La patrulla seguía rodeada de luces rojas y azules parpadeando mientras Ligia era escoltada con cuidado hacia un vehículo para que la evaluara un paramédico. Estaba desorientada, débil, pero viva. Charly la abrazó con fuerza, besándole la frente como si temiera que desapareciera en sus brazos. No la soltaba… pero tampoco soltaba a Yeimy, quien se mantenía firme a su lado.
—¿Estás bien, má? —preguntó con la voz temblorosa, los ojos húmedos pero firmes.
Ligia asintió con esfuerzo.
—Estoy… estoy bien, hijo… solo… solo vámonos de aquí…
El médico interrumpió con respeto, revisando el brazo de Charly donde la bala lo había rozado. Mientras lo vendaban, él ni se quejaba, estaba demasiado enfocado en su madre y en Yeimy, como si todo el resto no importara.
Hasta que sonó el celular de Ángel.
El tono del teléfono cortó la atmósfera como una navaja. Todos se quedaron en silencio. Ángel contestó sin pensarlo dos veces, pero lo que escuchó al otro lado lo paralizó.
—¿Qué? ¡No… no puede ser! —gritó, alejando el teléfono de su oído.
Yeimy y Charly giraron de inmediato hacia él.
—¿Qué pasó? —preguntó Charly, su tono ya lleno de alerta.
Ángel no podía hablar. Le temblaban los labios. Fue uno de los oficiales quien se acercó, más lúcido, y soltó la bomba:
—¡Atacaron su casa! ¡Entraron hombres armados! Los muchachos lograron resguardarse, pero… Erick… Erick recibió un disparo en la pierna.
Yeimy retrocedió como si le hubieran arrancado el alma.
—¡¿Qué?! —gritó, llevándose las manos al pecho. Charly se puso de pie de inmediato, el vendaje mal puesto manchándose de rojo otra vez.
—¡No, no, no! ¡Mi hijo no! —la voz de Yeimy se quebró al punto del desmayo, pero se aferró a Charly como un ancla—. ¡Tenemos que irnos ya!
Charly no dijo nada. No podía. Solo tomó a Yeimy de la mano y corrieron hacia la camioneta.
Ligia, con lágrimas cayendo de su rostro, gritaba:
—¡No puede ser! ¡No puede ser!
Los oficiales abrieron paso rápidamente. Tres patrullas más se sumaron al operativo mientras arrancaban rumbo a casa a toda velocidad. Nadie hablaba. Nadie respiraba profundo. La noche se volvió una pesadilla sin tregua. Y aún no sabían si era el final… o apenas el comienzo.
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Yeimy se quedó inmóvil. ella no escuchaba nada más… solo el eco de una frase que le rompió el alma: “Erick recibió una bala en la pierna”.
Charly la miró. Su rostro se congeló por completo. El tiempo pareció frenarse de golpe. Las luces, los policías, todo desapareció en ese instante. Solo podía ver la cara desencajada de Yeimy, sus ojos vidriosos, sus labios temblando.
—¡No… no! —Yeimy apenas pudo decir, llevándose las manos a la boca, tambaleando. Estuvo a punto de desplomarse, pero Charly la sostuvo.
—¡Mi hijo, Charly! ¡Erick! —gritó ella, con un dolor que la quebraba por dentro.
Charly tragó saliva. Su mente quiso negar lo que escuchó… pero la realidad lo golpeó sin piedad.
—¡No, no puede ser! —dijo con rabia contenida, y sin soltar a Yeimy, se giró violentamente hacia el grupo de oficiales—. ¡¿Dónde carajos estaban los escoltas, ah?! ¡¿No se suponía que estaban cuidando la casa?! ¡¿Dónde estaban cuando entraron esos hijueputas?!
