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El mes había pasado casi sin que se dieran cuenta. Entre el entrenamiento, los largos caminos recorridos y las pequeñas aldeas que habían visitado, el tiempo parecía haberse esfumado. Ahora, en pleno atardecer en el País del Viento, Akari sintió el dolor punzante en su vientre que le anunciaba la llegada de su periodo. No había tenido tiempo de preocuparse por ello antes, pero ahora el malestar era inevitable.

Se abrazó el estómago con una mueca de dolor mientras caminaba de regreso al campamento. Sasuke, que estaba afilando su espada un poco más lejos, levantó la mirada y frunció el ceño al notar su expresión tensa.

—¿Qué te pasa? —preguntó con su tono serio de siempre, pero con un leve deje de preocupación.

—Nada... solo... —Akari suspiró, incapaz de fingir frente a él—. Me duele el vientre... ya sabes, cosas de mujeres.

Sasuke asintió, comprendiendo inmediatamente de qué hablaba. Sin decir una palabra más, se puso de pie y se acercó a ella. Tetsuya, que estaba algo más lejos recolectando leña, no se percató de la situación. Sasuke colocó su mano en el hombro de Akari y la guió con suavidad hasta donde estaban descansando.

—Espera aquí —dijo simplemente antes de desaparecer en la oscuridad de la noche.

Akari no entendió qué estaba haciendo, pero poco después lo vio regresar con un paño mojado y tibio en la mano.

—Esto debería ayudar —murmuró mientras se arrodillaba junto a ella.

Akari, sorprendida por su actitud, tomó el paño y lo colocó sobre su vientre. Suspiró al sentir el alivio del calor.

—Gracias, Sasuke...

Él asintió, sin decir nada más, pero se quedó sentado a su lado, como si vigilara que estuviera bien.

El dolor persistió durante horas, y cuando la noche cayó por completo, Akari ya estaba exhausta. Tetsuya se había quedado dormido en su saco de dormir, ajeno a todo lo que pasaba, pero ella aún no podía encontrar una posición cómoda para descansar. Fue en su agotamiento y sin filtros que murmuró algo que sorprendió a ambos.