Darían Andrómeda Black Nott hija de Sirius Black a quien nadie conocía, regresa a casa desde Francia a su quinto a?o sin saber que esa decisión haría que su vida diera un giro del que seguramente ella ni siquiera vio venir..
#1 en Black
#1 en harryp...
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El aire olía a madera quemada y pociones dulces. En la habitación solo se escuchaban los pasos lentos, arrastrados, de Darían.
—Uno más —murmuró Tom desde el sillón. Su tono era neutro, pero sus dedos estaban apretados contra los brazos del asiento.
Darían dio otro paso. Solo uno. Su pierna derecha tembló. La izquierda seguía adormecida. El dolor subía como fuego por su espalda.
—Uno más —repitió ella, y se obligó a avanzar.
Cayó.
Tom estuvo junto a ella antes de que tocara el suelo. La sostuvo, con los brazos firmes, envolviéndola. Darían apretó los dientes, molesta consigo misma, con su cuerpo.
—No soy débil —escupió.
—Jamás lo fuiste —respondió él, su voz cerca de su oído.
Ella lo miró. Tenía la cara mojada de sudor, el cabello pegado a la frente. Su cuerpo seguía cubierto de vendas, y aún así había logrado caminar por sí sola, aunque solo fueran tres pasos.
—No te enojes contigo —dijo Tom suavemente—. Ya volviste. Estás viva.
—No lo suficiente —murmuró ella.
Él no respondió. En su lugar, la ayudó a sentarse frente al fuego. Se quedaron ahí, en el silencio espeso que compartían desde siempre. No necesitaban hablar. Pero esta vez… esta vez sí.
—¿Sabes? —dijo Darían al fin, sin mirarlo—. En esa celda, cuando me gritaban, cuando me torturaban… lo único que pensaba era en ti.
Tom se tensó.
—Pensaba que… si moría, tú no te enterarías de todo lo que callé.
Él no dijo nada. Solo la miró.
—Pensaba que jamás sabrías cuánto te extraño cuando no estás. Que jamás sabrías que… que yo nunca dudé de ti.
Silencio.
Tom desvió la mirada. El fuego se reflejaba en sus ojos. Parecía una estatua: perfecta, inmóvil, contenida.
—Y tú —continuó Darían, ahora con la voz más firme—. Tú tampoco lo dices. Pero yo sé. Lo veo en tus manos. En tu rabia. En cómo mataste a cada uno de los que me tocaron.
Tom apretó la mandíbula.
—No necesitas que lo diga —susurró.
—No. Pero quiero que lo hagas.
Él la miró al fin. Se acercó. Sus ojos, oscuros, se clavaron en los de ella.
—Te odio, Darían. Porque hiciste lo imposible. Porque me cambiaste.
Ella sonrió, con lágrimas en los ojos.
—Yo también te odio, Tom. Porque me enseñaste que incluso los monstruos… pueden amar.
Sus frentes se tocaron. Y por un segundo, en ese rincón del mundo donde la guerra aún no los alcanzaba, no fueron Lord Voldemort ni la hija de un linaje maldito.
Solo fueron Tom y Darían. Y aunque no lo dijeron… lo supieron. Se amaban.
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La noche estaba tranquila. Por primera vez en semanas, no había gritos, ni hechizos, ni sombras asomándose bajo las puertas. Solo el sonido del fuego, del viento afuera y de sus respiraciones compartidas.
Darían se encontraba sentada sobre el regazo de Tom, envuelta en una manta, con la cabeza apoyada en su hombro. Él la tenía abrazada como si temiera que volviera a desaparecer entre sus brazos.
—¿Estás durmiendo? —preguntó ella en voz baja, jugando con la tela de su túnica.
—No. Estoy pensando —respondió él, sin abrir los ojos.
—¿En qué?
—En ti. En lo cerca que estuviste de… irte.
Ella lo miró. Le acarició el rostro. No era la primera vez que lo hacía, pero sí la primera en que él se inclinó hacia su mano como si buscara el calor.
Tom frunció el ceño. —Soy el mago más temido del mundo.
—Y también el más adorable cuando se enoja porque le dicen "osito". Darían se inclinó, rozando su nariz con la de él.
Tom no respondió. No gruñó. No amenazó con matarla. Solo la miró.
Y luego la besó.
Pero esta vez no fue un beso desesperado, ni furioso, ni dolorido. Fue lento. Cálido. Verdadero. Como si al fin, en medio de todo el caos, el mundo pudiera detenerse solo para ellos.
Darían suspiró contra sus labios. —Así se siente besar sin miedo, ¿no?
—No lo sé —susurró él—. Nunca lo había hecho así.
Ella lo besó otra vez. Más profundo, más suave, sin prisa.
—Te odio —murmuró él, contra su boca.
—Lo sé —respondió ella, sonriendo—. Yo también.
Y aún así, no se soltaron.
Porque en esa habitación perdida, donde solo existían ellos dos, Tom Riddle —el monstruo, el señor oscuro, el que no amaba a nadie—, era solo un hombre. Y Darían, su chica.
La única que podía convertirlo en un osito sin que el mundo explotara por ello.