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"amigos" y peliculas---贬别肠产补蝉í

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La noche en la habitación del hotel estaba cargada de risas y camaradería. Todo comenzó cuando Ferran, con su característico entusiasmo, convenció a los chicos de reunirse para ver una película. Pau y Héctor, que compartían habitación, no tuvieron más remedio que aceptar ser los anfitriones. Pedri llegó con un par de bolsas de pochoclos, mientras Balde y Casadó cargaban una pila de almohadas que habían tomado prestadas de otras habitaciones.

—¿Estás seguro de que cabemos todos aquí? —preguntó Pau, mirando la cama matrimonial con cierto escepticismo.

—Claro que sí. El que no entre se va al suelo, no pasa nada —respondió Balde mientras se dejaba caer de espaldas en la cama.

—Yo no pienso dormir en el suelo, ya te aviso —dijo Ferran, dejando las palomitas sobre la mesita.

—Tranquilo, Ferran. Ya pedimos un colchón extra —intervino Pedri, señalando la puerta—. Deberían traerlo pronto.

A los pocos minutos, el servicio del hotel llegó con el colchón adicional. Pedri y Ferran se encargaron de colocarlo en el suelo junto a la cama, mientras los demás discutían sobre qué película ver.

—Nada de terror, que luego Balde no duerme —bromeó Casadó, ganándose un empujón amistoso de su amigo.

—¡Eso no es verdad! —protestó Balde, aunque todos sabían que lo era.

Después de una votación rápida, decidieron ver una comedia romántica que Ferran había recomendado insistentemente.

—Os vais a reír, lo prometo. Además, tiene un mensaje bonito —aseguró Ferran mientras los demás rodaban los ojos.

—Si me duermo, es culpa tuya —dijo Héctor, acomodándose en un rincón de la cama junto a Pau.

La película comenzó y, para sorpresa de todos, resultó ser bastante entretenida. Hubo risas en varias escenas y comentarios ocasionales de Ferran, que parecía empeñado en explicar cada detalle. Pero a medida que la noche avanzaba, el cansancio empezó a hacer efecto.

—Esto es incómodo, tío —se quejó Balde, moviéndose para intentar encontrar más espacio en la cama.

—Sí, no cabemos todos aquí. Me voy a caer al suelo como sigamos así —añadió Casadó, empujando ligeramente a Pau en un intento de acomodarse.

Héctor, que hasta ese momento había estado en silencio, aprovechó la oportunidad para soltar una de sus ocurrencias. Con una sonrisa pícara, se giró hacia Pau y lo rodeó por la cintura, atrayéndolo hacia él.

—Bueno, que pena. Voy a tener que dormir abrazado a Pau —anunció con descaro, escondiendo su rostro en el cuello de su amigo.

Pau se quedó paralizado durante unos segundos, sus mejillas encendiéndose como brasas.

—¡Héctor, suéltame, tonto! —protestó, riendo nervioso mientras intentaba apartarlo, pero el agarre de Héctor era firme.

—Olvídalo, Pau. No te va a soltar —comentó Pedri desde el colchón, aguantándose la risa.

—Literalmente está acoplado a ti, tío. ¡Eso no es un abrazo normal! —añadió Ferran entre carcajadas.

—¡Héctor! —insistió Pau, aunque su voz no tenía mucha fuerza. Al final, resignado, dejó caer los brazos alrededor de los hombros de su amigo, intentando ignorar las risas de los demás.

Héctor, completamente cómodo en su posición, murmuró con voz somnolienta pero lo suficientemente clara para que todos escucharan:
—Pero hazme mimos, como la otra vez.

Las carcajadas en la habitación se intensificaron. Ferran se tiró al suelo, llorando de la risa, mientras Balde golpeaba la almohada para no despertar a los vecinos.

—¡Esto es demasiado íntimo para ser “amigos”! —gritó Casadó entre risas—. ¿Seguro que sois solo eso?

—Dejad de molestar, pesados —murmuró Pau, claramente avergonzado. Pero, para sorpresa de todos, comenzó a acariciar la nuca de Héctor con sus dedos, intentando calmar la situación.

—Míralo, lo hace. ¡Esto es amor verdadero! —exclamó Ferran, provocando una nueva ola de risas.

Héctor, por su parte, estaba en su propio mundo. Cerró los ojos y se acurrucó aún más en el cuello de Pau, disfrutando de las caricias que tanto le gustaban.

—Gracias, Héctor. Ahora Balde y yo tenemos espacio de sobra —bromeó Casadó mientras se acomodaba mejor en la cama.

—De nada. Todo sea por el equipo —respondió Héctor sin levantar la cabeza, provocando risas bajas entre sus amigos.

Con el paso de los minutos, las bromas comenzaron a disminuir a medida que el cansancio los vencía. Los únicos sonidos en la habitación eran las respiraciones calmadas de los chicos y los suaves murmullos de la televisión.

—¿Sabes qué, Pau? Eres un buen almohadón —murmuró Héctor, antes de quedarse profundamente dormido.

Pau, aunque todavía algo sonrojado, no pudo evitar sonreír. A pesar de las bromas y la vergüenza, el abrazo de Héctor era cálido y reconfortante. Cerró los ojos, dejando que el sueño lo venciera también, mientras pensaba que, quizás, esa cercanía no era tan mala después de todo.












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