el anhelo, entre el amor tan inmenso que sentía por Charles y la responsabilidad que lo ataba a Rebecca. Pero ahora, después de ese viaje lleno de emociones, no podía seguir viviendo en su propia mentira.

Carlos condujo con calma, al contrario de su mente que estaba en caos. El trayecto al departamento de Charles estuvo lleno de silencios, interrumpidos únicamente por el ruido del motor y las respiraciones entrecortadas de ambos. Desde que Charles despertó, había estado mirando por la ventana durante todo el camino restante, como si no se atreviera a romper el momento, mientras Carlos robaba miradas rápidas, intentando leer en su perfil los pensamientos que no estaba diciendo en voz alta.

Cuando llegaron, Carlos apagó el motor pero no hizo el intento de moverse de inmediato. Giró hacia Charles, quien seguía mirando hacia el frente.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó Carlos con suavidad, rompiendo el silencio.

Charles negó lentamente, girándose hacia él con una pequeña sonrisa, cansada pero sincera.

—No es necesario. Estoy bien. Gracias por estos días.

Carlos no estaba convencido, pero sabía que Charles necesitaba algo de espacio. Aun así, no podía dejarlo ir sin asegurarse de que entendiera que las cosas ya no iban a ser igual. Tomó una de sus manos, entrelazando sus dedos con los de Charles.

—Las cosas van a cambiar, Charles —dijo, sus palabras llenas de convicción—. Te lo prometo.

Charles levantó la mirada hacia él, sus ojos reflejando una mezcla de esperanza y miedo. Su corazón quería creerle pero el español ya había roto muchas veces sus promesas. Antes de que pudiera responder, Carlos inclinó su cabeza y lo besó. Fue un beso lento, lleno de promesas silenciosas, como si quisiera transmitirle todo lo que no podía decir en ese momento.

Cuando se separaron, Carlos acarició la mejilla de Charles con el dorso de sus dedos, mientras el aire entre ellos se llenaba de emociones no dichas.

—Te amo, mi ángel. —confesó en un susurro, con una intensidad que hizo que el corazón de Charles se acelerara.

—Y yo a ti —respondió Charles, su voz apenas audible, pero suficiente para llenar el espacio entre ellos.

Carlos sonrió, soltando su mano con suavidad para que el castaño pudiese abrir la puerta del auto.

—Descansa, ¿sí? Mañana será un día diferente.

Charles asintió y salió del auto, mirando a Carlos una última vez antes de entrar al edificio.

Carlos lo observó desaparecer tras las puertas, su determinación creciendo con cada paso que daba hacia su propio futuro. Había salido de ese lugar sintiéndose más ligero, como si el peso de meses de indecisión y mentira comenzara a desvanecerse.

El camino desde el departamento de Charles hasta el que compartía con Rebecca había sido un torbellino de pensamientos. No había música en el auto, no había distracciones. Solo el eco de su decisión resonando en su mente.Sabía que lo que estaba a punto de hacer cambiaría su vida y la de Rebecca para siempre. Pero también sabía que no podía seguir atrapado en una relación que, por muy perfecta que pareciera desde afuera, no representaba lo que realmente sentía.

Desde que Charles había entrado en su vida, todo lo demás había perdido sentido. La idea de pasar sus días sin él era insoportable. Y aunque el temor al rechazo de sus familias, sus amigos e incluso de Rebecca lo atormentaba, la claridad que sentía ahora era innegable.

"Es Charles. Siempre ha sido Charles", pensó mientras estacionaba su auto frente al edificio que representaba el compromiso que estaba a punto de romper.

Carlos salió del auto con una determinación renovada, subiendo las escaleras rápidamente hasta el departamento. Sabiendo que cada paso lo acercaba a ese momento.

Rebecca estaba en el departamento cuando Carlos abrió la puerta con sus llaves, sentada en el sofá con una copa de vino en la mano. Su postura era relajada, pero había una tensión en su mirada que Carlos no supo cómo interpretar.

Rebecca dejó la copa de vino en la mesa de centro con un gesto calculado, pero sus ojos no ocultaban la mezcla de preocupación y enojo que crecía dentro de ella. Se cruzó de brazos, adoptando una postura que reflejaba tanto vulnerabilidad como desafío.

—Carlos, ¿puedes explicarme dónde demonios has estado estos dos días? —preguntó con un tono más duro de lo que probablemente pretendía.

Carlos cerró la puerta detrás de él y dejó las llaves sobre la encimera de la cocina. No respondió de inmediato, intentando encontrar las palabras adecuadas. Sin embargo, Rebecca interpretó su silencio como una señal de desinterés por lo que dio un paso hacia él.

—¿De verdad vas a quedarte callado? ¿Ni siquiera me vas a dar una explicación? ¿Sabes lo preocupada que estuve? —continuó, su voz subiendo un poco más con cada palabra—. Te escribí, te llamé, y ni una sola respuesta. Ni siquiera tuviste la decencia de decirme que estabas bien.

Carlos suspiró, sintiendo el peso de la culpa apretarle el pecho. No quería herirla más de lo necesario, pero sabía que no podía seguir posponiendo lo inevitable.

—Lo siento —murmuró finalmente, su voz baja pero decidida—. No fue mi intención preocuparte, Rebecca.

Rebecca lo miró incrédula, soltando una risa seca.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? "Lo siento". Carlos, ¿te das cuenta de cómo me haces sentir? Estás distante, desapareces, y yo... yo no sé qué pensar.

Carlos bajó la mirada, incapaz de sostener el peso de su reproche. Permaneció en silencio, dejando que Rebecca desahogara toda su frustración.

Cuando finalmente terminó de hablar o más bien gritar, cruzó los brazos de nuevo y lo miró con expectación.

—¿Algo que decir? —dijo con un tono más contenido, pero aún cargado de reproche.

Carlos levantó la cabeza y la miró directamente a los ojos.

—Tenemos que hablar —dijo con palabras firmes, aunque su corazón latía con fuerza.

Rebecca arqueó una ceja, claramente anticipando algo.

—¿Sobre nosotros? —preguntó con un toque de sarcasmo y una pizca de miedo en su voz.

Carlos asintió lentamente.

—Sí, sobre nosotros.

El aire en la habitación pareció volverse más denso, como si ambos supieran que lo que estaba a punto de pasar.

—Supuse que llegaría este momento tarde o temprano.—dijo, con su voz tranquila—¿Qué es lo que tienes que decirme, Carlos?

Carlos tragó saliva. Buscando las palabras perfectas para comenzar. Se acercó unos pasos, pero mantuvo cierta distancia. Sabía que esto sería difícil, pero no tenía intención de dar marcha atrás.

Tomó aire profundamente, intentando calmar el temblor en su voz antes de hablar.

—Rebecca... tu....sabes que te tengo un enorme cariño. Siempre lo he tenido. Eres una persona increíble, y lo último que quiero es lastimarte —comenzó, eligiendo cuidadosamente cada palabra—. Pero no puedo seguir con todos esto.... mintiéndote... ni mintiéndome a mí mismo

Rebecca parpadeó, su expresión permaneciendo firme, aunque Carlos pudo notar el brillo en sus ojos, como si intentara mantener las lágrimas a raya.

—¿Qué estás tratando de decir, Carlos? —preguntó, aunque parecía ya conocer la respuesta.

Carlos bajó la mirada por un momento, intentando reunir la valentía para continuar.

—No soy feliz, Rebecca. No con este compromiso. No con la vida que hemos estado planeando. Y no es tu culpa, de verdad que no lo es. Pero esto... esto no está funcionando para mí.

Rebecca dejó escapar un pequeño jadeo, su rostro finalmente traicionando la calma que había tratado de mantener. La confesión de Carlos, aunque no del todo inesperada, la golpeó como un balde de agua fría. Sabía que las cosas estaba mal, sabia de la existencia de Charles, pero escuchar esas palabras directamente de la boca de Carlos, dichas en voz alta y con tanta convicción, fue como sentir cómo el suelo desaparecía bajo sus pies.

Por un momento, su mente se llenó de imágenes de todo lo que habían compartido juntos: las cenas con sus familias, los viajes que habían hecho, las risas que solían compartir cuando todo parecía más sencillo. Habían construido un mundo juntos, o al menos eso había creído. Y ahora ese mundo estaba desmoronándose frente a ella.

Sentía un peso insoportable en el pecho, como si cada palabra de Carlos fuera un puñal directo al corazón. Había puesto tanto de sí misma en esa relación, había imaginado tantas veces el futuro que tendrían, el hogar que compartirían, los hijos que criarían juntos. Rebecca había idealizado tanto a Carlos que jamás consideró que él pudiera ser quien rompiera ese sueño.

Se llevó una mano al pecho, intentando controlar la respiración que comenzaba a acelerarse. El dolor era intenso, como si alguien estuviera arrancándole una parte de su ser.

—¿Quieres cancelar la boda? —susurró, como si decirlo en voz alta hiciera el dolor más real.

Carlos asintió lentamente, sus ojos fijos en los de ella.

—Creo que es lo mejor para los dos. No sería justo para ninguno de nosotros seguir adelante con algo que no se siente real.

—Para ti, Carlos..... Tal vez para ti no fue real, pero yo te amé con cada parte de mi ser. 

El silencio que siguió fue ensordecedor. Carlos no era capaz de seguir rompiendo el corazón de la mujer y aunque Rebecca sabía que no podía obligar a Carlos a quedarse, no podía evitar sentirse traicionada. Había dado todo de sí misma, había sacrificado tanto por su relación, y ahora sentía que había estado sola en ese esfuerzo todo el tiempo.

—¿Cómo llegamos a esto? —preguntó, su voz apenas un susurro, cargada de incredulidad y desesperación. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, y aunque intentó limpiarlas rápidamente, fue inútil.

Rebecca se giró, dándole la espalda a Carlos, como si no pudiera soportar mirarlo mientras procesaba sus palabras. Quería gritar, preguntar por qué no había luchado más, por qué no había intentado salvar lo que tenían. Pero, al mismo tiempo, sentía que cualquier esfuerzo sería en vano.

—Pensé que éramos felices, Carlos. Pensé que... que aunque las cosas no siempre eran perfectas, estábamos construyendo algo real. Pensé que algun dia podrias corresponderme. Pero ahora me doy cuenta de que todo era una ilusión, ¿verdad? —dijo, su voz temblando, cargada de dolor.

Rebecca sentía un torbellino de emociones que no podía controlar. Se giró de nuevo para mirarlo, con el rostro enrojecido y los ojos llenos de lágrimas.

—¿Alguna vez me amaste de verdad? ¿O todo esto fue una mentira desde el principio? —preguntó, su voz alzándose, quebrada, mientras buscaba en los ojos de Carlos alguna respuesta que pudiera aliviar el vacío que sentía.

Carlos permaneció en silencio, su mirada fija en Rebecca mientras las palabras se quedaban atrapadas en su garganta. Sabía que cualquier respuesta que diera en ese momento sería insuficiente para disminuir el dolor que ella sentía, pero tampoco quería seguir engañándola. 

Su silencio fue suficiente. Rebecca lo entendió, como si el peso de sus emociones finalmente le diera la claridad que necesitaba.

—Te quise, Rebecca. Fuiste mi mejor amiga cuando éramos adolescentes —dijo finalmente, con una voz suave, casi un susurro— Pero tal vez nunca debimos confundir las cosas.

Rebecca retrocedió un paso, como si esas palabras la hubieran golpeado físicamente. El aire pareció volverse más pesado en la habitación, y ella sintió que le costaba respirar. No era solo la confesión de que él no la amaba; era el reconocimiento de que todo lo que habían construido había sido un error desde el principio.

Su rostro reflejaba una mezcla de tristeza y furia contenida, pero detrás de todo eso, había algo más: resignación. Había anticipado este momento, pero enfrentarlo de frente era una experiencia completamente diferente.

—Y a él... —dijo Rebecca, su voz temblando mientras las lágrimas volvían a brotar de sus ojos—. ¿Lo amas?

Carlos levantó la mirada, atónito por la pregunta. Su cuerpo se tensó, y su mente comenzó a girar en busca de respuestas.

—¿De qué hablas? —preguntó, intentando ganar tiempo, aunque ya intuía a quién se refería.

Rebecca dejó escapar un suspiro, sus ojos clavados en los de Carlos con una intensidad que lo dejó sin aliento.

—A Charles... —pronunció su nombre con una precisión cortante, como si estuviera haciendo énfasis en cada sílaba—. ¿Lo amas, Carlos?

El nombre resonó en la habitación, y el tiempo pareció detenerse. Carlos sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar el nombre de Charles salir de los labios de Rebecca. Se quedó inmóvil, como si el tiempo se hubiese detenido. Sus ojos se entrecerraron ligeramente, intentando procesar lo que acababa de escuchar.

No sabía cómo Rebecca había llegado a esa conclusión, pero tampoco podía negarlo, no después de todo lo que había sucedido.

—Rebecca....yo..... —respondió con una voz tensa, casi inaudible, pero incapaz de ocultar el temblor que lo atravesaba.

Rebecca soltó una risa amarga, una que reflejaba más dolor que burla.

—No finjas, Carlos. No te hagas el sorprendido. ¿Crees que no lo sabía? —dijo, mirándolo directamente, con los ojos aún enrojecidos por las lágrimas, pero llenos de una determinación que Carlos no esperaba.

Carlos abrió la boca para responder, pero no encontró las palabras. Sentía cómo el sudor comenzaba a formarse en su frente y cómo el latido de su corazón se aceleraba peligrosamente.

—¿Lo amas? —repitió una vez más Rebecca, cada palabra más firme que la anterior, como si con cada una de ellas revelara la verdad que Carlos había estado evitando confrontar por completo. —Dímelo, Carlos. Mírame a los ojos y dime si lo amas. Porque si la respuesta es sí, entonces al menos dame eso: la verdad.

Carlos no respondió.

Rebecca, sin embargo, no necesitaba una respuesta verbal. La expresión de Carlos lo decía todo. Ella había visto ese brillo en sus ojos antes, pero nunca había sido por ella. Siempre había notado algo diferente en la forma en que hablaba con Charles. Ahora, todo tenía sentido.

—Lo amas —afirmó Rebecca, como si decirlo en voz alta le ayudara a aceptarlo. Las lágrimas volvieron a caer, pero esta vez no intentó detenerlas. —¿Por qué no me lo dijiste antes, Carlos? ¿Por qué me hiciste pasar por esto?

Carlos apretó los puños, sus pensamientos corriendo a toda velocidad. Había pasado días, semanas, meses, intentando negar lo que sentía por Charles, diciéndose que era un error, una ilusión, algo pasajero. Pero en ese momento, enfrentado por Rebecca y por la cruda realidad de sus propios sentimientos, no pudo seguir fingiendo.

—Sí —confesó finalmente, su voz firme, cargada de una sinceridad devastadora. Levantó la mirada hacia Rebecca, sus ojos llenos de culpa y, a la vez, de algo más profundo, algo innegable. —Lo amo, Rebecca....lo amo como nunca he amado a nadie antes.

Rebecca cerró los ojos al escuchar la confesión, como si las palabras del español provocarán heridas profundas. Sus labios temblaron mientras luchaba por mantenerse de pie.

—Sabía que lo amabas —dijo en voz baja, más para sí misma que para Carlos. —Lo sabía desde hace tiempo, pero quise negarlo. Quise creer que era yo a quien amabas, que era yo quien tenía un lugar en tu corazón.

Carlos dio un paso hacia ella, pero Rebecca levantó una mano para detenerlo.

—No. Quédate ahí, Carlos. —Su voz era firme, aunque se quebraba. —No quiero tus excusas. Quiero entender por qué. ¿Por qué me dejaste construir este futuro contigo si sabías que nunca iba a ser real?

Carlos respiró hondo, otra vez buscando las palabras correctas.

—Nunca quise herirte, Rebecca. —comenzó, con la voz baja y temblorosa—. Lo sé, sé que mis palabras no son suficiente, pero es la verdad. Nunca debí...

—Engañarme —completó Rebecca, su voz llena de amargura. —Engañarnos.

El ambiente ahora, estaba cargado de emociones no expresadas y sueños rotos.

—Cuando éramos niños, todo parecía tan... fácil contigo. —Carlos habló levantando la mirada, buscando en los ojos de Rebecca algún rastro de la conexión que una vez compartieron—. Te admiraba, te respetaba, y sí, te quise mucho.... de esa manera.

—¿Y cuándo cambió eso? —interrumpió Rebecca, su tono afilado como un cuchillo.

Carlos tragó saliva y miró al suelo, sintiendo el peso de sus palabras antes de dejarlas salir.

—No fue algo que cambió de un día para otro. Fue algo que siempre estuvo ahí, Rebecca. Yo quería creer que podíamos funcionar, que lo que sentía por ti podía convertirse en lo que tú esperabas de mí. Pero... me di cuenta de que estaba intentando cumplir con las expectativas de todos menos con las mías.

Rebecca se quedó en silencio, sus ojos fijos en él, como si intentara descifrar cada palabra. Finalmente, se alejó y comenzó a caminar por la habitación, el filo de sus tacones resonando en el suelo.

—¿Y Charles? —preguntó de repente, girándose para enfrentarlo.

Carlos alzó la mirada, sorprendido por la pregunta, aunque sabía que inevitablemente llegaría a este punto.

—Charles no es la razón por la que esto no funcionó, Rebecca. —Su voz se volvió más firme, como si quisiera asegurarse de que ella entendiera eso—. Esto no funcionó por mi culpa, porque yo no fui honesto contigo ni conmigo mismo.

—¿Dejarías todo esto por el? —Preguntó, más directa esta vez, como si necesitara escucharlo de sus labios para cerrar la herida que comenzaba a formarse en su corazón.

Carlos respiró profundamente, sabiendo que no podía escapar de la respuesta.

—Sí —confesó, su voz apenas un susurro.

—Entonces, ¿por qué no lo admitiste antes? —preguntó—. ¿Por qué no me dejaste ir antes?

Carlos nuevamente intentó acercarse a ella para consolarla, pero Rebecca se alejo aun mas.

—No necesito tu compasión, solo quiero la verdad.

—Porque tenía miedo —admitió Carlos, su voz quebrándose—. Miedo de decepcionarte, miedo de decepcionar a nuestras familias, miedo de aceptar lo que realmente soy.

Rebecca dejó escapar un suspiro tembloroso y se pasó una mano por el cabello.

—Supongo que ambos fuimos cobardes entonces. —Su voz era amarga, pero había una aceptación en ella que Carlos no esperaba—. Yo también sabía que algo no estaba bien, pero decidí ignorarlo porque quería creer que el amor que sentía por ti era suficiente para los dos.

Carlos la miró, su pecho apretado por la culpa y el respeto hacia la mujer que estaba frente a él.

—Rebecca, lo siento tanto...

—No. —Lo interrumpió, levantando la barbilla con dignidad—. No necesitas disculparte más. Ahora entiendo. Solo... solo espero que encuentres la felicidad que no pudiste tener conmigo.

Carlos sintió cómo las lágrimas se acumulaban en sus ojos, pero se las tragó, sabiendo que Rebecca merecía algo más. Ella merecía la verdad, y él se la había dado.

Rebecca se cruzó de brazos, como si quisiera protegerse de la vulnerabilidad que acababa de exponer. Carlos permaneció inmóvil, con las manos a los costados, resistiendo el impulso de intentar consolarla. Sabía que cualquier gesto suyo en ese momento solo haría más daño.

—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Rebecca finalmente, su tono neutral, aunque sus ojos aún brillaban con una mezcla de dolor y decepción.

Carlos bajó la mirada, sintiendo el peso de la pregunta.

—Voy a hablar con nuestras familias —respondió después de un momento—Les explicaré lo que ha pasado, y me haré responsable de mi parte en todo esto. No quiero que cargues con nada de esto sola.

Los labios de Rebecca se curvaron en una sonrisa irónica, sacudiendo la cabeza.

—Por supuesto que te harás responsable. Eso es lo que siempre haces, ¿no? Resolver las cosas, controlarlo todo. Pero, ¿te das cuenta de que no puedes controlar cómo se sentirán ellos? Ni siquiera puedes controlar lo que siento yo ahora mismo.

Carlos sintió el golpe de sus palabras, pero las aceptó. Sabía que tenía razón.

—Tienes toda la razón, Rebecca. No puedo cambiar lo que sientes, ni lo que sienten ellos. Solo puedo ser honesto, como debí haberlo sido desde el principio.

Rebecca lo miró durante un largo momento, como si estuviera evaluando si su sinceridad era suficiente para aliviar el dolor que había causado. Finalmente, suspiró aceptando su destino.

—Entonces hazlo, Carlos. Habla con ellos. Termina esto de la manera correcta, por lo menos. Pero no me pidas que esté a tu lado cuando lo hagas.

Carlos asintió, aceptando su decisión sin resistencia.

—No te lo pediré.

—¿Y qué vas a hacer con la situación en la universidad? —preguntó ella, manteniendo la compostura aunque su tono revelaba un cansancio profundo—. Porque, después de todo, sigues siendo su profesor, ¿no?

Carlos levantó la mirada al escuchar la pregunta de Rebecca, un destello de incertidumbre cruzando su rostro.

Carlos tragó saliva, sintiendo cómo el peso de esa realidad caía sobre él como una carga adicional. No había pensado en eso. Todo su enfoque había estado en resolver su relación con Rebecca y tratar de encontrar una manera de estar con Charles sin seguir lastimando a quienes lo rodeaban. Pero ahora, pensar en enfrentarse a todo esto en su entorno laboral lo dejó momentáneamente sin palabras.

—No lo sé aún —admitió finalmente, pasándose una mano por el cabello en un gesto nervioso—Tendré que pensar en una solución...

Rebecca lo observó con atención, como si pudiera ver el conflicto interno que lo consumía. Por un momento, pareció debatirse entre mantenerse distante o dar un paso más. Finalmente, decidió hacer lo que le parecía más correcto.

—Mira, Carlos. Si es necesario no necesitas decir que rompimos el compromiso, al menos no ahora......tómalo como mi último acto de amor hacia ti.

Carlos la miró sorprendido, la gratitud asomando en sus ojos incluso antes de que ella terminara de hablar.

—No es necesario que expliques las cosas en la universidad, únicamente es necesario que lo hagas con nuestros padres —continuó Rebecca, su voz más suave de lo que había sido en toda la conversación—. No quiero que esto te complique más de lo necesario. Al menos hasta que Charles se gradúe, deberíamos mantener las apariencias con tus colegas y superiores.

Rebecca a pesar de sentirse profundamente traicionada, sentía que no podía seguir haciéndole daño al monegasco que, probablemente, estaba sufriendo igual o más que ella. 

Carlos parpadeó, sin saber qué decir. Aquella propuesta era más de lo que esperaba recibir de alguien a quien había herido tanto.

—Rebecca... no tienes idea de cuánto significa esto para mí.

Ella levantó una mano, deteniéndolo antes de que pudiera continuar.

—No lo hago por ti. Lo hago porque, a pesar de todo, una parte de mí todavía quiere que seas feliz. Y porque no quiero que ese chico pase por más de lo que ya debe estar enfrentando.

Carlos asintió, sin intentar justificar su agradecimiento. Lo que ella acababa de hacer era un acto de generosidad que no merecía, y lo sabía.

Rebecca lo miró fijamente, sus ojos adquiriendo una dureza repentina.

—Pero escucha bien, Carlos. Quiero que tengas cuidado.

—¿A qué te refieres?

Rebecca dio un paso adelante, inclinándose ligeramente hacia él.

—Sé de la existencia de Charles por fotos que alguien envió a mi correo. Fueron anónimas, pero está claro que alguien sabe lo que pasa entre ustedes.

Carlos sintió un nudo formarse en su estómago.

—¿Fotos? —Cuestionó. 

Rebecca asintió con pesar.

—Fotos de ustedes juntos. En la universidad, en el estacionamiento, en el café. Nada demasiado explícito, pero lo suficientemente comprometedoras para que cualquiera pueda juntar las piezas.

Carlos apretó los puños, el enojo mezclándose con la culpa.

—No sabía que alguien...—No pudo terminar la frase.

—Pues sí,  alguien lo sabe, Carlos. Y si yo recibí esas fotos, ¿quién más podría haberlas visto?

Él asintió, tratando de procesar toda la información.

—Gracias por decírmelo, Rebecca. Prometo que tendré cuidado.

—Más te vale, Carlos. Por el bien de ambos.

Rebecca lo observó una última vez, como si quisiera grabar en su memoria al hombre que había amado durante tanto tiempo, antes de apartar la mirada y comenzar a caminar hacia la habitación.

—Voy a empacar mis cosas mañana —dijo sin voltearse—. Puedes quedarte con el departamento. Yo no quiero nada que me recuerde esto.

Carlos abrió la boca para protestar, para decirle que no tenía por qué renunciar a todo, pero algo en su tono le hizo darse cuenta de que era mejor dejarlo así.

—Rebecca... —comenzó, pero las palabras murieron en su garganta.

—Agradezco que al menos tuviste el valor de decirme la verdad. Pero ahora quiero que te vayas, Carlos. —Su voz se escuchaba decidida. —No quiero verte más. No puedo verte más.

Carlos asintió, sabiendo que no tenía derecho a protestar. 

Cuando salió del departamento, con el peso de sus decisiones aplastándolo, escuchó los suaves pero audibles sollozos de Rebecca detrás de él. Y aunque había hecho lo que creía correcto, no pudo evitar sentir que había perdido algo irremplazable.

Mientras se dejaba caer en el asiento de su auto, su mente volvió a Charles. ¿Cómo reaccionaría él al saber que todo estaba terminado con Rebecca? ¿Qué le diría al saber que al fin fue capaz de enfrentar sus miedos? ¿Cúal sería su cara al saber que al fin pueden estar juntos sin restricciones o fantasmas de terceros?

Carlos no tenía respuestas, pero sabía que su felicidad al lado de Charles estaba cada vez más cerca.

O al menos, eso quería creer.

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