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Tau caminó sola por las calles desiertas de la ciudad. La luna, pálida y distante, arrojaba una luz tenue sobre su figura, como si hasta el cielo mismo se negara a iluminar el camino de una mujer rota.

Cada paso retumbaba en su cabeza como un eco de todo lo que había perdido. El humo y la ceniza aún estaban impregnados en su piel y en su ropa, recordándole el infierno del que había salido… un infierno que había consumido a todos menos a ella.

Había sido fuerte. Había sido feroz. Pero ya no. Ahora solo quedaba el vacío.

La imágen de Matt muerto flotaba en su mente. Su rostro en paz era una burla cruel de todo lo que había pasado. La sonrisa que una vez tuvo había sido reemplazada por un silencio eterno. Tau había fallado. Había perdido su lucha, su gente, y cualquier esperanza de redimirse.

No tenía a dónde ir. No quedaba nada por lo que luchar. Solo una cosa permanecía constante en su vida: Sadie.

Sadie, la reina carmesí. La arquitecta de su destrucción. La mujer que había arrebatado todo, hasta su alma.

Tau se detuvo frente a una puerta de metal oxidado que conducía al corazón del territorio de Sadie. Sabía que los ojos oscuros de la reina la observaban desde las sombras. Estaba siendo esperada.

La puerta se abrió con un chirrido metálico. Sin una palabra, Tau entró.

El ambiente estaba cargado de tensión, una mezcla de humo, alcohol y sudor. Hombres y mujeres armados la miraban, algunos con desprecio, otros con curiosidad. Nadie se atrevió a detenerla. No importaba. No había fuerza en el mundo que pudiera impedir que Tau caminara hacia el final que había elegido.

Al final del pasillo, la figura de Sadie apareció, envuelta en la oscuridad como una sombra que lo dominaba todo. Sus ojos eran fríos, calculadores, pero había algo más: una chispa de triunfo y perversidad.

Tau se detuvo frente a ella.

───Estoy sola..─── dijo, su voz rota pero clara.─── No me queda nada. Tú ganaste.

Sadie la miró en silencio durante unos segundos eternos. Luego, sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, cruel y peligrosa.

─── Sabía que lo entenderías, tarde o temprano. ─── respondió con una satisfacción fría ─── Todo lo que queda es esto. Yo… y tú.

Tau cerró los ojos por un instante, luchando contra las emociones que la desgarraban desde dentro. Pero no había más batalla.

No había más lucha. Había sido consumida por el fuego, y ahora solo quedaba entregarse a las llamas.

Se dejó caer de rodillas frente a Sadie. No como una súplica, sino como una aceptación final del destino que había elegido.

Sadie se acercó lentamente, sus botas resonando con cada paso. Colocó una mano bajo el mentón de Tau, obligándola a mirarla a los ojos.

───No es sumisión lo que busco de ti, Tau. Es rendición.

Tau no respondió. No podía. Ya no había nada en ella que quedara intacto.

Sadie se inclinó, susurrando en su oído con una voz baja y venenosa.

─── Ahora eres mía.

Tau sintió cómo la última chispa de resistencia dentro de ella se extinguía. El fuego había terminado, y solo quedaban cenizas.

Y en las cenizas, solo quedaba espacio para el infierno.