"Confía en mí"
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Toda la determinación que había sentido desapareció en cuanto observé la puerta de roble oscuro de la habitación de mi padre.
Dudé en tocar. Ni siquiera sabía qué iba a decir.
La impulsividad me había ganado, pero nunca tuve un plan para esto.
Di la vuelta aun con duda. La casa estaba lo suficientemente callada como para que estuviera aquí.
Lo más probable es que estuviera con Sakura y Naruto en algún lugar de la aldea.
—¿Vas de nuevo al bar? —escuché a mis espaldas antes de bajar las escaleras. Voltee a mirarlo; tenía su máscara puesta junto con su chaleco de Jounin, iba de salida, pero se detuvo en el umbral de la puerta— ¿Ahora eres Nara?
No me sorprendí ante su comentario. Al final de cuentas, aún portaba la playera negra de Shikamaru. El símbolo de su clan resalta en mi espalda.
—Tenemos que hablar —traté de sonar firme al ponerme frente a él, pero la desesperación se escapó entre mis palabras.
—Tengo entrenamiento —dijo sin más, intentando rodearme. No lo dejé.
—Es sobre Obito —no despegué la mirada de su único ojo visible. Tratando de ver algún sentimiento en este.
—Pasa —respondió seco. Nunca le importó llegar tarde, ¿Por qué lo haría ahora?
Apenas abrió la puerta, dejó que pasara delante de él. No dijo nada más.
Entré en la habitación dando una rápida mirada. A pesar de vivir con él, hacía años que no entraba allí. Después de la ida de Sasuke, se hizo más reservado... Si eso era posible.
No había nada especial. Solo libros, pergaminos, una planta que probablemente ya estaba muerta y, en su mesa de noche... Una foto de cuando fue nombrado sensei del equipo 7.
Me senté en el borde de su cama. No estaba segura si debía hacerlo, pero mis piernas ya no querían sostenerme.
—Soñé con él —dije sin mirarlo— Con Obito. Me habló de una mujer... Rin.
Silencio. Esperaba más que eso.
No se movió. Ni un cambio en su postura. Ni siquiera un suspiro.
—No sé quién es —continué ante su silencio— Pero... Dijo su nombre como si debiera saberlo... Como si ella fuera importante.
Él bajó la mirada un instante, como si sus pensamientos pesaran más que cualquier misión.
—No es algo de lo que me guste hablar —murmuró finalmente.
—Pero yo necesito saberlo —me apresuré a decir— Él dijo "Tienes su rostro"—mi voz tembló al final. Él lo notó.
Me observó durante un largo segundo. No con dureza. No con tristeza. Sino con ese tipo de mirada que carga años de secretos.
—¿Por qué ahora? —su voz estaba vacía. No transmitía nada.
—Porque ya no quiero seguir viviendo con dudas —respondí, casi como una súplica— Porque no sé quién soy... —hice una pausa— Y aunque suene dramático, tú tampoco quieres decirme.
Un silencio más profundo que cualquier palabra se instaló entre nosotros.
—Rin era tu madre —soltó de pronto, sin siquiera mirarme.
