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? LXXXVI: Promesa de Sangre y Futuro ?

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El Festejo Privado — “La Sangre del Oso”

Isla del Oso — Torre de los Vientos

La noche había caído, pero el castillo vibraba con una calidez inusual. El viento silbaba entre las almenas, y dentro de la torre más alta —la Torre de los Vientos, donde se celebraban solo las reuniones más íntimas—, una mesa en forma de media luna brillaba bajo la luz de decenas de lámparas de aceite.

Solo estaban ellos. Los seis.
Julio al centro. A su derecha, Sylwa, envuelta en un vestido verde oscuro que acentuaba el dorado de su cabello. A la izquierda, Edrick y Lucius. Frente a ellos, Bruno, Zhakaro y Lyra. Ningún sirviente, ningún escriba. Solo amigos. Solo familia elegida.

Sobre la mesa, platos de cordero asado, quesos curados, dulces del invernadero, jarras de vino oscuro del Valle y copas de vidrio tallado. Las velas parpadeaban, como si el viento del mar también celebrara.

—Así que el viejo Julio será padre —bromeó Lucius, levantando su copa—. ¿Quién lo hubiera dicho? Hace apenas unos años te desangrabas en los acantilados de la isla… y ahora traerás vida al mundo.

—Con suerte —dijo Edrick con media sonrisa— heredará los nervios de Sylwa.

—Y no tus ideas de cementos y gladius —añadió Bruno, brindando entre risas—. Aunque si lo hace, tal vez tengamos otro arquitecto.

Zhakaro se inclinó hacia Sylwa con respeto.
—Será fuerte. Lo siento en el aire. Como el fuego que duerme bajo la montaña… así arde tu vientre.

Julio lo miró con una ceja levantada.
—¿Eso es un augurio dothraki o simplemente eres muy poético cuando bebes?

—Ambas —dijo Zhakaro, y bebió.

Lyra no habló de inmediato. Solo observaba a Sylwa con una expresión suave, contenida. Finalmente se levantó, tomó una copa y la alzó.

—Por ti, Sylwa. Por el valor de elegirnos, por quedarte cuando pudiste haber huido… y por traer un nuevo rugido a esta isla. Que el hijo o hija que nazca, sea tan feroz como el padre, y tan sabia como la madre.

Todos brindaron. Sylwa bajó la cabeza, emocionada, y Julio le tomó la mano bajo la mesa. Esa noche, hubo canciones suaves, conversaciones sin filtros, y hasta un pequeño regalo: un medallón de oro con la forma de un oso dormido, tallado por Bruno, envuelto en piel negra.

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Cambios Públicos — “El Norte Habla”

Isla del Oso — Un mes después

Las nieves de otoño ya tocaban la orilla. La vida en la isla seguía, pero algo en el aire era distinto. El pueblo hablaba. Las mujeres sonreían cuando Sylwa pasaba. Los hombres saludaban con más respeto. Los soldados enderezaban la espalda en los entrenamientos.

Los rumores habían dejado de ser rumores.

Sylwa ya no cabalgaba con la misma ligereza, y se notaba una nueva curva bajo sus ropajes. Las curanderas más viejas, discretas y hábiles, habían comenzado a ayudarla en secreto, enseñándole sobre infusiones y cuidados. El círculo de confianza se había ampliado solo lo justo: unas pocas doncellas, dos curanderas, y tres sirvientes que ya sabían guardar secretos desde la guerra contra los Peake.

Maege Mormont comenzó a reorganizar a las mujeres de la isla. Había que preparar habitaciones, herencias, documentos. Algunos ya llamaban al futuro niño “el cachorro del oso”.

En los muros del castillo apareció una bandera más, sencilla: una tela verde oscuro con una pequeña huella de oso pintada en blanco. No oficial, pero no retirada. Una señal.

Julio Mormont: El Hijo Silencioso del Norte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora