Darían Andrómeda Black Nott hija de Sirius Black a quien nadie conocía, regresa a casa desde Francia a su quinto a?o sin saber que esa decisión haría que su vida diera un giro del que seguramente ella ni siquiera vio venir..
#1 en Black
#1 en harryp...
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—No vas a volver a Hogwarts. —La voz de Tom sonó seca, cortante como una maldición.
Darían levantó la mirada desde el sillón donde se colocaba las botas, deteniéndose a medio movimiento. Frunció el ceño.
—¿Qué dijiste?
—Lo escuchaste perfectamente —respondió él, cruzando los brazos mientras la observaba con esa mezcla de superioridad y sobreprotección que solo él podía tener—. No vas a volver. No después de lo que te hicieron. No después de lo que te hicieron soportar.
Ella se puso de pie, el corazón palpitándole con fuerza, pero no de miedo, sino de rabia.
—No puedes decidir por mí, Tom. No soy una maldita prisionera. No soy débil.
—¡No se trata de debilidad! —gruñó, su expresión volviéndose más dura—. Se trata de seguridad. La Orden ya te tenía. Ya te hizo daño. ¿Tú crees que no lo intentarán de nuevo? Ahora saben. ¡Saben que te necesito!
—¿Y por eso me quieres esconder? ¿Encerrarme? ¿Volverme una sombra? ¿Por protegerme? —dijo ella, alzando la voz mientras lo empujaba con ambas manos—. ¡No soy un secreto, Tom! ¡No lo voy a ser!
Tom apretó los dientes, los ojos brillando con rabia contenida. No por ella, sino por el miedo que jamás se permitía mostrar. El miedo que solo ella despertaba.
—No voy a dejar que te toquen otra vez —dijo, más bajo, más oscuro—. No voy a correr el riesgo de perderte.
—Pues lo harás igual si sigues tratándome como si no tuviera voluntad —espetó Darían, girándose sin más y caminando con pasos decididos hacia la habitación que compartían en esa mansión secreta.
Tom la observó irse, el corazón retumbándole en el pecho, la ira y el miedo mezclados como un veneno.
El portazo no lo hizo reaccionar.
Fue el vacío.
El no tenerla a la vista.
El silencio.
Entonces caminó, firme y determinado.
Y la puerta de la habitación se cerró detrás de él con un clic suave y definitivo.
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Habitación del Señor Oscuro, más allá de la medianoche
La discusión había terminado. O eso pensaba Darían.
El hechizo que cerró la puerta retumbó como un trueno. Tom no alzó la voz, pero la intensidad con la que la miró bastó para detenerla. Estaba cansado de repetirlo: no iría a Hogwarts. Y esta vez, no habría margen de duda.
Ella lo desafió con los labios entreabiertos y los ojos cargados de orgullo, de fuego, de esa obstinación tan peligrosa como su magia.
—No eres mi dueño, Tom.
Él avanzó como una tormenta. En un segundo, la tenía contra la pared de piedra, las sombras bailando en torno a su cuerpo. Sus manos firmes en su cintura. Sus labios apenas rozando su oído.
—No soy tu dueño…
—¿Entonces qué eres?
Él sonrió. Oscuro. Cruel. Ardiente.
—Soy tu maldición, Darían. Tu condena favorita. Y tú… eres mía.
Sin darle espacio para responder, la alzó y la llevó hasta la cama, dejándola caer sobre las sábanas negras como si fuera un trofeo que acababa de reclamar.
Desnudó cada centímetro con la misma precisión con la que asesinaba. Despacio. Frío. Letal. Y luego se colocó sobre ella. No con ternura. No con delicadeza.
Con posesión.
—¿Quieres desobedecerme? —jadeó contra su cuello— ¿Crees que puedes huir de mí?
Ella intentó desafiarlo con una sonrisa. Pero él ya la conocía demasiado. Sabía que temblaba por dentro. Que su cuerpo ya había cedido, incluso si su alma se resistía.
Cada embestida fue un decreto.
Cada suspiro de ella, una rendición.
La habitación era oscuridad, poder y deseo. Sus cuerpos encajando con rabia contenida, como si solo supieran amarse a través del dolor.
Hasta que él se detuvo, dentro de ella, respirando agitado, los ojos rojos encendidos por algo que no era solo lujuria.
—Escúchame bien, Darían Andrómeda Black…
Silencio.
Ella lo miró. Por primera vez, sin escudo. —No irás a Hogwarts. Porque cuando yo digo que no…
—…se cumple —susurró ella, rendida.
Entonces, Tom rozó su frente con la de ella. Cerró los ojos por un instante. Y por primera vez en su vida… permitió que la verdad escapara de sus labios.
—Te amo.
—¿Qué…?
—Te amo —repitió, golpeando su cadera con una intensidad que le robó el aire—. Maldita seas, Darían. Me perteneces. En la cama. En la batalla. En el infierno, si hace falta.
Y lo repitió. Una, dos, tres veces más, mientras la hacía suya de nuevo. Hasta que ella lloró. Hasta que él se quebró. Hasta que no quedaron más que dos sombras fundidas, temblando entre fuego y gemidos.
Y esa noche, ella no volvió a mencionar Hogwarts. Porque esa noche… Tom Riddle la ató con algo más fuerte que la magia.