Sirius golpeó la puerta principal de la mansión Black con fuerza, su corazón latiendo con un ritmo acelerado. A su lado, Barty Crouch Jr. miraba la imponente entrada con una mezcla de burla y desdén, ajustándose la capa como si se preparara para una batalla. Kreacher, el viejo elfo doméstico, abrió la puerta con una mirada agria, pero no dijo nada, simplemente se apartó para dejarlos pasar.
—Gracias, Kreacher, siempre tan acogedor —dijo Sirius con sarcasmo, avanzando hacia las escaleras que llevaban a las habitaciones superiores. Estaban a punto de subir cuando una voz helada los detuvo en seco.
—¿Qué haces aquí, Sirius? —La figura de Walburga Black apareció en la entrada del salón, con su mirada fulminante fija en su hijo mayor. Antes de que Sirius pudiera responder, Barty dio un paso adelante.
—¿Qué hace aquí? ¡Debería estar preguntándole eso a usted, señora Black! —dijo con tono mordaz, cruzándose de brazos—. Sirius ha venido a buscar a su hermano, porque parece que en esta casa ser un Black significa ser un prisionero.
—¡Tú no tienes derecho a hablarme así, mocoso insolente! —gritó Walburga, su rostro enrojeciendo de ira. El ruido atrajo a Orion Black, que bajó las escaleras con calma, observando la escena con una expresión inescrutable.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con su voz profunda, deteniéndose al lado de su esposa.
—Tu hijo mayor ha vuelto a profanar esta casa con su presencia —dijo Walburga, señalando a Sirius como si fuera una plaga. Mientras tanto, Sirius aprovechó la distracción para subir corriendo las escaleras en busca de su hermano. Abrió la puerta de la habitación de Regulus sin ceremonias y lo encontró sentado en el borde de la cama, con sus maletas perfectamente empaquetadas y listas.
—¿Estás listo? —preguntó Sirius, jadeando un poco. Regulus asintió, levantándose con una pequeña sonrisa de alivio.
—Pensé que nunca llegarías.
—¿Y perderme la oportunidad de llevarte lejos de este manicomio? Ni en un millón de años —respondió Sirius, agarrando una de las maletas mientras le hacía señas para que lo siguiera. Mientras bajaban, los gritos de Walburga y Barty aún resonaban en el vestíbulo. Cuando llegaron al pie de las escaleras, vieron que Orion estaba interponiéndose entre su esposa y el chico.
—¡Basta, Walburga! —dijo Orion con firmeza, su voz cortando el aire como un cuchillo—. Deja que se vayan.
Esta lo miró como si le hubieran dado una bofetada.
—Y por eso mismo —dijo él, su tono más suave ahora, aunque seguía firme—. Es hora de que elijan su propio camino.
Walburga soltó un grito de frustración y se giró hacia las escaleras, desapareciendo en el piso superior con pasos furiosos. Orion se giró hacia sus hijos, con una expresión inusualmente cálida.
—Ojalá les vaya bien en la mansión Potter. Saben dónde encontrarme si alguna vez necesitan algo --Regulus lo miró con los ojos llenos de gratitud, mientras Sirius simplemente asintió, tragándose cualquier comentario sarcástico que pudiera haber tenido. Barty, que había estado observando en silencio, levantó una ceja y preguntó con su habitual tono burlón:
—¿Y usted, señor Black? ¿Se quedará mucho tiempo más en este lugar? --Orion esbozó una sonrisa enigmática.
—No demasiado. La poción en el té de Walburga está haciendo efecto. Pronto recibirán un aviso de herencia --Sirius y Regulus intercambiaron una mirada de sorpresa, mientras Barty soltaba una carcajada seca.
—Ingenioso —dijo Barty, mientras Orion se giraba y comenzaba a subir las escaleras con tranquilidad. Cuando llegó al último escalón, se detuvo un momento, mirando hacia ellos con una leve sonrisa.
—Cuídense.
Y con eso, desapareció en las sombras de la mansión.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Arthur Weasley llegó a la casa Bones cargando una enorme caja envuelta en un papel amarillo brillante. Su sonrisa iluminaba la habitación mientras la pequeña Susy, sentada en el suelo con sus juguetes, lo miraba con ojos grandes y curiosos. Amelia, desde la cocina, no pudo evitar sonreír al verlo tan entusiasmado.
—¡Traje algo especial para la señorita Susanne Bones! —anunció Arthur con una voz teatral, dejando la caja frente a la niña.
Ella, aunque solo tenía un año y algo, ya mostraba una inteligencia y vivacidad propias. Dio palmadas emocionadas, aunque no entendía del todo lo que estaba ocurriendo. Arthur desató el lazo con exagerada delicadeza y abrió la caja. Dentro, había un enorme pato de hule amarillo con un sombrero de marinero. Susanne soltó un gritito de felicidad, arrastrándose hacia el juguete y abrazándolo con entusiasmo.
—¿Qué opinas, pequeña? Este es el Capitán Pato, comandante de la flota de juguetes de baño —dijo Arthur, sentándose en el suelo junto a ella—. Es un experto en navegar en tinas y defenderse de barcos piratas.
Susanne balbuceó algo incomprensible mientras inspeccionaba el pato, apretándolo para escuchar el característico quack.
—¡Eso es! —continuó Arthur, señalando otros juguetes—. Y mira, estos cubitos de colores son su tripulación. El rojo es el cocinero, el azul es el timonel, y el verde... bueno, el verde siempre pierde las llaves del barco, pero todos lo quieren igual.
La niña rió y aplaudió, completamente cautivada por las historias de Arthur. Mientras tanto, Amelia los observaba desde la cocina, preparando la merienda. La escena era tan dulce que no pudo evitar detenerse un momento para mirar. Arthur parecía tan natural con Susanne, como si siempre hubiera estado destinado a ser parte de su vida. La paciencia y el amor con el que le explicaba cada detalle de los juguetes la conmovían profundamente. Cuando terminó de preparar unos bocadillos y un par de tazas de té, Amelia entró al salón y se sentó cerca de ellos.
—Susanne parece muy feliz con su Capitán Pato —comentó, sonriendo. Arthur levantó la vista hacia ella, sonrojándose un poco.
—Bueno, creo que tiene buen ojo para los juguetes de calidad —respondió con humildad—. Aunque debo admitir que es más lista que la mayoría de los adultos que conozco.
Amelia se rió, dejando la bandeja sobre la mesa.
—Gracias, Arthur. No solo por el pato, sino por todo lo que haces por nosotras. Él negó con la cabeza, con una expresión suave.
—No tienes que agradecerme, Amelia. Me gusta estar aquí, con ustedes.
Amelia lo miró por un momento, su corazón latiendo un poco más rápido. Sabía que sentía algo especial por Arthur, y viendo lo bien que se llevaba con Susanne, decidió que pronto tendría que dar el siguiente paso. Mientras tanto, Arthur volvió a concentrarse en Susanne, quien ahora estaba intentando poner al Capitán Pato sobre la cabeza de su madre, riéndose a carcajadas. Amelia se unió a la risa, sintiéndose increíblemente feliz y más segura que nunca de que Arthur era el hombre adecuado para su vida.