Desembarco del Rey – Torre de Maegor,
Horas después del combate singular.Julio no pronunció palabra cuando dejó el pozo de combate. Su armadura sangraba por él, como si su propia rabia hubiera empapado el acero. El aire estaba espeso, denso, como si el mismo juicio aún resonara en las piedras del castillo.
Dos de sus médicos lo flanqueaban, ambos traídos desde la Isla del Oso. Uno de ellos, Olyvar, el más viejo y de manos más sabias, cargaba un maletín de cuero ennegrecido por el uso; el otro, Myrielle, una joven de rostro severo, portaba vendas, hierbas y una mirada que desnudaba las heridas con un solo vistazo.
Julio caminaba con firmeza, pero cada paso era una discusión entre el dolor y su voluntad. Al cruzar el último tramo de escalones hasta sus aposentos, Olyvar murmuró:
—Mi lord, deberías descansar. El hombro está... no desplazado, pero magullado. Las costillas...
—No me digas lo que ya sé —respondió Julio con un gruñido bajo, dejando que el dolor hablara por él.
Entraron. Cerraron las puertas. El sol ya moría tras los muros de Desembarco. La sala olía a salvia y sudor. Cuando le retiraron el peto, el aire pareció estremecerse.
Su torso estaba marcado con moretones como parches de tormenta: costillas violáceas, un corte largo en la espalda, el hombro izquierdo hinchado. Respiraba con dificultad, aunque sus ojos no temblaban.
—Tu cuerpo... —dijo Myrielle mientras limpiaba la sangre seca— grita por dentro. Pero tú te niegas a escucharlo.
Julio solo se sentó. Cerró los ojos. Dejó que el dolor hablara en su lugar.
—He aprendido —susurró al fin— que el cuerpo es un instrumento, no un templo. Si se rompe… se forja de nuevo.
Los médicos trabajaban con cuidado. Aplicaban bálsamos, ajustaban huesos con manos firmes, vendaban. Cada vez que la carne crujía o sangraba un poco más, Julio apretaba la mandíbula pero no emitía queja alguna.
Ser quien era significaba sangrar y no detenerse.
Significaba avanzar mientras el cuerpo pedía rendición.
Significaba jamás retroceder por temor.Y mientras tanto, en las entrañas de la Fortaleza Roja, otro tipo de ritual se desarrollaba.
Qyburn, vestido con su túnica oscura, caminaba junto a un par de acólitos sin emblemas. El cuerpo de Gregor Clegane, envuelto en sábanas empapadas de sangre, había sido retirado a escondidas del público general. No fue llevado a los sepulcros. No fue limpiado por septones.
—Cerrad la puerta. Nadie entra sin mi palabra —ordenó Qyburn.
La sala olía a muerte, hierro y resina. El cuerpo del monstruo yacía sobre una piedra fría, pálido pero aún gigantesco. Bajo la luz de las velas, su carne comenzaba a cambiar. La herida en su pecho era negra en el borde. Su piel, en ciertas partes, tenía un leve tinte morado.
La muerte llegaba… pero lentamente.
Qyburn examinó el cadáver con manos de cirujano y ojos de alquimista.
—El veneno lo abraza... curioso. No fue una muerte limpia —murmuró—. Esto me servirá. Oh, sí...
La idea en su mente era un susurro que se volvía grito. Y aunque Julio se había marchado con su victoria, el juego en la oscuridad apenas comenzaba.
...
Desembarco del Rey – Puerta del León, al amanecer
El sol apenas había tocado los muros de la ciudad cuando los estandartes del Reino del Alba se alzaron al viento. En la retaguardia, seis jinetes, guardias de élite de la Guardia del Alba, escoltaban una caravana compuesta por tres carros cerrados, los caballos de guerra de Julio y sus dos lugartenientes, y al frente, montado sobre su corcel negro de sangre oscura, iba él.

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Julio Mormont: El Hijo Silencioso del Norte
General FictionEn una tierra donde la fuerza lo es todo, nació un ni?o más frágil que sus pares, pero con un destino más grande que todos ellos. Julio Mormont, primogénito de Jorah Mormont y de su primera esposa, una dama de la Casa Glover, entregada en matrimonio...