Alessandro Müller
Salir con ella no fue tan malo como creí, es graciosa y risueña. Sus ojos marrones son muy llamativos, aunque... quisiera que fueran verdes. Intento sacar a Sofía de mis pensamientos, pero no puedo. Me enamoré de ella, de las pocas veces que sonreía, de lo amargada que es.
Sofía no era fácil. Nunca lo fue. Te hablaba como si siempre estuviera a punto de irse, como si no tuviera tiempo para nadie, como si el mundo le pesara más de lo que podía cargar. Pero había momentos -breves, fugaces- en los que bajaba la guardia, y ahí estaba: su risa seca, casi incrédula, como si le costara creer que aún podía reírse de algo.
Y ahí estaba yo, siempre esperando ese instante.
No sé cómo ni cuándo pasó. No fue una gran revelación, no hubo fuegos artificiales ni discursos internos. Solo un día me di cuenta de que todas mis excusas para verla eran eso: excusas. Que la forma en que me irritaba su forma de desaparecer sin avisar era solo una forma torcida de decir que la extrañaba. Y que sus silencios, tan cargados de todo, me dolían más que cualquier grito.
Y ahora estoy aquí, en una cita con alguien más, fingiendo que puedo seguir adelante.
Pero no puedo.
Zoe me habla muy animadamente. Yo le respondo y todo, pero no es lo mismo. Ella llena el espacio con palabras, con entusiasmo, con vida. Y yo estoy ahí, sonriendo de vez en cuando, fingiendo que estoy presente. Pero por dentro, mi cabeza está en otro lugar.
Con Sofía.
Zoe es una asesina. Igual que Sofía. Las dos se criaron en la misma organización, moldeadas por el mismo hierro y fuego. Pero se hicieron distintas. Zoe perfeccionó la precisión. Sofía perfeccionó el caos.
Conocí a Sofía hace dos meses, en una cena que marcaba la supuesta alianza entre nuestras familias. Una noche elegante, llena de vigilancia disimulada, sonrisas tensas y copas alzadas con cautela. Ella estaba ahí, sentada junto a su madre, con una expresión que parecía decir que todo aquello le parecía un chiste.
Y yo... yo no podía dejar de mirarla.
No hablamos mucho. Un par de frases cortas, una mirada larga. Pero fue suficiente. Supe, desde ese instante, que me iba a marcar. Que esa mujer no se iba a quedar en una noche.
Zoe no sabe que desde entonces no he podido sacármela de la cabeza. Ni que me acerqué a ella porque sabía de su pasado con Sofía. Sabía que se criaron juntas, que compartieron entrenamiento, que una vez fueron como hermanas. Me acerqué porque pensé que Zoe podía llevarme a Sofía. O al menos ayudarme a entender por qué me dejó ese vacío con tan poco.
Pero eso nunca funcionó.
Zoe cruza la pierna y me observa en silencio.
-No la has superado, ¿verdad?
No necesita decir su nombre. Ya no hace falta. Me quedo callado. Porque no quiero mentirle, pero tampoco quiero confirmarle lo que ya sabe.
Ella desvía la mirada. En ese gesto hay decepción... y sospecha.
Mi teléfono vibra.
Número desconocido.
Pero yo ya sé.
Contesto.
-¿Sigues usando a otra para encontrarme? -La voz de Sofía. Tranquila. Cruel. Familiar.
El mundo se detiene por un instante.
-Zoe siempre fue buena, Alessandro. Pero no es para ti -Pausa-. Y tu tampoco eres para ella.
Cuelga.
Me quedo inmóvil, el teléfono aún en la mano. El eco de su voz en mi cabeza.

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Teen FictionSofía ferrara, es la hija de un empresario exitoso como también es todo un líder de la mafia italiana. Alessandro müller, hijo de un abogado muy reconocido en todo el mundo, due?o de varios despachos y al igual que el padre de sofía es un mafioso q...